Oscar Nóbregas
En el lecho de muerte
1
Recibió aquella noticia la noche anterior. Su padre estaba a punto de morir. No
sabía nada de su vida desde hacía casi veinte años, pero Marian decidió ir a
verle por última vez.
En el tren recordaba los momentos compartidos de pequeña junto a él. A través
de la ventana los paisajes montañosos le trasladaban a antiguas vivencias que
flotaban borrosas en su memoria: Paseos por la orilla de la playa... La feria
del pueblo en verano... Los álbumes con hojas de árboles... La colección de
plumas de pájaros... La lectura de cuentos frente a la chimenea...
A medida que el tren se acercaba a su destino devorando los kilómetros todo
cobraba mayor vigencia como si saliera de una lámpara mágica donde había
permanecido oculto muchos años. Marian estaba abrumada por sentimientos
encontrados y no podía evitar sentir cierto rencor. Durante su infancia la
ausencia de la figura paterna le hizo construir un muro alrededor del corazón
que César no pudo franquear jamás a pesar de haber intentado acercarse a ella
en infinidad de ocasiones. Marian era obstinada y se negaba a ceder un ápice en
su actitud de rechazo. Como niña, no comprendía el porqué de la falta de su
padre en el hogar. Su relación se basaba en encuentros fugaces que no podían
cimentar una afectividad sólida entre ellos. Más adelante, la rebeldía
adolescente tampoco favoreció que se acercase a él, aunque a partir de entonces
las preguntas que se hacía eran concretas. Si bien es verdad, jamás supo
la verdadera razón por la cual César y Ana se separaron cuando tan sólo era un
bebé. Marian se cobijó durante toda su infancia en el regazo materno; no en
vano, Ana se había encargado de ella desde que nació llevando todo el peso de
la crianza, mientras que César apenas convivió a su lado en los primeros años
de su vida.
Mantuvo esa actitud de resentimiento hacia su padre durante muchos años, pero
en el fondo no se atrevía a torcer la esquina para desvincularse por completo
de él. Al fin y al cabo, formaba parte de su propia sangre… A veces escuchaba
una llamada lejana diciéndole que no renegara de sus orígenes. En algún lugar
recóndito de su corazón cerrado con mil candados sentía afecto hacia él, pero
escondía con tanto celo aquellos sentimientos que en muy contadas ocasiones los
dejaba salir a la luz. Lo cierto es que guardaba en el fondo de un armario
todas las muñecas que César le regaló de pequeña y en un cajón conservaba las
fotos que se hicieron juntos a lo largo de su vida. Marian nunca las miraba,
pero sabía que estaban allí.
César
siempre llevó una vida bohemia que no fue nada propicia para formar una familia
estable. Sin duda estaba loco de amor por Ana. Descubrió valores en ella que no
había encontrado nunca en otro ser humano; pero en última instancia se inclinó
hacia su pasión por la música y ese hijo inesperado vino en un momento difícil
para su relación. César se hallaba en plena gira por toda España y apuntaba
como uno de los mejores cantautores que recorrían el país. Una fe ciega en su talento
le tenía absorbido de manera visceral. Por aquel entonces su única obsesión era
hacer canciones. Podía pasarse días enteros componiendo una melodía a la
guitarra o retocando la letra de alguna balada. En ese intervalo de tiempo el
vientre de Ana no dejaba lugar a dudas... Sin saberlo, dentro de ella se estaba
fraguando su mejor canción, pero la pasión por el arte le había calado en lo
más profundo del alma descuidando todo lo que existía a su alrededor.
Viendo transcurrir los paisajes por la ventanilla, Marian fue consciente de que
su vida se encontraba en un punto sin retorno. Justo una semana antes acababa
de romper la relación con su pareja tras varios años de convivencia. De algún
modo se sentía aliviada, pero también notaba en su interior un vacío infinito
como si estuviera amputada en una parte de su ser. Se hallaba encadenada a una
libertad a la cual no estaba acostumbrada. Sí, se sentía extraña y confusa… Ligera
por un lado, pero torpe y agarrotada por otro, oscilando en su corazón presa de
aquella paradoja sentimental.
La separación definitiva estuvo precedida de un acto contradictorio, dejándola
aún más confundida si cabe ante lo que le estaba sucediendo. Tras decidir que
terminaban la relación, que ya no había vuelta atrás, hicieron el amor por
última vez... Ahora no sabía qué pensar ni qué sentir. No sabía qué hacer con
sus sueños y sus deseos. No sabía qué postura adoptar ante sus propios
sentimientos que deambulaban bajo su piel sin rumbo fijo… Marian no podía
asimilar todo lo estaba ocurriendo alrededor de su vida. El insomnio y la
zozobra se apoderaron de su mente durante aquellos días. A veces despertaba
sobresaltada, preguntándose si lo que había sucedido era real. Marian encendía
el flexo y veía la foto junto a su pareja sobre la mesilla. Entonces rompía a
llorar desconsolada. Después volvía a apagar la luz y en la oscuridad de la
noche acariciaba la almohada entre sollozos... Aún sentía el tacto de las manos
de Gonzalo acariciando sus hombros y el frescor de sus labios junto a los
suyos. Aún le sentía dentro de su cuerpo haciéndola vibrar... Sin embargo, esos
momentos ya formaban parte de un pasado irrecuperable.
Como aquellos paisajes que iba dejando atrás, las escenas vividas junto a él se
alejaban a pasos agigantados. Lo que hasta ayer era lógico y armonioso, ahora
resultaba absurdo y sincopado. Esos
recuerdos tan vivos y palpables se habían convertido en una película muda y
desgastada... Era consciente de que aquella relación siempre la perseguiría
igual que una sombra invisible observándola a distancia; pero no podía cometer
el error de recrearse en el pasado, pues eso suponía morir un poco a cada
instante… Observando aquel paisaje montañoso entre bosques y verdes valles,
Marian decidió no volver nunca más la vista atrás. A partir de entonces tendría
que enfrentarse a ese vacío de cuchillas afiladas que surge de la soledad; a
ese silencio infinito del desamor; a esos besos ciegos lanzados al aire en la
oscuridad... Ahora tenía que ser fuerte y apagar los últimos rescoldos de
aquella etapa de su vida.
Su inesperada ruptura tras nueve años de relación le hizo caer en una profunda
crisis de valores. Con aquel desamor se estaba enfrentando por primera vez a
una prueba de fuego. Marian comenzó a replantearse muchas cosas... La
posibilidad de ser madre, que tantas veces le rondó la cabeza pero que nunca
surgió al no encontrar el momento adecuado, desaparecía a partir de entonces.
Estaba en el límite de edad para tener un bebé y era consciente de que ya no
disfrutaría nunca la maternidad. Aquella ilusión de formar una familia con
Gonzalo se había desmoronado... Desde pequeña siempre soñó con vivir esa
experiencia. Si miraba hacia delante, se veía a sí misma rodeada de hijos.
Ahora debía asumir que sería una mujer yerma; que su vientre jamás daría vida a
otro ser... Lloró mil veces por ello hundida en un pozo de tristeza. Nunca
había estado tan abatida y desorientada. Se hallaba en un cruce de caminos donde
los espejismos de sus propias emociones la impedían saber qué dirección debía
tomar. Por su cabeza pasaron mil disparates, algunos de ellos oscuros y
escabrosos. Llegó a pensar en salir a la calle sola, emborracharse hasta no
poder tenerse en pie, seducir al primer desconocido que se encontrara y
ofrecerle su cuerpo sin pedir nada a cambio.
Tras aquel desengaño amoroso se dio cuenta que de la noche a la mañana los
afectos más arraigados podían convertirse en algo vulnerable. Todo lo que en un
principio parecía seguro e inequívoco al final era susceptible de transformarse
inesperadamente. Por primera vez había experimentado en su propio corazón lo
efímero de los sentimientos... Ahora de golpe Marian se enfrentaba a una tarea aún
pendiente de resolver: la relación fría y distante que había llevado con su
padre desde la adolescencia. Quizás ya era demasiado tarde, pero aún tenía
esperanza de hallarlo con vida, aunque fuera en el lecho de muerte.
2
El tren por fin llegó a la Estación del Norte. Marian cogió el equipaje y empezó
a caminar junto al andén. Hacía años que no pisaba Madrid y una repentina
emoción se apoderó de su ánimo al ver frente a ella el Palacio Real y sus
jardines. De nuevo antiguos recuerdos pasaron por su mente... Marian decidió ir
andando hasta el domicilio de su padre pues no se encontraba muy lejos de allí.
César vivía en el barrio de La Florida, en una antigua casa de dos plantas
junto al río. Caminó bordeando la ribera del Manzanares sorprendida de lo
cambiado que estaba el entorno. Un paseo arbolado había sustituido la
carretera que antaño circulaba junto al río. Era agradable poder contemplar la
vista en lontananza desde el Puente de Segovia hasta el Parque del Oeste. Por
fortuna se habían recuperado otra vez esas vistas que Goya inmortalizó con
tanta destreza en sus cuadros sobre la Romería de San Isidro.
Al cabo de media hora Marian se encontró frente a la puerta del viejo caserón.
Allí por el contrario nada había cambiado. En el jardín del recinto vallado la
higuera y el nogal que César plantó cuando ella era pequeña seguían custodiando
la entrada. Esa estampa bucólica le abrió de golpe el corazón... Uno de los
recuerdos más vivos que tenía junto a su padre era escucharle hablar con amor
de la naturaleza, la única cosa del mundo que merecía la pena según decía
plenamente convencido. A menudo César paseaba entre los encinares de la Casa de
Campo esparciendo semillas para que brotasen retoños con las primeras lluvias
de la primavera. Su devoción por los árboles y los pájaros era algo muy
arraigado en lo más profundo de su ser. Solía decir que no había en el mundo
criatura viviente más bella y armoniosa que un árbol, siempre generoso y
protector con sus frutos y su sombra.
A simple vista no parecía haber un alma allí. La quietud y el silencio reinaban
por completo alrededor de la casa. Marian abrió despacio la cancela de la
valla. Nerviosa y expectante avanzó unos pasos en dirección a la puerta. Buscó
el timbre para llamar, pero no encontró tal. En la entrada sólo había una
aldaba oxidada con forma de dragón. Entonces recordó que años atrás César quitó
la luz de la casa. No soportaba ningún tipo de sonido repentino que irrumpiera
su sosiego. En pleno siglo XXI decidió eliminar por completo cualquier adelanto
que tuviera que ver con la corriente eléctrica, atrincherado en el
convencimiento de que el ser humano había caído atrapado en sus propios avances
tecnológicos. Pensaba que el hombre hacía de meros lujos necesidades estúpidas
de las cuales al cabo del tiempo ya no podía prescindir y que le subyugaban por
completo. César también suprimió el teléfono, con lo cual la única forma de
ponerse en contacto con él era por correo o por medio de Ofelia, una vecina
cercana que amablemente le atendía en los últimos años, cuando la enfermedad le
retuvo cada vez más tiempo en la cama. Vivir en plena era espacial sin teléfono
ni electricidad suponía todo un desafío, pero César decía que para subsistir
era suficiente una buena chimenea y un horno de leña.
Años atrás también repudió cualquier contacto con el dinero. Prefería cortarse
una mano antes que tocar un billete o una moneda. La mayoría de los recados y
las tareas domésticas corrían a cargo de Ofelia, que se había convertido en su
fiel cuidadora. Para César el dinero era lo más obsceno inventado por el
hombre; lo más repudiable y mezquino junto a la esclavitud y las guerras, actos
crueles que degradaban al ser humano como especie hasta lo más bajo. Llamaba a
los banqueros ratas de alcantarilla. Pensaba que eran seres hediondos que
vivían sumidos en un pozo de hez. Se habían apoderado del mundo a costa del
esfuerzo de la gente humilde convirtiendo a la Humanidad en siervos de su
avaricia insaciable… De los políticos tampoco hablaba mejor. Les llamaba trileros
de traje y corbata. Los tachaba de corruptos y embaucadores; delincuentes de
guante blanco que se aprovechaban de su posición privilegiada para sacar rédito
en beneficio propio, dejando a un lado los intereses del pueblo llano sin
importarles en absoluto el sentir de la gente. Decía que el sistema estaba
podrido hasta el tuétano; que los problemas del mundo nunca tendrían solución;
que siempre habría carroñeros ávidos de poder sometiendo la voluntad de los
demás.
Hacía ya mucho tiempo que César estaba desencantado
de la vida. «El ser humano ha fracasado», solía lamentar cabizbajo. Apenas
confiaba ya en nadie y no le interesaban los tráfagos mundanos. Las relaciones
sociales le parecían hipócritas, vacías y fingidas. Aborrecía a los fariseos, a
la gente de fachada impecable por fuera y miserable por dentro. Decía que el
mundo estaba plagado de seres así; vulgares, podridos y malolientes en su
espíritu… Según él, todo trato humano ocultaba siempre un fin interesado. Nada
era auténtico en el hombre, salvo su falsedad. Nada merecía la pena, excepto el
arte. Años atrás solía poner música clásica, sobre todo a los grandes maestros:
Bach, Vivaldi, Beethoven, Mozart, Chopin... En los días en que se encontraba
más triste, cuando la luz agónica del atardecer se iba extinguiendo en el
horizonte, escuchaba el adagio de Albinoni invadido por la nostalgia. En esos
momentos no quería hablar con nadie, ni tan siquiera con Ofelia. Permanecía
sumido en su mundo insondable rodeado por un sentimiento de melancolía
infinita.
Algunas tardes, si César estaba de buen humor, Ofelia le narraba pasajes de
libros clásicos como La Odisea, El Decamerón o La Divina Comedia; pero nunca jamás de La Biblia, a la cual
detestaba con toda su alma. No podía concebir el hecho de que un Dios castigase
a criaturas que él mismo había creado para su autocomplacencia; criaturas
débiles, perdidas y desoladas cuyo único delito había sido nacer sin elegirlo
para vivir hasta el final de sus vidas en un continuo valle de lágrimas. «Un
ser celestial no puede ser tan cruel y miserable», farfullaba con mal genio.
A su avanzada edad lo único que le consolaba era sentarse en el porche junto a
los árboles para oír cantar a los pájaros sobre las ramas. Siempre esperaba la
llegada del ruiseñor en primavera como el que espera el agua de mayo... En los
últimos meses la enfermedad le había postrado de manera irreversible y su
existencia se había convertido en una lenta agonía, pero siempre se negó a ser
internado en un sanatorio. «Quiero morir en mi cama», le decía a Ofelia. César
ya no recibía visitas de nadie. La mayoría de sus amigos habían fallecido. Su
deseo era estar solo en casa esperando el día que de nuevo se reuniera con su
madre, el ser que más había querido en este mundo.
3
Marian se paró frente a la puerta y golpeó la aldaba con mesura procurando no
romper la armonía del entorno. Durante varios segundos todo permaneció en
silencio. Esa quietud hizo que le invadiera cierta desazón pensando en cómo la
recibiría... Poco después alguien descorrió el cerrojo. La puerta se abrió con
lentitud. Frente a ella apareció la figura de Ofelia, que la miró sin
sorprenderse en absoluto.
—Soy Marian,
la hija de...
—Lo sé
—interrumpió—. Tienes los mismos ojos que tu padre. César me ha hablado mucho
de ti.
Marian
sonrió tímida.
—¿Cómo se
encuentra? —preguntó algo cohibida.
—Está
dormido. No conviene despertarle. Se ha pasado toda la noche delirando. Dice el
médico que sólo será cuestión de horas...
Marian
vislumbró en su rostro un halo de tristeza.
—Anda, pasa
y deja el equipaje. Te prepararé algo de comer.
Tienes aspecto de estar cansada. Has hecho un viaje muy largo…
Mientras
Ofelia troceaba unas piezas de queso y fruta en la cocina, Marian se sentó en
el sofá frente a la chimenea. Recordaba perfectamente aquella casa a pesar del
tiempo transcurrido. Ahora los rincones del salón estaban llenos de velas y
cirios derretidos... De pequeña llegó a sentir miedo por algunos de los objetos
y los cuadros que coleccionaba su padre. Un montón de antiguallas obtenidas a
través de sus viajes adornaban la estancia transportando hacia tiempos lejanos
al que las contemplara... César conservaba figuras decorativas que pertenecían
a siglos pasados, como una vieja estatua de la Venus de Milo situada en un
esquinazo del salón. Junto a ella, colgada sobre la pared, tenía la máscara
mortuoria del faraón egipcio Tutankamón. Marian recordó a su padre hablándole
de los misterios de las pirámides y sus pasadizos secretos… Al lado de la máscara
había una piedra lisa con una serie de símbolos célticos dibujados. César la
adquirió tras un viaje a los monumentos megalíticos de Stonehenge. Durante el
invierno solía contar a su hija leyendas celtas frente a la chimenea. Aún
recordaba como si lo estuviera viviendo en ese mismo instante la leyenda del
brujo ermitaño, el cual era capaz de echar maldiciones tocando a la gente con
el bastón. Aquel siniestro hechicero imponía su autoridad como un señor feudal
atemorizando a los lugareños, hasta que un atardecer la sombra de la cruz de la
iglesia cayó sobre él y lo fulminó. El brujo había entrado en el patio de la
ermita para recoger su sombrero, arrastrado hacia allí por un misterioso y
repentino golpe de viento... También seguía allí la figura del minotauro de
Creta, el monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro que comía carne
humana. Aquella figura rojiza siempre le impuso mucho temor y nunca se atrevió
a tocarla... Marian también recordaba la historia del laberinto donde se
introdujo Teseo con un ovillo de hilo para no perderse dentro. Junto al
minotauro, sobre un atril, había una copia polvorienta del Códice Calixtino, la famosa guía medieval que ilustraba el Camino
de Santiago en la antigüedad. A pesar de ser un ateo convencido, César hablaba
maravillas del Camino y las experiencias místicas vividas en él durante su
juventud.
Una de las
paredes del salón estaba amueblada con estanterías repletas de viejos libros en
tono ocre, la mayoría heredados de sus antepasados. Tenía auténticas joyas que
se podrían calificar como incunables; libros de mitología y colecciones de
clásicos de todos los tiempos. «Cuanto más viejo y gastado esté un libro, mejor»,
solía decir. Marian recordó algunas lecturas de su padre frente a la chimenea,
como el libro de La vida de los doce césares. De pequeña sentía pavor
cuando le contaba las crueldades que era capaz de perpetrar la mente enfermiza
de Calígula…
Sobre la
repisa de la chimenea colgaba el retrato de una mujer de cabello negro y ojos
almendrados. Tenía el óvalo del rostro perfecto, los pómulos insinuantes, las
cejas armoniosas, la nariz perfilada y los labios finos. Aquel lienzo
representaba a la madre de César, la mujer más bella del mundo, según decía
orgulloso... El cuadro de Ana María lo había pintado su propio marido, que
siempre tuvo destreza con el manejo del pincel. En la misma repisa se hallaba
un pequeño marco plateado que mostraba la imagen en color sepia de un señor con
gafas redondas y aspecto de intelectual. Aquella fotografía fue tomada a
principios del siglo XX. Posaba de pie junto a una cámara de retratar antigua
provista de su trípode de madera y la tela negra para taparse en el momento del
fogonazo. Ese hombre con expresión bondadosa era el tío Antonio, la persona más
sabia que había conocido en toda su vida. César siempre tuvo palabras de
admiración hacia él. Solía comentar lo bien que se portó con su madre durante
la Guerra Civil, cuando el destino quiso que el inicio del levantamiento
sorprendiera a la familia en diferentes lugares del país. Ana María se hallaba
en Pontevedra con su tío a la espera de que llegase el resto de la familia para
pasar unos días de vacaciones. Pero la familia nunca llegó. Aquel verano
terminó convirtiéndose en una cruenta pesadilla de tres años para todos los
españoles; una pesadilla que se prolongó después durante cuarenta insufribles años
de miseria y represión.
En la otra
pared frente a las estanterías había colgados varios lienzos de Goya, pintor al
que su padre admiraba profundamente. Uno de los cuadros que más impresionaba a
Marian era el del Perro enterrado en la arena. Esa imagen desoladora transmitía
angustia ante la existencia; zozobra y temor ante la frialdad de la nada... De
pequeña miraba el cuadro sintiendo inquietud frente aquel animal desvalido que
miraba al horizonte desprovisto de toda esperanza. Marian lo contemplaba
sobrecogida sin entender en realidad qué significaba.
A su lado,
en un marco grande, estaba La Romería de San Isidro, antiguo fresco
rescatado de las Pinturas Negras en la Quinta del Sordo. Aquella estampa reflejaba el lado
más patético del pueblo español; ese sentido funesto de la vida, esos rostros
ebrios y desencajados, esa mezquindad, esa bajeza de espíritu, todo ello sobre
el fondo gris y tenebroso del paisaje en la lejanía... Esos hombres
desgraciados calaban en lo más profundo del corazón de César. Representaban lo
decadente, lo miserable, lo demencial del ser humano... Era asombroso cómo el
talento de aquel genial pintor había sido capaz de plasmar las dos caras de la
misma moneda. Frente a esa misma campiña Goya recreó en su juventud el ambiente
de colorido y belleza de la romería, que más tarde con el declive de los años
se tornó en un paisaje lúgubre y demencial como alegoría tormentosa de su
propia existencia… Cuando aún podía caminar a César le gustaba recorrer la
ribera del río hasta la Puerta del Ángel para sentarse frente a lo que
antiguamente fue el solar de la Quinta del Sordo. Allí permanecía largo tiempo
imaginándose a Goya abstraído con sus pinceles dando vida sobre la pared de la
quinta a aquellas tétricas Pinturas Negras.
Marian
y Ofelia estuvieron charlando toda la tarde frente a la chimenea junto a los
rescoldos de las brasas. Ofelia le puso al tanto de muchas cosas que
desconocía... En cuestión de horas, esa mujer consiguió lo que César no pudo
hacer en años. Poco a poco el muro se fue resquebrajando y los mil candados que
oprimían sus sentimientos fueron abriéndose uno a uno. Marian se dio cuenta de
lo poco que en realidad conocía a su padre y lamentó el tiempo perdido entre
ellos por su resentimiento.
Al anochecer
Ofelia encendió las velas de todas las estancias. Después le dijo a Marian que
se iba a quedar allí sola hasta el día siguiente.
—Si sucede
lo peor no dudes en llamarme.
—Así lo
haré...
Se
despidieron con un abrazo fraternal en la entrada de la casa. Marian había
cogido cariño a aquella enigmática mujer que cuidaba a su padre de manera
altruista. En realidad, no sabía qué tipo de relación existía entre ellos.
Ofelia debía tener unos veinte años menos que César, pero por la forma de
hablar sobre él con una admiración especial intuía que tiempo atrás pudo haber
algo más allá de una simple complicidad... César siempre fue un hombre con un
magnetismo especial que atraía a las mujeres. Reflejaba una pureza interior que
le convertía en un ser estimulante. Lo cierto es que nunca tuvo suerte con sus
relaciones sentimentales y fue encadenando una serie de amores fallidos que
hicieron mella en su corazón a lo largo de toda su vida.
4
Debido al
cansancio del viaje Marian se quedó dormida en el sofá durante varios minutos.
Al cabo de un rato, despertó sobresaltada. Había tenido una pesadilla que la
sobrecogió: se veía a sí misma radiante en una mañana luminosa de
primavera. Marian abría las puertas del balcón de par en par y salía para
inundarse de luz. El sol resplandeciente la desbordaba cegándole los ojos... A
lo lejos, un pájaro negro comenzó a volar haciendo círculos a su alrededor
aproximándose cada vez más... Marian sonreía contemplando el vuelo del ave. Sus
giros acrobáticos en el aire le transmitían una agradable sensación de
libertad... De pronto, aquel pájaro se lanzó sobre ella y le golpeó la cara con
violencia. En ese instante Marian volvió en sí. Entonces recordó que cuando era
pequeña su padre le contaba muchas cosas sobre árboles y pájaros. «Nada como
oír cantar a un pájaro bajo la sombra de un árbol», solía decir sentado en la
mecedora del porche. Cada día mencionaba nuevas especies mientras Marian
escuchaba embelesada... César le hablaba de las hojas del nogal, de la
sabiduría de la higuera, de la sombra del castaño, de la fortaleza del roble,
del misterio de las hayas... También del canto virtuoso del ruiseñor, de la
elegancia del mirlo, del reclamo del cuco al anochecer, del ulular
fantasmagórico de la lechuza... Cierta vez, siendo todavía una niña, Marian le
preguntó por el ave que pasaba más tiempo volando en el cielo. Su padre
contestó que el vencejo permanecía durante horas haciendo círculos, desafiando
incluso las inclemencias del tiempo. «Papá, me gustaría ser un vencejo para estar
siempre volando», le dijo Marian. «Ten cuidado», respondió César. «El vencejo
es el ave que más tiempo pasa en el aire, pero si cayese al suelo, le sería
imposible volver a remontar el vuelo». El pájaro negro que volaba haciendo
círculos en su sueño era un vencejo... Intuyó que se trataba de un mal
presagio, como si ella misma se hubiese estrellado al descuidar su trayectoria.
Marian se sintió intranquila, pero intentó olvidarse de aquello. Se levantó y
fue al baño a lavarse la cara con agua fría. Luego cogió una vela del salón y
se dirigió a la cocina para prepararse una infusión de poleo. En ese instante,
César comenzó a delirar en el cuarto. Marian apagó el fuego temblando. Su pulso
se aceleró. Quiso acercarse hasta allí, pero se quedó bloqueada. No podía
dar ni un solo paso. Aún no había visto a su padre y entrar en la habitación le
imponía un tremendo respeto. Tenía miedo de cómo reaccionaría al verla después
de tanto tiempo... Entonces pensó lo estúpida que era. No tenía sentido hacer
un viaje de mil kilómetros para luego quedarse en la habitación contigua sin
atreverse a entrar. Marian respiró hondo y se armó de valor. Cogió la vela, se
dirigió hacia el cuarto, abrió la puerta y se paró bajo el dintel. La estancia
permanecía iluminada con un par de candelabros. Bajo la luz tenue de la
estancia vio a su padre tumbado en la cama boca arriba. Veinte años separaban
esa imagen de la última vez que le tuvo frente a él... Estaba muy envejecido y
canoso, con el rostro lleno de arrugas marcadas. Un espeso bigote blanco cubría
casi por completo sus labios. Tenía los ojos medio abiertos, perdidos en la
penumbra de la habitación.
—Agua... —pidió
con la voz quebrada.
Marian fue a
la cocina y al momento regresó con un vaso. Se acercó a la cama y le incorporó
un poco. Tembloroso, cogió el vaso con las manos y le dio varios sorbos. Al
terminar, Marian lo dejó sobre la mesilla y se sentó al borde de la cama. En el
silencio de la noche comenzó a escucharse un extraño sonido dentro de la casa.
Parecía provenir de la parte de arriba. Las viejas escaleras de madera
desgastada le trasladaron una vez más a su infancia. Hacía muchos años que no
subía al desván. Siempre tuvo miedo de entrar allí sola... Aquel sonido parecía
el eco de un suspiro.
—Es... la
lechuza... —balbuceó su padre.
Marian
respiró tranquila. Había llegado a sentir escalofríos... César torció la cabeza
lentamente y la miró. Sus ojos se encontraron por primera vez después de mucho
tiempo.
—¿Quién...
eres? —preguntó con un hilo de voz.
—Soy tu hija
Marian. He venido desde Galicia para verte.
Por unos
instantes permaneció sin hablar.
—¿Mi hija?
—respondió con la vista perdida—. ¿Qué hija?
Se quedó
sobrecogida. Era muy duro para ella tener que admitir el hecho de que su propio
padre no la reconociera, pero no quiso darle importancia. Ofelia le había
comentado que pasaba de la lucidez a la locura desde la noche anterior. Era
capaz de desvariar con frases en apariencia incoherentes y luego resurgir con
el discurso propio de un oráculo. En plena madrugada y debilitado por su
dolencia no resultaba extraño que tuviera delirios. Marian intentó llevar
las cosas con naturalidad. Cogió su mano izquierda y le dijo suavemente:
—¿Recuerdas
esa niña a la que le hablabas de árboles y pájaros?
El padre
respiraba despacio mientras la escuchaba.
—Ten
cuidado... —susurró—. Los vencejos vuelan sin cesar, pero si caen, ya nunca más
podrán remontar el vuelo...
—Lo sé,
papá.
—No me
llames papá —respondió con voz áspera—. Yo no tengo ninguna hija.
Marian se
incomodó. Sabía que no iba a ser fácil mantener una conversación fluida con su
padre, pero no se iba a dar por vencida. Nunca cejaba en el empeño ante las
dificultades. Era una mujer decidida, con una voluntad de acero. Todo lo que
había conseguido en su vida era fruto del esfuerzo y lo que se proponía
terminaba por conseguirlo. Una vez más recurrió al mismo razonamiento: no había
cruzado la mitad de la península para regresar a casa abatida por un padre que
la repudiaba sobre el lecho de muerte… Si miraba hacia dentro de su corazón, se
daba cuenta de que aquella situación la había provocado ella misma con un
bloqueo emocional que en realidad no era justificado. Durante años le dio de
lado impulsada por una serie de reproches que ni siquiera estaba segura de mantener
como argumentos sólidos, ya que su padre, a pesar de su ausencia durante la
infancia, siempre la había querido con todo el amor del mundo… César era una
persona entrañable, aunque a veces difícil de tratar; algo así como un caballo
noble, pero a la vez brioso e indomable. Y parte de su encanto residía
precisamente en eso. Sus arranques de genio en el fondo no eran otra cosa que
una protesta por sus sentimientos heridos.
Marian abrió
el bolso y sacó una pequeña fotografía. En ella salía abrazada con su padre a
la edad de cuatro años.
—¿Sabes
quiénes son?
César ladeó
la cabeza con lentitud y miró la imagen. Poco a poco fue recobrando la lucidez,
aunque su expresión continuaba siendo de rechazo. A pesar de su decrepitud todavía
le quedaban destellos de fortaleza.
—No lo sé,
ni me importa —espetó.
—Somos
nosotros en la playa del Moncayo, papá.
—¡Te he
dicho que no me llames papá!
—¡Pero soy
tu hija! —gritó Marian ofendida.
César al
instante se reconoció en aquel temperamento espontáneo. El anciano la miró
fijamente a los ojos.
—¿A qué has
venido, a verme morir?
Marian se
sintió vapuleada una vez más. La foto le temblaba entre las manos; no sabía qué
hacer con ella.
—Vete.
Quiero estar solo.
—No me
pienso ir —respondió dolida—. He hecho muchos kilómetros para estar contigo.
—¿Para estar
conmigo? —susurró desconcertado.
César se
incorporó apoyándose sobre el cabezal. Un torrente de imágenes pasadas
atravesaron la mente del anciano. Por unos instantes recuperó el brillo en sus
ojos y habló con dolor en sus palabras.
—Un montón
de veces intenté quedar contigo para vernos, pero siempre me rehuías. Un montón
de cartas enviadas a tu dirección quedaron sin respuesta... Siempre estuve a tu
alcance... y siempre me rechazaste.
César se
quedó pensativo con la vista perdida en los recuerdos. Su expresión recuperó
algo de lozanía trasladándose con la mente a tiempos lejanos.
—De pequeña
eras un cielo de niña... Bonita, dulce, cariñosa, inteligente, observadora...
Sí, tenías una personalidad fuera de lo común. «Papá, te quiero mucho», me
decías a menudo… Pero a medida que fuiste creciendo te alejaste de mí. Sí, te
volviste fría y distante. A partir de los quince años esa frialdad se convirtió
en intransigencia y desprecio... Intenté por todos los medios cambiar aquella
situación, aunque fue en vano... Nunca supe la razón que te hizo volverte tan
arisca conmigo... Una vez discutimos y me dijiste: «Si no te gusta nuestra
relación, se corta». Con aquellas palabras me sentí triste y frustrado... A
pesar de todo, seguí intentando acercarme a tu corazón, pero siempre me chocaba
contra un muro de granito. Y eso duró años, muchos años... hasta que un día ya
nunca más volví a saber de ti......
Hubo un
silencio sepulcral. Marian miraba al suelo cabizbaja.
—¿Sabes?
—continuó hablando el padre—. Mis mejores canciones llevaban tu nombre... Quise
compartir contigo momentos, viajes, conversaciones, risas, abrazos..., pero
siempre me despreciabas castigándome con tus silencios. Me acerqué a ti una y
otra vez, pero una y otra vez me fustigabas con el látigo de tu indiferencia...
He sufrido mucho por ello, mucho... Me hiciste sentir culpable durante toda la
vida a pesar de tener la conciencia limpia y tranquila. Yo te abría los brazos,
pero tú me dabas una patada en el costado... Y la única, la única vez que te
dignaste a ser sincera conmigo, fue para escribirme una carta en la que me
decías que había sido un mal padre y que siempre te hice daño... ¿Daño, por
qué? ¿Por intentar acercarme a ti, por querer compartir cosas con mi hija? No
entendía nada de lo que pasaba. Nada...
César la
cogió por el brazo incorporándose de la almohada.
—¿Por qué
eras así conmigo? —gritó con los ojos encendidos—. ¿Por qué?
La foto cayó
al suelo. Le temblaron los brazos ante la vehemencia de su padre. Incapaz de
articular palabra alguna, escuchaba agarrotada con un nudo en el estómago
pesado como el plomo.
—Aún
recuerdo con nitidez aquella triste carta... Decías que estaba lleno de
fantasmas... Sí... En eso acertaste de pleno... Toda mi vida ha sido una continua
procesión de fantasmas... porque nunca he sido capaz de entender este mundo...
Nunca he podido comprender la infamia del hombre, su ego, su crueldad, su
locura; esa locura que me hizo volverme loco a mí también... Y luego... mi
hija... mi propia hija... escribiendo unas letras que me desgarraron el alma...
Por eso ahora no entiendo qué quieres de mí... Tan sólo soy un viejo
moribundo...
Marian dio
gracias por aquel arrebato de lucidez a pesar de los reproches que le
estaba lanzando a la cara. Si, dolía escuchar todo aquello de golpe tras veinte
largos años en los que no se habían cruzado sus miradas... Recuerdos del pasado
se agolparon en su mente en aquel preciso instante: Se vio de la mano con su
padre por el paseo marítimo tomando un helado... En la orilla de la playa
recogiendo conchas de mar... Montando en bicicleta por las huertas entre
limoneros... Dando de comer pan con leche a los cachorros de mastines... Al
final de todas aquellas escenas evocadoras una antigua imagen planeó sobre su
memoria. Estaban los dos sentados bajo el centenario yinkgo biloba del parque.
César la miraba con dulzura y a la vez con expresión de tristeza. Una vez más
debía partir y estarían sin verse muchos meses. Entonces le pidió algo que la
sobrecogió… Quizás aquel fue el motivo que la impulsó a emprender el viaje a
Madrid.
—¿Te
acuerdas cuando me dijiste que querías sentir mi mano en el momento de...?
Marian no
pudo seguir hablando. Varias lágrimas brotaron deslizándose por su rostro. Los
ojos del padre brillaban iluminados bajo la luz tenue de los cirios que se
consumían vacilantes en la penumbra de la alcoba. Un suspiro de la lechuza
envolvió de nuevo el silencio de la noche.
5
Siguiendo las indicaciones de Ofelia, Marian buscó nuevas velas en los cajones
de la cocina. Cuando volvió para reponerlas, César se había quedado otra vez
dormido con la respiración quejumbrosa. Salió de la habitación y aprovechó para
reavivar el fuego de la chimenea. Era pleno invierno y el frío a esas horas de
la madrugada se hacía muy intenso. Al estar cerca del río, el relente penetraba
por las rendijas de las ventanas. De nuevo fue a la cocina para preparar la
infusión que había dejado a medias. Decidió añadir también hierbas de melisa
para calmar los nervios. El reencuentro con su padre había sido un choque frontal.
Tenía los sentimientos desbordados... Se sentó junto a la chimenea con la
bebida caliente entre las manos. Mirando las brasas, rememoró todos los
momentos vividos junto a él. Si bien no fueron muchos, los recordaba con ternura,
sobre todo aquel día en la feria donde se sintió la niña más feliz del mundo...
En su inocencia, no entendía por qué papá todas las veces tenía que irse a las
pocas horas de visitarla. Marian recordó los pasajes de su infancia con
melancolía... Siempre fue una niña especial. Había en su mirada un halo de
tristeza. Su mundo interior era un océano de emociones intensas. Navegó muchos
años con las velas desplegadas por esos mares sin rumbo fijo evitando las
costas donde pudiera hallar a su padre. No quiso recalar en ningún puerto que
le acercara a él y la distancia acabó hundiendo sus sentimientos en las
profundidades.
De pronto
volvió a escucharle gemir quejumbroso en la habitación. Marian se levantó
acercándose hasta el dintel de la puerta. César entreabrió los ojos.
—¿Aún sigues
ahí? —balbuceó—. Vete, quiero estar solo.
—No pienso
irme.
—Pero...
¿qué pretendes? No logro entenderte. Tú... tú nunca me has querido.
—Cómo puedes
decir eso... —susurró intentando convencerse a sí misma.
Se quedaron
un instante en silencio. El padre la miró con tristeza.
—Para ti
siempre he sido como si no existiera... Jamás me llamaste en fechas
señaladas... Jamás quisiste venir a pasar unos días conmigo... Jamás te
interesaste por mis inquietudes... Jamás seguiste ni uno solo de mis
consejos... Jamás...
—Te
equivocas —replicó Marian—. Nunca olvidé tus consejos.
—Lo dices
para consolarme ahora que me queda poco de vida…
—Créeme,
papá. Tengo muy buena memoria. Siempre he tenido presente todo lo que me
contabas de pequeña.
—No te creo…
—murmuró resentido—. Tan sólo quieres que muera en paz y...
César dejó
de hablar. El resuello ante la excitación del momento le ahogaba. Marian
intentaba ganarse su favor. Al menos esta vez no le había recriminado que le
llamara papá.
—Recuerdo
incluso detalles y palabras tuyas como si fuese ahora mismo…
Marian entró
en la habitación, se sentó al borde de la cama y recogió la foto del suelo.
Luego continuó hablando mientras la observaba.
—Me llamabas
pelufita porque cuando era un bebé y estaba en la cuna arrancaba las pelufas de
la manta ronroneando como un gato.
César
escuchaba a su hija con la vista perdida.
—Una vez te
dije: «Tú no sabes lo que hay aquí dentro», refiriéndome a mi cabeza. Era una
niña, tan sólo una niña, y te sorprendiste... Otra vez quisiste jugar conmigo a
hacer quebrados y no me podías seguir, ¿lo recuerdas? Iba más rápido que tú y
al final te echaste a reír... Sí, papá, todavía guardo muchos momentos en mi
memoria... No se me olvidará nunca cuando salvaste aquellos gorriones que se
habían caído del árbol. Subiste trepando por una rama y los dejaste de nuevo en
el nido... También me acuerdo cuando nos fuimos de acampada y vimos pasar de
noche a una manada de jabalíes con sus crías... Y aquella amiga tuya que decía
tener un saquito con polvos mágicos y me contaba historias de duendes... ¿Y
recuerdas cuando te ayudaba a hacer gazpacho en verano? Te ponías piel de
pepino pegada en la frente y yo me reía... ¿Y las poesías de niños que
recitábamos juntos? «Ventanas azules,
verdes escaleras...» ¿Lo recuerdas?
Marian le miraba expectante. Una
leve sonrisa pareció surgir de los labios de César ante aquellos comentarios
del pasado.
—De todo lo que me dijiste, recuerdo sobre todo esta frase: «Una
persona sin palabra es como una moneda falsa». Esa sentencia me ha acompañado
siempre hasta hoy...
Marian
procuraba estimularle a cualquier precio rememorando vivencias del pasado.
—¿Recuerdas los
versos que escribiste cuando era un bebé porque me despertaba llorando de
madrugada? «Alas en la noche, son tus
manos niñas, vuelan a mi rostro, toman mi cabello, buscan mi presencia, para
descansar...» ¿Y la canción de Silvio que me cantabas siempre de pequeña? «Lo que a mí más me ha estremecido son tus
ojitos mi hija, son tus ojitos divinos...». ¿Y te acuerdas cuando cumplí quince
años? Me mandaste una carta llena de pétalos de rosa con la letra de Palabras
para Julia: «Tú no puedes volver
atrás, porque la vida ya te empuja, como un aullido interminable, interminable.
Te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola; tal vez querrás no haber
nacido, no haber nacido...» Todos los otoños me enviabas sobres con hojas
secas... Sí, todavía las conservo. Sobres llenos con hojas de acacia, de olmo,
de abedul, de fresno... Recuerdo cuando me llevabas al Parque del Oeste para
ver tu árbol favorito. Sí, aquel yinkgo biloba de ramas gigantes que en
noviembre se ponía dorado... Nos sentábamos bajo su tronco centenario y me
contabas antiguas leyendas... ¿Lo recuerdas? También me leías cuentos
escuchando música clásica, sobre todo El
Cascanueces de Tchaikovsky y a los tres grandes compositores como tú les
llamabas: Mozart, Bach, Beethoven… Pensabas que Mozart representaba la
gallardía, Bach la espiritualidad, y Beethoven el temperamento... Decías con
admiración que la Novena Sinfonía era
capaz de poner al mundo en su sitio… Y Vivaldi, claro, Vivaldi… Afirmabas que
sólo por el hecho de escuchar Las Cuatro Estaciones merecía la pena
haber nacido en este mundo… Recuerdo que cuando murió el abuelo pusiste el
Réquiem de Mozart y te
echaste a llorar sobre la cama... También me hablabas del alma atormentada de
Chopin y de sus delirios en pleno proceso de creación, como si en esos
momentos vendiera su alma al diablo para hallar la nota exacta y así componer
obras sublimes... A menudo por las mañanas solías escuchar los Conciertos de
Brandenburgo mientras regabas los árboles del jardín. Asegurabas convencido que
Bach era un espíritu irreal...... Sí... Me ha traído tantos recuerdos volver a
esta casa... He estado contemplando el retrato de la abuela Ana María... No
tengo palabras. Era realmente preciosa... Bella por fuera y por dentro, como tú
decías...... Al ver la foto del tío Antonio me he acordado de lo bien que
hablabas de él y de cómo cuidó de tu madre durante la Guerra Civil. La pobre
abuela tan sólo era una niña... Pasaron tres años comiendo migas de pan con
manteca y mondas de patatas... Pobrecitos, debieron sufrir mucho durante todo
ese tiempo sin saber nada de la familia... Vivieron toda la guerra en la Plaza
de la Leña... ¿Sabes? A menudo paseo por esa plaza y me acuerdo de ellos. Tuvo
que ser un gran hombre el tío Antonio... Todas las Nochebuenas subía a casa al
sereno del barrio para que cenase con nuestra familia y no se quedara solo en
la calle. Ningún beato con toda su fachada de cristiano era capaz de hacerlo,
pero el tío Antonio lo hacía. Y no era creyente. Sí, el tío Antonio...
Marian dejó
de hablar. Durante varios segundos permanecieron en silencio. César la miró
fijamente. Había en sus ojos algo insondable; una fuerza bruta que sin duda reflejaba
su interior.
—¿Crees que
me conoces?
Marian se
quedó turbada. A medida que ella daba un paso hacia delante, era como si su
padre diese otro hacia atrás.
—¿Qué
pretendes ahora, ganarte mi voluntad para quedarte con la conciencia tranquila
cuando muera? Me llevas despreciando desde hace lustros. Me has castigado
siempre por no haber estado allí en tu infancia. Quisiste hacerme sentir
culpable de no haber sido un verdadero padre para ti. Pero... ¿culpable?
¿Culpable de qué, de vivir? ¿Quién puede ser culpable de vivir o de existir?
¿Tú, yo? ¿Quién nos llamó? ¿Quién nos trajo aquí y para qué?
César miraba
a su hija atravesándola con los ojos. Las palabras se desplomaban sobre ella
como bloques de mármol. Todo lo que le decía quedaba cincelado en su corazón. La
voz del anciano resultaba muy persuasiva. A pesar de los años, continuaba
siendo apasionada y vehemente.
—Le hablo a
una mujer, no a una niña. Aún quieres mostrarte como una cría ante mí para que
siga sintiendo que no estuve allí. Pues bien, ahora estoy frente a ti. Aquí me
tienes delante: un padre irresponsable, un bohemio despreciable, un hombre con
el estigma de Caín marcado a fuego en la frente...
Los ojos de Marian comenzaron a llenarse de lágrimas. Entonces su padre cambio
de expresión. Esta vez fue él quien cogió su mano.
—Lo siento… Siento haber estado más pendiente de una canción que de mi propia
hija... Siento haberme quedado abstraído con una melodía que rondaba mi cabeza
durante días enteros descuidando lo más valioso de mi vida... Siento haber
estado obsesionado perfilando unas notas de guitarra… Siento haber permanecido
durante horas escuchando canciones de Serrat, de Aute, de Silvio... Siento
haber vivido más inmerso en sus palabras que en mis propias vivencias deslumbrado
por su forma de expresarse, por su poesía...
Marian le escuchaba con el rostro humedecido.
—Habría dado cualquier cosa por componer la belleza que ellos fueron capaces de
plasmar en un papel para llevarlo después a una canción... «Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que
baja por tu cuerpo...» «Aún guardo el
calor de tu piel en mis venas...»
Durante unos instantes se quedó pensativo
mirándola.
—Es cierto... No estuve allí para verte crecer día a día... Lo siento de corazón...
Pero... ahora... ¿qué puedo hacer por ti? Ya es demasiado tarde para recuperar
el tiempo perdido, y yo no te puedo ofrecer nada...
—Sí —replicó Marian con los ojos brillantes—. Sí que puedes. Puedes ofrecerme
este momento. No quiero nada más. Háblame. Háblame de árboles y de pájaros como
cuando era pequeña...
De pronto comenzó a levantarse un fuerte aire que agitó las copas del nogal y de
la higuera. César se recostó sobre la almohada pendiente de aquel sonido. Luego
habló con voz pausada mientras su hija le cogía la mano.
—El árbol que mejor anuncia
la llegada del viento es el álamo. Se mueve a su compás con destreza como
ningún otro árbol sabe hacerlo. El álamo adora el viento... Le hace sentirse
alegre, exultante... Los árboles perciben todo mucho más de lo que nos podamos
imaginar... El mundo vegetal es mágico, misterioso... Está lleno de secretos
ocultos imperceptibles para el ser humano... No hay nada más sigiloso y a la
vez más lleno de vida que un bosque... Los árboles sienten, ya lo creo que
sienten, como tú y como yo, pero en otra dimensión invisible para nuestros
sentidos, aunque mucho más poderosa en vibraciones... Si rodeas un árbol con
tus brazos y apoyas la mejilla sobre su corteza te lo agradecerá... No con
palabras ni con gestos, pero notará tu calor, tu tacto, tu energía, tus
intenciones... Los árboles siempre nos han dado más de lo que podamos
devolverles... Su madera para hacer nuestras casas… Su sombra para guarecernos…
Sus frutos para alimentarnos… Su leña para protegernos del frío… El oxígeno que
necesitamos para respirar…
Un poderoso trueno
se escuchó en la lejanía. César se detuvo un instante escuchando su sonido.
—En los días revueltos de abril, si los vencejos comienzan a revolotear bajo la
llovizna, es que de nuevo va a salir el sol... Los pájaros, que nos parecen
frágiles, son mucho más fuertes de lo que pensamos... El petirrojo, que cabe en
la palma de tu mano, es capaz de venir volando hasta aquí desde Laponia... Sí...
Con esas dos pequeñas alas es capaz de hacerlo año tras año... Y al igual que
el petirrojo, la golondrina y otros muchos más… No desprecies nunca a nadie por
su tamaño... A veces lo más grande puede ser lo más pequeño, y cualquier
pájaro, por diminuto que sea, nos da lecciones sobre la fuerza de voluntad...
Construyen sus nidos con paciencia, rama a rama, vuelo tras vuelo... Paciencia,
voluntad... Atributos que en apariencia sólo pertenecen al hombre, pero no es
así... Y la música... La música no la inventó la especie humana... Claro que
no... Mucho antes de que nuestros antecesores soplaran por primera vez el
interior de un junco los pájaros ya componían melodías virtuosas... Escucha al
ruiseñor cantar sobre un fresno junto al río. ¿Puede haber algo más bello que
el sonido de su canto? Desde luego que no... Sin los pájaros la primavera no
sería posible...
De pronto comenzó a estornudar compulsivamente. Su rostro se congestionó.
Asustada, le incorporó para que no se ahogara. Cuando se calmó, le dio de beber
agua del vaso. Había perdido el color natural de la cara y tenía los labios
cortados. Marian sabía que su fin estaba cerca... Frente a ella, veía cómo se
escapaba la vida de su padre sin poder hacer nada.
6
El reloj de pared dio las cuatro de la madrugada. César volvió a dormirse con
la respiración sollozante. Marian acomodó su cabeza en la almohada y se quedó
junto a él observándole. Intuía que el tiempo en el reloj de arena se
agotaba... Los truenos provenientes de la sierra cada vez se escuchaban más
cercanos en la ciudad. Temerosa, le cogió la muñeca. Sus pulsaciones eran
tenues y distanciadas. Por un momento pensó en llamar a Ofelia, pero a
esas horas de la madrugada no se atrevió.
César estuvo
dormitando durante media hora. Una vez más despertó gimiendo entre delirios.
—El ser
humano... está perdido... No sabe a dónde va...
El anciano pronunciaba
frases sueltas, a veces precisas, a veces inconexas, entre pausas en las que se
quedaba ausente. Marian no quería que su padre volviera a dormirse por temor a
que ya no despertara nunca.
—Háblame,
papá —dijo agitando su hombro—. No te duermas, por favor...
—¿De qué...
quieres que te hable, si ya...?
—Háblame de
todo. De la vida, de la verdad. Quiero beber de ti, papá; de tu sabiduría, de
tu experiencia.
—Yo... no
puedo ayudarte... No puedes caminar con mis sandalias... Para descubrirlo todo
tendrás que hacerlo tropezando con las tuyas... Cada cual a su momento descubre
lo que el destino... le pone... delante...
Volvió a
quedarse callado con los ojos perdidos. Parecía que estaba a punto de morir.
Marian rompió a llorar en su regazo.
—No te
vayas, papá —suplicaba entre lágrimas acariciando su pelo canoso—. No te
vayas...
César giró
el cuello con lentitud. Levantó el brazo despacio y puso la mano izquierda en
el costado de su hija.
—Ha llegado
mi momento...
—No, aún no.
Háblame. Cuéntame qué debo hacer a partir de ahora. Me siento tan perdida...
El padre
comenzó a hablar de nuevo mientras Marian lloraba tendida sobre su pecho.
—Tan sólo
puedo decirte que aprendas a escuchar... Sí... En todo momento escucha a los
demás... Escucha siempre el doble de lo que hables... Nunca interrumpas a nadie
en su discurso... Cuando tengas algo que decir hazlo despacio y mirando a los
ojos, pero no con gesto de censura, sino con el corazón abierto. Los ojos son
la ventana del alma...
César hizo
una pausa y se quedó pensativo. Luego continuó hablando en tono suave, aunque
con firmeza, como si un hálito de energía resurgiera desde su interior. Marian
le cogió la mano apoyando su cabeza sobre la almohada.
—Aprende de los demás sin dejar de ser tú misma... Escucha los consejos... No
tienes por qué aceptarlos, pero te ayudarán a reflexionar... Escucha a tus
amigos... y también a tus enemigos... Sí, también a ellos... No pretendas
imponer tus criterios a los demás, pues muchas veces las cosas dependen del
cristal con que se miren... La mayoría de las discusiones surgen al no saber
ponernos en el lugar del otro para intentar comprenderle... Por eso escucha...
Sí... escucha... Escúchate también a ti misma y recapacita... Cuando estés muy
segura de todo, duda de tus certezas; pero cuando estés perdida, agárrate con
fuerza a ellas... Desconfía del que siempre cree tener la razón... Nunca
olvides que el ignorante lo tiene todo claro y que el sabio está lleno de
dudas...
Pronunciaba
las palabras fatigoso, con una serenidad que invadía la estancia. El suspiro de
la lechuza comenzó a oírse otra vez tras el ventanuco del desván.
—Escucha a
los pájaros, a los árboles... Sí, ellos también tienen algo que decir por medio
de sus cantos, de sus alas, de sus gestos, de sus ramas... Escucha el sonido de
la lluvia cayendo sobre las hojas… Escucha el torrente de la cascada en lo más
profundo del valle... Escucha el rugido sereno del mar cuando muere en la
orilla, en el sonido espumoso de las olas hallarás la verdad de todo...
—Pero...
¿cómo puedo entender la verdad?
El anciano hizo una pausa mirando con la vista
perdida. Los truenos comenzaron a escucharse cada vez más cercanos.
—La verdad
no se puede entender con palabras... La verdad es un niño mamando del pecho, un
portazo tras un enfado, una decepción tras esperar algo, un día triste en el
cual no entiendes nada... La verdad es sentirte solo y desolado sin que nadie
lo sepa… La verdad es la sonrisa de un desconocido que te mira por la calle… La
verdad es el abrazo de un amigo tras el reencuentro... La verdad es perdonar al
que no se lo merece; la verdad es pedir perdón sabiendo que no tienes culpa...
La verdad es odiar con toda tu rabia; la verdad es amar con todo tu corazón...
La verdad es la vida al filo de la muerte... La verdad eres tú......
Marian
escuchaba atenta aquellas sentencias. Por un momento se cruzaron las miradas y
sonrieron. César tenía aspecto de cansancio, pero su rostro ahora brillaba
radiante. Dejaba fluir todos los sentimientos que emanaban desde su interior
estimulados por la cercanía de su hija. Marian se levantó para reponer las
velas de los candelabros; algunas ya estaban a punto de extinguirse.
—No me hagas
caso... Estoy diciendo muchas tonterías sin sentido.
—No, papá.
Estás diciendo verdades como puños. Sigue, por favor...
Marian se
sentó a su lado mirándole con dulzura. Sobre el tejado comenzaron a caer las
primeras gotas de lluvia en aquella madrugada.
—Sé todo lo
amable que puedas, siempre y en cualquier circunstancia. Una sonrisa nada puede
hacer perder... Acepta a tus amigos como son, no pretendas cambiarlos, ni
pretendas que sean perfectos, porque tú tampoco lo eres... Habrá cosas de ellos
que nunca te gustarán, pero sin duda echarás de menos sus valores si algún día
los pierdes, porque un amigo es un tesoro, pero no un tesoro de monedas, sino
un tesoro repleto de alegrías y buenos momentos...
César se
quedó por un instante en silencio como si recordara algo. La lechuza dejaba
escuchar su suspiro mientras las gotas de lluvia salpicaban con fuerza tras las
ventanas.
—Cada ser
humano tiene algo excepcional, algo que nunca en la historia del universo se volverá
a manifestar de la misma manera... Porque todos somos únicos... Sí, únicos...
Somos una creación de la naturaleza que no volverá a repetirse de idéntica
forma en ningún otro hombre... Cada persona es un mundo en sí misma, por eso
hay que ponerse en el lugar de los demás para comprender sus circunstancias…
Sin empatía es imposible que fluyan los buenos sentimientos entre las
personas... Sí... Las buenas vibraciones son capaces de mover montañas, al
contrario que las malas... Ésas lo destruyen todo... El mundo está lleno de
vibraciones oscuras que bloquean lo bueno que pueda haber en el ser humano......
Huye de las energías negativas y saca lo mejor que tengas dentro... Procura no
sentir rencor por nadie, pues ese sentimiento dañino se volverá contra ti y te
carcomerá el espíritu......
Una descarga
encadenada de truenos se precipitó sobre el caserón. Por unos momentos el
ulular de la lechuza dejó de escucharse.
—Nunca
pongas precio a tu sinceridad ni a tus promesas. Siempre será mejor alguien que
te diga las cosas con claridad, aunque duela. Por eso desconfía de los
hipócritas... No les abras tu corazón, porque el que antepone la apariencia a
la sinceridad es un cobarde y jamás sabrás cómo es... Se ocultarán siempre bajo
un escudo de buenas maneras, pero vacío de contenido... Sí, ten cuidado con los
fariseos. El mundo está lleno de ellos... Para muchos la vida es un baile de
máscaras; un escenario donde representar su papel... Pero esas máscaras al
final siempre terminarán por caer, porque el tiempo va poniendo a cada cual en
su sitio......
Durante unos
instantes César se tomó un respiro. Después su rostro reflejó una expresión más
triste, como si recordase un hecho concreto del pasado. La lechuza de nuevo
empezó a suspirar invadiendo el silencio con su lamento.
—Alguien en
quien hoy confías a ciegas algún día te decepcionará; alguien incluso al que
tenías idealizado y por el cual te partirías el pecho si fuera necesario... Éste
es uno de los aprendizajes más desalentadores de la vida... Pero hay que estar
preparado para ello porque antes o después un desengaño así llegará y
duele en lo más profundo del alma... Es muy difícil encontrar una amistad
verdadera... La amistad cambia o se enfría empujada por las circunstancias...
Lo que ayer fue, hoy se diluye y deja de ser... Tampoco pretendas tener muchos
amigos porque el que es amigo de todos en el fondo no es amigo de nadie... El
amigo de verdad es el que se atreve a ser crítico contigo para ayudarte a
mejorar, no el que te da una palmada en la espalda... El amigo de verdad es el
que no le importa perder horas de sueño si necesitas que te eche una mano... El
amigo de verdad puede estar contigo en silencio sin esperar que nada especial
suceda... La amistad tiene que fluir con naturalidad... Las amistades forzadas
no son amistades porque los amigos de verdad no se hacen, simplemente se
reconocen......
Marian cogió
la mano de su padre emocionada. Nunca en la vida había sentido su compañía de
una manera tan entrañable. Tras una pausa, César continuó hablando lentamente.
—Disfruta todo lo que puedas de los demás, pero no esperes nunca nada de
nadie... Si alguien te sorprende con un gesto loable, tiéndele las manos; pero
no exijas nunca más de lo que te quieran dar... La amistad no se puede exigir,
y el amor tampoco… Entre el amor de pareja y la amistad de un amigo esta última
es mucho más altruista porque el amor siempre exige algo a cambio, mientras que
la amistad se ofrece sin pedir nada... El amor enseguida tiende las cadenas de
la posesión y eso al instante deja de ser amor... Los celos nunca podrán
reflejar una muestra de amor hacia otra persona, sino más bien de posesión... Y
la posesión no es amor, sólo egoísmo... Por eso es tan difícil saber amar de
verdad... Muchas veces nos creemos que amamos a nuestra pareja, pero en
realidad lo que estamos haciendo es amarnos a nosotros mismos por medio de
ella... No confundas nunca el temor a la soledad y el hambre de cariño con el
amor... En infinidad de ocasiones todos nos hemos enamorado del amor más que de
la propia persona hacia la que proyectamos ese sentimiento... El mundo está
repleto de parejas formadas por miedo a la soledad o por interés, no por amor
puro y sincero... En la sociedad en que vivimos poco es sincero, por no decir
nada......
Las palabras de César iban fluyendo entre sus labios como un río manso y
profundo, mientras la lluvia caía con insistencia sobre el tejado del caserón.
—No hagas de la prisa tu forma de vida porque de esa manera nunca podrás tener
paz interior y se empobrecerá tu espíritu... El que permanece en un continuo
estado de ansiedad zafándose en responsabilidades mundanas jamás se detendrá
para mirarse hacia dentro, aunque en el fondo eso es lo que quiere: nadar en la
superficie porque le da pánico zambullirse hasta el fondo de su ser para
conocerse de verdad... Mucha gente se oculta tras un papel ficticio por miedo a
mostrarse como es...
La lechuza suspiraba en el desván de forma acompasada. Parecía estar cada vez
más inquieta por el temporal que se avecinaba. Los leños en la chimenea del
salón pegaban chasquidos convirtiéndose en rescoldos de brasas a medida que
avanzaba la madrugada. Marian escuchaba a su padre con gesto de complicidad.
Sus miradas se encontraron en la penumbra de la noche. Los dos sonrieron con
los ojos brillantes.
—Ríe... Ríe todo lo que puedas y quítale peso a la existencia... Aquí sólo
estamos de paso y al final seremos polvo en el viento... Sí... Polvo en el
viento…… Vive con intensidad todo lo que esté a tu alcance... Disfruta los
pequeños detalles, los que parecen insignificantes... Vive el momento, sobre todo
el momento... Es lo único que de verdad nos quedará para siempre... En lo
efímero de un instante hay algo de eternidad...... También canta... Cantando se
aleja la pena y se consuela el corazón... Esa actitud te propiciará un día
mejor y las nubes se despejarán en tu mente…… Nunca pierdas la inquietud,
porque la inquietud está llena de vida... Siempre hay cosas nuevas en el mundo
por descubrir... Cada día te sorprenderá algo que hasta ese momento durante
todos los años de tu existencia te había pasado desapercibido......
De
nuevo una descarga de truenos se precipitó con ímpetu sobre la ciudad. Las
velas de los candelabros se consumían despacio ante las palabras conmovedoras
del anciano.
—Evita a las
personas que alimentan su ego haciéndose las víctimas… Siempre darán vueltas en
círculo lamentándose sin buscar remedio a sus problemas porque en el fondo se
sienten cómodos en su papel de mártir…… Huye de la gente negativa... No de la
que se siente triste por algo en concreto, sino de la que es agorera de continuo…
Intentarán hundirte en el pozo con ellos...... Haz de las penas flores, porque
la pena y el sufrimiento también tienen su enseñanza... Del lodazal pantanoso a
veces surgen los colores más bellos… La flor de loto nace del fango…… El que no
ha sufrido nunca no puede crecer como ser humano... El que sufre se fortalece y
valora más las cosas buenas de la vida; de esta vida que nos es regalada y a la
que nadie nos ha preguntado si queríamos venir... Pero estamos aquí... No puedo
decirte por qué... Nadie puede decirlo... Nadie......
Por momentos
parecía que le faltaba el resuello, pero César continuó hablando despacio.
Marian le escuchaba embelesada, como cuando era una niña y su padre le narraba
cuentos bajo la sombra del yinkgo biloba.
—Intenta ser siempre positiva en la apreciación de las cosas... No es fácil, lo
sé... Pero hay que valorar el lado bueno de las circunstancias que nos rodean
porque si ves siempre la botella medio vacía al final te amargarás......
Procura no perder el ánimo, ni siquiera en los días más grises en los que
parece que todo está en contra de ti... Cada vez que nos desalentamos algo
muere dentro de nosotros... Por eso no te rindas nunca... Lucha... Lucha con
todas tus fuerzas... Cuando desfallezcas, cuando creas que no hay salida, haz
un esfuerzo más para caminar hacia delante... A veces algo grande nos espera a
la vuelta de la esquina justo cuando creemos que estamos vencidos...... A
menudo lo que nubla nuestros pensamientos tan sólo es cansancio y hastío de la
mente... El desánimo no nos deja ver que hay colores, sonidos, perfumes,
cabellos, piel, labios, sonrisas, manos, caricias, tacto, dulzura, brisa,
azahar, romero, jazmín, fresas, mandarinas, jilgueros, cigüeñas, conchas de
mar, arena de playa, hierba fresca, regatos de agua, oasis, cascadas, bosques
frondosos, rocío, escarcha, arco iris, aurora boreal... Cuando no entiendas
nada, cuando estés confundida y el caos en tu vida te desconcierte, piensa que
eso no es tan malo... El mundo se rige por un cúmulo infinito de discordancias
y ese azar impredecible también tiene su encanto... Por eso no pretendas que
siempre todo vaya bien. Eso es una quimera inalcanzable... En la vida no
existen los caminos allanados... Te encontrarás con zanjas en las lindes, con senderos
pedregosos, con trampas inesperadas... Es imposible no tropezar nunca sin
caer... Lo único que está a nuestro alcance es levantarnos siempre... Sí... La
voluntad para reponernos es lo único que está en nuestras manos porque la
felicidad eterna no existe... Existen momentos felices, pero efímeros como
nubes que se transforman en el cielo... Nadie puede atrapar una nube... Nadie
puede pretender que permanezca estática para siempre sobre el firmamento......
César estaba muy cansado, pero continuó hablando como si supiera que aquellas
eran sus últimas palabras y quisiera transmitir todo el legado de las
experiencias vividas a su hija.
—Camina por
la vida con paso firme convencida de lo que quieres. Cuando te halles frente a
un cruce piénsalo muy bien antes de seguir una de las sendas porque es en el
momento de tomar decisiones cuando forjamos nuestro destino... Camina atenta
sin caer nunca en el desaliento... Siempre que tropieces levántate una vez más
sin detenerte a lamer las heridas... Camina con el corazón abierto sonriendo a
los demás, aunque por dentro estés ahogada en penas... A pesar de todo, la vida
es maravillosa......
Marian le
miraba con ternura acariciándole. Una tímida sonrisa afloró de sus labios.
—Sonríe...
Sí... Sonríe siempre, aunque estés triste...
El brillo en los ojos de César se iba apagando. La respiración del anciano cada
vez era más pausada. Aquella charla tan intensa le había debilitado hasta
dejarle al límite de sus fuerzas. Marian se dio cuenta de que la vida se
escapaba de su cuerpo y sus ojos se nublaron con un velo húmedo. Por unos
instantes la imagen de su padre se tornó borrosa ante ella. Ahora lamentaba lo
que no había vivido junto a él durante años, todo aquel tiempo precioso
desperdiciado... Entonces comprendió que no se puede culpar para siempre a
nadie por equivocarse.
César giró
la cabeza levemente y la miró con humildad.
—Hija,
perdona si alguna vez te hice daño. Nunca fue mi intención. Te juro que habría
dado la vida por ti...
Marian
sintió un vuelco en el pecho. Por primera vez le había llamado hija... Dos
lágrimas se deslizaron livianas sobre su rostro resbalando hasta el cuello. En
esos momentos se sintió más unida a él que nunca. El suspiro tenebroso de la
lechuza se volvió a escuchar con intensidad por toda la casa. Era como si aquel
sonido lastimero anunciase el final. La respiración del padre se hacía cada vez
más pausada en el silencio de la noche. Con un hilo de voz apenas perceptible,
el anciano susurró por última vez mirándola.
—Tus ojos,
mi niña... Tus ojos...
César apretó
la mano de su hija y se quedó inmóvil. Su corazón dejó de latir. Marian lloró
desconsolada abrazando a su padre. Le acarició las mejillas y le besó como
nunca jamás le había besado en la vida. Entonces comprendió que algo suyo se
había ido con él.
La tormenta
arreciaba con fuerza sobre el caserón. El viento era cada vez más intenso y los
truenos hacían retumbar las paredes. Las velas de los candelabros estaban a
punto de consumirse. Marian permaneció junto a su padre hasta que la luz mortecina
dio paso a la oscuridad. Durante el resto de la noche notó un vacío infinito en
el estómago, como si alguien le hubiese arrancado de cuajo el alma… Al final de
la madrugada se levantó de la cama y salió a tientas de la habitación. Algo
aturdida, se dirigió hasta el recibidor, abrió la puerta de entrada y se paró
bajo el porche. Después caminó unos pasos quedándose a la intemperie. La lluvia
seguía cayendo de manera insistente. El agua calaba su cuerpo y sus cabellos,
pero no le importaba. Comenzó a sentir una paz inmensa en su interior... Por
fin se había quitado de encima el lastre que la estuvo mortificando desde la
infancia. Por fin había destruido ese muro de incomunicación que tantas
frustraciones provocó entre los dos.
7
Empezó a
clarear sobre los tejados de las casas. Las nubes plomizas se fueron disipando
para dar paso a una tímida luz rosácea que anunciaba la aurora.
Contemplando aquella claridad, Marian presintió que desde ese mismo instante
comenzaba una nueva etapa en su vida…
Días después regresó a Galicia con la intención de hacer la mudanza. Había
decidido trasladarse a Madrid para vivir allí. Sentía la necesidad de recuperar
sus orígenes tanto tiempo perdidos en la distancia y desempolvar los recuerdos
que año tras año se habían ido acumulado en la vieja mansión junto al río.
Infinidad de sorpresas le aguardaron a su vuelta... Arriba en el desván encontró
todo un mundo de recuerdos nostálgicos y evocadores. En un arcón fue hallando
retazos del pasado que la dejaron sorprendida: montones de poesías dedicadas para
ella, fotografías de su infancia que jamás había visto y un manojo de cartas
escritas entre sus padres que le llegaron a lo más profundo del corazón. Descubrió
en aquellas hojas amarillentas un universo de emociones que ignoraba por
completo. Le fascinó leer esas cartas de amor donde mostraban sus anhelos y sus
pasiones… También encontró un viejo diario con tapas de cuero en el cual César
vertía todas sus inquietudes. Por medio de esos escritos pudo ahondar en los
sentimientos de su padre. Entre las páginas reconoció a una persona sensible,
vapuleada por los avatares de un mundo hostil que nunca llegó a comprender...
Al final del diario, el anciano había escrito unas palabras que hacían mención
a su última voluntad. Pedía que después de morir sus cenizas fueran esparcidas
entre la higuera y el nogal del jardín.
Marian cumplió aquel deseo en un atardecer de invierno. Sobre la tapia de la hacienda, frente a los dos árboles, mandó grabar en una losa de mármol el texto de una canción que siempre había formado parte de la vida de César:
Confusion, will be my epitaph,
as I crawl a cracked and broken path
if we make it we can all sit back
and laugh.
But I fear tomorrow I¨ll be crying
yes I fear tomorrow I¨ll be crying
Todas las
mañanas salía al porche para escuchar los pájaros y contemplar aquellos árboles
que tanto amó su padre. Sentada en la vieja mecedora interpretaba con la
guitarra canciones que revivían el espíritu de aquel bohemio errante...
Las aves migratorias
no tardaron en llegar y con ellas el cambio de estación. Una algarabía de
vencejos revoloteaba sin cesar por los alrededores anunciando a los cuatro
vientos la llegada de la primavera. Ante su sorpresa, algunos días más tarde
pudo comprobar que estaba embarazada.
Marian sabía que esta vez todo iba a ser distinto... Con los restos del muro
que durante años le separó de su padre, construiría un puente que la uniese de
por vida a ese nuevo ser que ya se manifestaba dentro de su vientre; esa nueva
vida a la que ya escuchaba atenta para sentirse en paz consigo misma.
FIN
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http://oscarnobregasbajolacalavera.blogspot.com/
Libros de Oscar Nóbregas
Entrevista con Oscar Nóbregas
Oscar, ¿se puede vivir de escribir hoy en día?
Salvo algunos privilegiados, es muy difícil vivir de la literatura; aunque pienso que es mejor que sea así. La creación no debe estar sujeta a una nómina, porque escribir bajo presión a lo único que conduce es a coartar la espontaneidad. Un escritor no puede escribir una novela pensando que con el dinero que obtenga va a pagar las facturas.
Los editores son un mal necesario para los escritores; un arma de doble filo que se puede volver contra ti. Lo más duro para un escritor es descubrir que los problemas no terminan cuando publica una novela, sino que pueden empezar justo en ese momento... Si tienes buena relación con tu editor, éste puede darte alas y hacer que tu obra crezca; pero si tienes la mala suerte de topar con un editor que no te apoya lo suficiente, puede convertirse en tu principal enemigo; la tumba de tu propia novela. Con un editor abúlico todos tus esfuerzos caen en saco roto. De nada sirve remar con todas tus fuerzas, si el que lleva el timón te deja encallado en la orilla.
Internet
Siempre miro con recelo los avances tecnológicos, pues pienso que muchas veces nos proporcionan "comodidades" que a la larga te acaban creando una dependencia innecesaria, que al final lo único que consigue es esclavizarnos. Pero como todo en la vida, depende del uso que le des a las cosas. En el caso de Internet, no se puede negar que es un instrumento que bien utilizado ofrece infinitas posibilidades al permitir comunicarte con el resto del mundo. Para mí es muy gratificante saber que gracias a los foros literarios de Internet, mi novela ha llegado a manos de lectores en toda Hispanoamérica e incluso al sur de los Estados Unidos.
A veces pienso que la gente debe de estar muy vacía por dentro cuando siente la necesidad obsesiva de comunicarse a cada instante por medio del Smartphone. Este artilugio se ha convertido en una prótesis inseparable de las personas. Es patético observar a todo el mundo imbuido en sus teléfonos como si buscaran ansiosamente la felicidad allí dentro.
Internet al margen de las incuestionables ventajas como medio de comunicación, se ha convertido en una corrala cibernética donde lo importante por encima de todo es aparentar. La gente disfruta más enviando una foto de algún lugar exótico para que la vean los amigos en vez de vivir ese momento para sí mismos. Esa actitud me parece cuanto menos preocupante.
Internet es un espacio donde se puede maquillar fácilmente la realidad, creando un escenario virtual en el cual lo importante es lo que se ve por la pantalla, no lo que realmente es.
La crisis económica es algo que sin duda ha repercutido en todos los ámbitos, tanto a nivel nacional como internacional. En la literatura no iba a ser menos y las ventas han descendido desde hace un par de años. Pero al margen de la literatura, lo que me preocupa de todo este "pesimismo general" que estamos viviendo no es la crisis en sí misma, sino saber quién está interesado en tenernos pendientes de que suba o baje la Bolsa para desviar nuestra atención de los problemas reales de nuestra sociedad, y de esa manera tenernos hipnotizados. Nos marean con cifras y términos económicos que a la postre lo único que consiguen es desorientarnos y que perdamos toda referencia con la realidad. Los medios de comunicación se convierten en trileros que nos bombardean con noticias contradictorias las cuales terminan por anular cualquier criterio razonable.
Quizás el hecho de dar más relieve a tus escritos mediante una lectura oral de los textos, descubriendo que una misma frase puede ser leída con matices distintos.
La Radio te proporciona el tono y la intensidad de la que carece la lectura mental, pues a veces las palabras se quedan algo mudas si no las expresamos mediante los labios.
La Radio también te aporta ese punto de improvisación que a menudo libera a los textos de las páginas y los hace volar más libres.
Sí, de hecho las portadas de tercer y del cuarto libro llevarán fotos hechas por mí. No ha surgido antes porque no veía una imagen que pudiera encajar con el ambiente de la novela.
De esa crónica surgió la idea de mi segunda novela Efluvios Metafísicos, que de alguna manera es un homenaje a la música contemporánea en sus distintos estilos: Blues, Jazz, Rock, Pop, Folk, New Age, etc.
Desde siempre he estado rodeado de músicos, cantantes o de gente melómana apasionada con grandes colecciones de discos, por lo cual no me ha sido difícil imbuirme de lleno en dicho terreno.
En cuanto al Rock, lo he disfrutado de manera apasionada desde la adolescencia, y, aunque no tuve la suerte de experimentarlo en su época dorada por cuestiones de edad, sí que he vivido la inercia de ese movimiento unos años más tarde.
La lista de grupos de Rock que me han influido sería interminable... Básicamente corresponden a bandas formadas en las décadas de los 60 y los 70, que sin duda son los años más creativos la historia del Rock. Creo que los grupos que más me han marcado son Pink Floyd y Led Zeppelin. Cada cual en su estilo, me parecen las dos bandas más carismáticas que ha habido nunca. Pero no puedo dejar de nombrar a los Beatles, que supusieron una auténtica revolución. Incluso hoy en día, casi 50 años después, sus canciones no han perdido ni un ápice de frescura y vitalidad. El fenómeno beatle fue algo único e irrepetible que marcó a muchas generaciones.
Supongo que tengo algo de cada uno. Quizá me identifico un poco más con los albinos, por aquello de que son una "rara avis" como yo...
En todos mis relatos siento el impulso vital de traspasar las barreras de lo políticamente correcto. No me interesa la escritura placentera sin más. Siempre intento mostrar las cosas sin pelos en la lengua pegando donde más duele. Esto a menudo puede crearte problemas, pero en mis escritos me interesa más la polémica que la complacencia. Me gusta meter el dedo en la llaga yendo a contracorriente. Creo que en general todos mis relatos tienen una vuelta de tuerca y son críticos con esta sociedad hipócrita en la que vivimos.
Resulta difícil contabilizar en tiempo real, desde el momento en que surge el chispazo de una historia hasta el último capítulo. Las ideas son como peces que divagan por tu cabeza y que vas plasmando en tus escritos, unas antes o después sin saber por qué, pero no necesariamente de forma lineal. Por otro lado, desde que surge algo sólido hasta que germina, puede que transcurran varios meses, pues ni tú mismo sabes si esa idea va a fructificar. Luego viene la etapa de ordenar el rompecabezas para que todo ocupe su lugar exacto evitando que haya fisuras, y ése es otro proceso imposible de medir con un calendario, pues a veces recurres a apuntes que llevaban guardados en un cajón mucho tiempo.
Lo que sí te puedo asegurar, es que desde que terminé la novela hasta que se publicó pasaron varios años de llamar a puertas de editoriales y de enviarla a concursos. Por cierto, hoy en día estoy totalmente en contra de los concursos. Creo que no se debe escribir para competir con nadie.
Respecto a la inspiración de la novela, todo surge por una amalgama de sensaciones que van bullendo dentro de ti, condimentadas por mil influencias: una experiencia vivida, un pasaje de otra novela, la escena de una película, la letra de una canción, un suceso real que ves en las noticias, el artículo de un periódico, un pasaje de la historia... Todo ello forma un cóctel que agitas a la par con tu imaginación hasta que surge algo coherente y con una estructura definida.
Desde luego, todo tiene su lado opuesto. Para que haya luz y saber lo que significa, es necesario conocer la oscuridad. El caso es que las personas más baqueteadas suelen valorar mejor las cosas buenas de la vida. No se puede mantener de forma perenne un estado de dicha absoluta o de éxtasis… La vida es un camino de contrastes. Como dice Luis Eduardo Aute, vivir es un ejercicio de gozo y dolor.
En un momento dado de la novela en el cual el pintor se haya atravesando un estado anímico tortuoso, decide plasmar en la pared de su buhardilla este cuadro de las Pinturas Negras de Goya. Saturno devorando a su hijo representa para él una alegoría freudiana de la humanidad devorando al hombre como individuo. Eso es lo que quiere expresar el pintor en su encierro tras sufrir una crisis existencial.
Uf, recomendar mi propia novela es algo que me da bastante pudor... Puedo hablarte por boca de lectores que me han felicitado, diciendo cosas tan bonitas como que mi novela deja huella en el alma o que rebosa de sensibilidad e imaginación; que es una novela muy profunda y que te hace pensar sobre ti mismo; que en vez de páginas, las hojas parecen espejos que reflejan tus propios sentimientos.
En fin, qué más puedo deciros sobre Retazos de un Bastardo... Comentan por ahí que mi novela tiene afinidades con Kafka, Pessoa o Hermann Hesse. Al que le guste alguno de estos autores es probable que conecte con mi estilo; pero creo yo tengo mi propio sello, más cercano al tiempo que nos ha tocado vivir.
Me hallo inmerso en la redacción de once relatos que irán recopilados en un libro titulado Bajo la sombra del yinkgo biloba.
Estoy muy ilusionado con este proyecto y humildemente pienso que cada relato es un mundo en el que te sumerges de los pies a la cabeza. He puesto toda mi alma y mi corazón en ellos, así que espero no defraudar al lector…
3. Río Guadarrama helado
5. La torre en invierno
2. Vistas desde la abadía, Mont Saint-Michel
3. Sombras sobre la nieve al atardecer, Guadarrama
4. Ruinas de Recópolis al atardecer
5. Río Piedra abstracto
6. Reflejos sobre el agua, Río Piedra
7. Reflejos plateados, Salinas de Torrevieja
8. Reflejos impresionistas sobre el agua, Río Piedra
9. Reflejos en el río Dulce
10. Reflejos del sol, salinas de Torrevieja
11. Ramas sobre fondo rosado, Cala Macarela
12. Pueblo fantasma, ruinas de Belchite
13. Por encima de las nubes, sobre el Mediterráneo
14. Nenúfares sobre nubes en el río Lobos
15. Dibujos de luz sobre el agua, Menorca
16. Luna llena en el cementerio de Atienza
17. Isla Vedra bajo la bruma
18. Lago del amor, Brujas
19. Hojas de haya a contraluz
20. Gaviota volando sobre el mar, Cala Macarela
21. Cuadro abstracto de sal, salinas de Torrevieja
22. Castillo de Atienza en la noche estrellada
23. Cabo de Formentor al atardecer
24. Lluvia sobre el canal, Brujas
25. Arena tostada, Playa de Caballería
26. Arcos sobre la arena, Playa de las Catedrales
27. Arbusto sobre la nieve, Guadarrama
28. Arbusto sobre fondo marino
29. Árbol siniestro, Hayedo de Montejo
30. Árbol seco, Burgos
31. Abadía del Mont Saint-Michel
“Leed libros alentadores de espíritu, que os inciten a ser cada día mejores”.
SWETT MARDEN

ALFREDO CONDE

“Un mal escritor puede llegar a ser un buen crítico, por la misma razón que un pésimo vino puede llegar a ser un buen vinagre.”
FRANCOIS MAURIAC

“El poder de la literatura es que es posible contar la vida.”
CHARLES BUKOVSKI

“Escribir: la única manera de conmover a otros sin ser incomodados por su rostro.”
JEAN ROSTAND

“Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.”
CICERÓN

“No es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos.”
SÉNECA

“Un mismo texto admite infinito número de interpretaciones.”
FRIEDRICH NIETZSCHE

“La lectura cura los dolores del alma.”
ANÓNIMO

“Un libro abierto es una mente que habla. Un libro cerrado es un amigo que espera.”
PROVERBIO HINDÚ

“Un buen libro, es el mejor de los amigos.”
RUBÉN DARÍO

“Leer mucho aviva el ingenio de los hombres.”
SCHILLER

“Amar a la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas."
JOHN F. KENNEDY

“Un libro es una voz viviente; una inteligencia que nos habla.”
SAMUEL SMILES

“El destino de muchos hombres depende de haber tenido o no, biblioteca en su casa paterna.”
EDMUNDO DE AMICIS

“Ningún hombre carece de amigos, mientras cuente con la compañía de buenos libros.”
SCHILLER

“Preferiría vivir pobre en un desván con muchos libros, que ser un rey a quien no le gustara leer.”
THOMAS MACAULAY

FERNANDO PESSOA


el cuerpo cuando caigan,
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro
que baja por tu cuerpo,
ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los pasos.
Ojalá se te acabé la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve,
ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones,
ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.
Ojalá que la aurora no dé gritos
que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.
Ojalá las paredes no retengan tu ruido
de camino cansado.
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti,
a tu viejo gobierno de difuntos y flores.
De alguna manera tendré que olvidarte,
por mucho que quiera no es fácil, ya sabes,
me faltan las fuerzas, ha sido muy tarde
y nada más, y nada más, apenas nada más.
Las noches te acercan y enredas el aire,
mis labios se secan e intento besarte.
Qué fría es la cera de un beso de nadie
y nada más, y nada más, apenas nada más.
Las horas de piedra parecen cansarse
y el tiempo se peina con gesto de amante.
De alguna manera tendré que olvidarte
y nada más, y nada más, apenas nada más.
Luis Eduardo Aute
Te alejas bajo la oscuridad del parque
POEMA 20
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca,
y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear
los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta
la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Pablo Neruda
de peña en peña,
pero no mía.
Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera, pero no mía.
Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.
Alta te quiero,
como chopo que al cielo
se despereza,
pero no mía.
Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.
Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.
Agustín García Calvo
algunas hojas verdes le han salido.
El olmo centenario en la colina,
un musgo amarillento
le lame la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, olmo,
quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Antonio Machado
(Adapt. Juan Manuel Serrat)
pues de puro enamorado,
de continuo anda amarillo;
que pues doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero es don dinero.
Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña,
viene a morir en España
y es en Génova enterrado;
y pues quien le trae al lado es hermoso,
aunque sea fiero,
poderoso caballero es don dinero.
Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos;
y, pues rompe él recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero es don dinero.
Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y, pues hace las bravatas
desde su bolsa de cuero,
poderoso caballero es don dinero.
Francisco de Quevedo
(Adapt. Paco Ibáñez)
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde,
altivo, enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño,
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Lope de Vega

LA MALA REPUTACIÓN
En mi pueblo, sin pretensión,
tengo mala reputación,
haga lo que haga es igual
todo lo consideran mal.
Yo no pienso, pues, hacer ningún daño
queriendo vivir fuera del rebaño.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
Todos, todos me miran mal,
salvo los ciegos, es natural.
En la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar
nunca me supo levantar,
en el mundo, pues,
no hay mayor pecado
que el de no seguir
al abanderado.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
Todos me muestran con el dedo,
salvo los mancos, quiero y no puedo.
Si en la calle corre un ladrón
y a la zaga va un ricachón
zancadilla pongo al señor
y aplastado el perseguidor.
Esto sí que sí, que será una lata
siempre tengo yo que meter la pata.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
Todos tras de mí a correr,
salvo a los cojos, es de creer.
Georges Brassens
(Adapt. Paco Ibáñez)
como un aullido interminable, interminable.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido, no haber nacido.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.
Un hombre solo, una mujer así tomados,
de uno en uno son como polvo,
no son nada, no son nada.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:
Nunca te entregues
ni te apartes junto al camino,
nunca digas no puedo más
y aquí me quedo, aquí me quedo.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.
No sé decirte nada más
pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino, en el camino.
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.
José Agustín Goytisolo
(Adapt. Paco Ibáñez)
ME QUEDA LA PALABRA
Si he perdido la vida, el tiempo,
todo lo tiré como un anillo al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre,
todo lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los ojos para ver el rostro puro
y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero
Palabras que marcan
LA ODISEA, CANTO I
HOMERO
HERMANN HESSE
JULIO CORTÁZAR

EDGAR ALLAN POE
FIODOR DOSTOYEVSKI
—Para ser muy cuerdo, y, en consecuencia muy feliz, basta con no dejarse arrastrar de las pasiones, cosa fácil como nadie ignora. Lo primero, nunca he de amar a ninguna mujer. Cuando contemple a una mujer hermosa, me diré a mí mismo: "Llegará un día en que esa cara se llene de arrugas; esos bellos ojos perderán su brillo; ese busto firme y turgente se volverá fofo y caído; esa abundancia de pelo se trocará en calvicie." Me bastará figurarme entonces cómo será esa linda cabeza, para que no me haga perder la mía.
Lo segundo, siempre seré sobrio, por más que me tiente la gula, los vinos exquisitos y el placer de las fiestas. Tendré muy en cuenta las consecuencias de los excesos de la mesa: el estómago estropeado, la cabeza pesada, la incapacidad para el trabajo. Comeré con sobriedad y, con el goce de la salud, mis ideas serán claras y felices. Luego no descuidaré mi hacienda. Soy hombre moderado; tengo un capital que me produce buena renta. Con ello puedo vivir sin depender de nadie, que es la mayor fortuna.
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ALBERT CAMUS
OSCAR NÓBREGAS