EN EL LECHO DE MUERTE
Oscar Nóbregas








En el lecho de muerte

 

1

         Recibió aquella noticia la noche anterior. Su padre estaba a punto de morir. No sabía nada de su vida desde hacía casi veinte años, pero Marian decidió ir a verle por última vez.

         En el tren recordaba los momentos compartidos de pequeña junto a él. A través de la ventana los paisajes montañosos le trasladaban a antiguas vivencias que flotaban borrosas en su memoria: Paseos por la orilla de la playa... La feria del pueblo en verano... Los álbumes con hojas de árboles... La colección de plumas de pájaros... La lectura de cuentos frente a la chimenea...

         A medida que el tren se acercaba a su destino devorando los kilómetros todo cobraba mayor vigencia como si saliera de una lámpara mágica donde había permanecido oculto muchos años. Marian estaba abrumada por sentimientos encontrados y no podía evitar sentir cierto rencor. Durante su infancia la ausencia de la figura paterna le hizo construir un muro alrededor del corazón que César no pudo franquear jamás a pesar de haber intentado acercarse a ella en infinidad de ocasiones. Marian era obstinada y se negaba a ceder un ápice en su actitud de rechazo. Como niña, no comprendía el porqué de la falta de su padre en el hogar. Su relación se basaba en encuentros fugaces que no podían cimentar una afectividad sólida entre ellos. Más adelante, la rebeldía adolescente tampoco favoreció que se acercase a él, aunque a partir de entonces las preguntas que se hacía eran concretas. Si bien es verdad, jamás supo la verdadera razón por la cual César y Ana se separaron cuando tan sólo era un bebé. Marian se cobijó durante toda su infancia en el regazo materno; no en vano, Ana se había encargado de ella desde que nació llevando todo el peso de la crianza, mientras que César apenas convivió a su lado en los primeros años de su vida.

         Mantuvo esa actitud de resentimiento hacia su padre durante muchos años, pero en el fondo no se atrevía a torcer la esquina para desvincularse por completo de él. Al fin y al cabo, formaba parte de su propia sangre… A veces escuchaba una llamada lejana diciéndole que no renegara de sus orígenes. En algún lugar recóndito de su corazón cerrado con mil candados sentía afecto hacia él, pero escondía con tanto celo aquellos sentimientos que en muy contadas ocasiones los dejaba salir a la luz. Lo cierto es que guardaba en el fondo de un armario todas las muñecas que César le regaló de pequeña y en un cajón conservaba las fotos que se hicieron juntos a lo largo de su vida. Marian nunca las miraba, pero sabía que estaban allí.

César siempre llevó una vida bohemia que no fue nada propicia para formar una familia estable. Sin duda estaba loco de amor por Ana. Descubrió valores en ella que no había encontrado nunca en otro ser humano; pero en última instancia se inclinó hacia su pasión por la música y ese hijo inesperado vino en un momento difícil para su relación. César se hallaba en plena gira por toda España y apuntaba como uno de los mejores cantautores que recorrían el país. Una fe ciega en su talento le tenía absorbido de manera visceral. Por aquel entonces su única obsesión era hacer canciones. Podía pasarse días enteros componiendo una melodía a la guitarra o retocando la letra de alguna balada. En ese intervalo de tiempo el vientre de Ana no dejaba lugar a dudas... Sin saberlo, dentro de ella se estaba fraguando su mejor canción, pero la pasión por el arte le había calado en lo más profundo del alma descuidando todo lo que existía a su alrededor.

         Viendo transcurrir los paisajes por la ventanilla, Marian fue consciente de que su vida se encontraba en un punto sin retorno. Justo una semana antes acababa de romper la relación con su pareja tras varios años de convivencia. De algún modo se sentía aliviada, pero también notaba en su interior un vacío infinito como si estuviera amputada en una parte de su ser. Se hallaba encadenada a una libertad a la cual no estaba acostumbrada. Sí, se sentía extraña y confusa… Ligera por un lado, pero torpe y agarrotada por otro, oscilando en su corazón presa de aquella paradoja sentimental.

         La separación definitiva estuvo precedida de un acto contradictorio, dejándola aún más confundida si cabe ante lo que le estaba sucediendo. Tras decidir que terminaban la relación, que ya no había vuelta atrás, hicieron el amor por última vez... Ahora no sabía qué pensar ni qué sentir. No sabía qué hacer con sus sueños y sus deseos. No sabía qué postura adoptar ante sus propios sentimientos que deambulaban bajo su piel sin rumbo fijo… Marian no podía asimilar todo lo estaba ocurriendo alrededor de su vida. El insomnio y la zozobra se apoderaron de su mente durante aquellos días. A veces despertaba sobresaltada, preguntándose si lo que había sucedido era real. Marian encendía el flexo y veía la foto junto a su pareja sobre la mesilla. Entonces rompía a llorar desconsolada. Después volvía a apagar la luz y en la oscuridad de la noche acariciaba la almohada entre sollozos... Aún sentía el tacto de las manos de Gonzalo acariciando sus hombros y el frescor de sus labios junto a los suyos. Aún le sentía dentro de su cuerpo haciéndola vibrar... Sin embargo, esos momentos ya formaban parte de un pasado irrecuperable.

         Como aquellos paisajes que iba dejando atrás, las escenas vividas junto a él se alejaban a pasos agigantados. Lo que hasta ayer era lógico y armonioso, ahora resultaba absurdo y sincopado.  Esos recuerdos tan vivos y palpables se habían convertido en una película muda y desgastada... Era consciente de que aquella relación siempre la perseguiría igual que una sombra invisible observándola a distancia; pero no podía cometer el error de recrearse en el pasado, pues eso suponía morir un poco a cada instante… Observando aquel paisaje montañoso entre bosques y verdes valles, Marian decidió no volver nunca más la vista atrás. A partir de entonces tendría que enfrentarse a ese vacío de cuchillas afiladas que surge de la soledad; a ese silencio infinito del desamor; a esos besos ciegos lanzados al aire en la oscuridad... Ahora tenía que ser fuerte y apagar los últimos rescoldos de aquella etapa de su vida.

        Su inesperada ruptura tras nueve años de relación le hizo caer en una profunda crisis de valores. Con aquel desamor se estaba enfrentando por primera vez a una prueba de fuego. Marian comenzó a replantearse muchas cosas... La posibilidad de ser madre, que tantas veces le rondó la cabeza pero que nunca surgió al no encontrar el momento adecuado, desaparecía a partir de entonces. Estaba en el límite de edad para tener un bebé y era consciente de que ya no disfrutaría nunca la maternidad. Aquella ilusión de formar una familia con Gonzalo se había desmoronado... Desde pequeña siempre soñó con vivir esa experiencia. Si miraba hacia delante, se veía a sí misma rodeada de hijos. Ahora debía asumir que sería una mujer yerma; que su vientre jamás daría vida a otro ser... Lloró mil veces por ello hundida en un pozo de tristeza. Nunca había estado tan abatida y desorientada. Se hallaba en un cruce de caminos donde los espejismos de sus propias emociones la impedían saber qué dirección debía tomar. Por su cabeza pasaron mil disparates, algunos de ellos oscuros y escabrosos. Llegó a pensar en salir a la calle sola, emborracharse hasta no poder tenerse en pie, seducir al primer desconocido que se encontrara y ofrecerle su cuerpo sin pedir nada a cambio.

        Tras aquel desengaño amoroso se dio cuenta que de la noche a la mañana los afectos más arraigados podían convertirse en algo vulnerable. Todo lo que en un principio parecía seguro e inequívoco al final era susceptible de transformarse inesperadamente. Por primera vez había experimentado en su propio corazón lo efímero de los sentimientos... Ahora de golpe Marian se enfrentaba a una tarea aún pendiente de resolver: la relación fría y distante que había llevado con su padre desde la adolescencia. Quizás ya era demasiado tarde, pero aún tenía esperanza de hallarlo con vida, aunque fuera en el lecho de muerte.

 

 


2

        El tren por fin llegó a la Estación del Norte. Marian cogió el equipaje y empezó a caminar junto al andén. Hacía años que no pisaba Madrid y una repentina emoción se apoderó de su ánimo al ver frente a ella el Palacio Real y sus jardines. De nuevo antiguos recuerdos pasaron por su mente... Marian decidió ir andando hasta el domicilio de su padre pues no se encontraba muy lejos de allí. César vivía en el barrio de La Florida, en una antigua casa de dos plantas junto al río. Caminó bordeando la ribera del Manzanares sorprendida de lo cambiado que estaba el entorno. Un paseo arbolado había sustituido la carretera que antaño circulaba junto al río. Era agradable poder contemplar la vista en lontananza desde el Puente de Segovia hasta el Parque del Oeste. Por fortuna se habían recuperado otra vez esas vistas que Goya inmortalizó con tanta destreza en sus cuadros sobre la Romería de San Isidro.

        Al cabo de media hora Marian se encontró frente a la puerta del viejo caserón. Allí por el contrario nada había cambiado. En el jardín del recinto vallado la higuera y el nogal que César plantó cuando ella era pequeña seguían custodiando la entrada. Esa estampa bucólica le abrió de golpe el corazón... Uno de los recuerdos más vivos que tenía junto a su padre era escucharle hablar con amor de la naturaleza, la única cosa del mundo que merecía la pena según decía plenamente convencido. A menudo César paseaba entre los encinares de la Casa de Campo esparciendo semillas para que brotasen retoños con las primeras lluvias de la primavera. Su devoción por los árboles y los pájaros era algo muy arraigado en lo más profundo de su ser. Solía decir que no había en el mundo criatura viviente más bella y armoniosa que un árbol, siempre generoso y protector con sus frutos y su sombra.

        A simple vista no parecía haber un alma allí. La quietud y el silencio reinaban por completo alrededor de la casa. Marian abrió despacio la cancela de la valla. Nerviosa y expectante avanzó unos pasos en dirección a la puerta. Buscó el timbre para llamar, pero no encontró tal. En la entrada sólo había una aldaba oxidada con forma de dragón. Entonces recordó que años atrás César quitó la luz de la casa. No soportaba ningún tipo de sonido repentino que irrumpiera su sosiego. En pleno siglo XXI decidió eliminar por completo cualquier adelanto que tuviera que ver con la corriente eléctrica, atrincherado en el convencimiento de que el ser humano había caído atrapado en sus propios avances tecnológicos. Pensaba que el hombre hacía de meros lujos necesidades estúpidas de las cuales al cabo del tiempo ya no podía prescindir y que le subyugaban por completo. César también suprimió el teléfono, con lo cual la única forma de ponerse en contacto con él era por correo o por medio de Ofelia, una vecina cercana que amablemente le atendía en los últimos años, cuando la enfermedad le retuvo cada vez más tiempo en la cama. Vivir en plena era espacial sin teléfono ni electricidad suponía todo un desafío, pero César decía que para subsistir era suficiente una buena chimenea y un horno de leña.

        Años atrás también repudió cualquier contacto con el dinero. Prefería cortarse una mano antes que tocar un billete o una moneda. La mayoría de los recados y las tareas domésticas corrían a cargo de Ofelia, que se había convertido en su fiel cuidadora. Para César el dinero era lo más obsceno inventado por el hombre; lo más repudiable y mezquino junto a la esclavitud y las guerras, actos crueles que degradaban al ser humano como especie hasta lo más bajo. Llamaba a los banqueros ratas de alcantarilla. Pensaba que eran seres hediondos que vivían sumidos en un pozo de hez. Se habían apoderado del mundo a costa del esfuerzo de la gente humilde convirtiendo a la Humanidad en siervos de su avaricia insaciable… De los políticos tampoco hablaba mejor. Les llamaba trileros de traje y corbata. Los tachaba de corruptos y embaucadores; delincuentes de guante blanco que se aprovechaban de su posición privilegiada para sacar rédito en beneficio propio, dejando a un lado los intereses del pueblo llano sin importarles en absoluto el sentir de la gente. Decía que el sistema estaba podrido hasta el tuétano; que los problemas del mundo nunca tendrían solución; que siempre habría carroñeros ávidos de poder sometiendo la voluntad de los demás.

 Hacía ya mucho tiempo que César estaba desencantado de la vida. «El ser humano ha fracasado», solía lamentar cabizbajo. Apenas confiaba ya en nadie y no le interesaban los tráfagos mundanos. Las relaciones sociales le parecían hipócritas, vacías y fingidas. Aborrecía a los fariseos, a la gente de fachada impecable por fuera y miserable por dentro. Decía que el mundo estaba plagado de seres así; vulgares, podridos y malolientes en su espíritu… Según él, todo trato humano ocultaba siempre un fin interesado. Nada era auténtico en el hombre, salvo su falsedad. Nada merecía la pena, excepto el arte. Años atrás solía poner música clásica, sobre todo a los grandes maestros: Bach, Vivaldi, Beethoven, Mozart, Chopin... En los días en que se encontraba más triste, cuando la luz agónica del atardecer se iba extinguiendo en el horizonte, escuchaba el adagio de Albinoni invadido por la nostalgia. En esos momentos no quería hablar con nadie, ni tan siquiera con Ofelia. Permanecía sumido en su mundo insondable rodeado por un sentimiento de melancolía infinita.

        Algunas tardes, si César estaba de buen humor, Ofelia le narraba pasajes de libros clásicos como La Odisea, El Decamerón o La Divina Comedia; pero nunca jamás de La Biblia, a la cual detestaba con toda su alma. No podía concebir el hecho de que un Dios castigase a criaturas que él mismo había creado para su autocomplacencia; criaturas débiles, perdidas y desoladas cuyo único delito había sido nacer sin elegirlo para vivir hasta el final de sus vidas en un continuo valle de lágrimas. «Un ser celestial no puede ser tan cruel y miserable», farfullaba con mal genio.

         A su avanzada edad lo único que le consolaba era sentarse en el porche junto a los árboles para oír cantar a los pájaros sobre las ramas. Siempre esperaba la llegada del ruiseñor en primavera como el que espera el agua de mayo... En los últimos meses la enfermedad le había postrado de manera irreversible y su existencia se había convertido en una lenta agonía, pero siempre se negó a ser internado en un sanatorio. «Quiero morir en mi cama», le decía a Ofelia. César ya no recibía visitas de nadie. La mayoría de sus amigos habían fallecido. Su deseo era estar solo en casa esperando el día que de nuevo se reuniera con su madre, el ser que más había querido en este mundo.

 


 

3

         Marian se paró frente a la puerta y golpeó la aldaba con mesura procurando no romper la armonía del entorno. Durante varios segundos todo permaneció en silencio. Esa quietud hizo que le invadiera cierta desazón pensando en cómo la recibiría... Poco después alguien descorrió el cerrojo. La puerta se abrió con lentitud. Frente a ella apareció la figura de Ofelia, que la miró sin sorprenderse en absoluto.

—Soy Marian, la hija de...

—Lo sé —interrumpió—. Tienes los mismos ojos que tu padre. César me ha hablado mucho de ti.

Marian sonrió tímida.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó algo cohibida.

—Está dormido. No conviene despertarle. Se ha pasado toda la noche delirando. Dice el médico que sólo será cuestión de horas...

Marian vislumbró en su rostro un halo de tristeza.

—Anda, pasa y deja el equipaje. Te prepararé algo de comer.  Tienes aspecto de estar cansada. Has hecho un viaje muy largo…

Mientras Ofelia troceaba unas piezas de queso y fruta en la cocina, Marian se sentó en el sofá frente a la chimenea. Recordaba perfectamente aquella casa a pesar del tiempo transcurrido. Ahora los rincones del salón estaban llenos de velas y cirios derretidos... De pequeña llegó a sentir miedo por algunos de los objetos y los cuadros que coleccionaba su padre. Un montón de antiguallas obtenidas a través de sus viajes adornaban la estancia transportando hacia tiempos lejanos al que las contemplara... César conservaba figuras decorativas que pertenecían a siglos pasados, como una vieja estatua de la Venus de Milo situada en un esquinazo del salón. Junto a ella, colgada sobre la pared, tenía la máscara mortuoria del faraón egipcio Tutankamón. Marian recordó a su padre hablándole de los misterios de las pirámides y sus pasadizos secretos… Al lado de la máscara había una piedra lisa con una serie de símbolos célticos dibujados. César la adquirió tras un viaje a los monumentos megalíticos de Stonehenge. Durante el invierno solía contar a su hija leyendas celtas frente a la chimenea. Aún recordaba como si lo estuviera viviendo en ese mismo instante la leyenda del brujo ermitaño, el cual era capaz de echar maldiciones tocando a la gente con el bastón. Aquel siniestro hechicero imponía su autoridad como un señor feudal atemorizando a los lugareños, hasta que un atardecer la sombra de la cruz de la iglesia cayó sobre él y lo fulminó. El brujo había entrado en el patio de la ermita para recoger su sombrero, arrastrado hacia allí por un misterioso y repentino golpe de viento... También seguía allí la figura del minotauro de Creta, el monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro que comía carne humana. Aquella figura rojiza siempre le impuso mucho temor y nunca se atrevió a tocarla... Marian también recordaba la historia del laberinto donde se introdujo Teseo con un ovillo de hilo para no perderse dentro. Junto al minotauro, sobre un atril, había una copia polvorienta del Códice Calixtino, la famosa guía medieval que ilustraba el Camino de Santiago en la antigüedad. A pesar de ser un ateo convencido, César hablaba maravillas del Camino y las experiencias místicas vividas en él durante su juventud.

Una de las paredes del salón estaba amueblada con estanterías repletas de viejos libros en tono ocre, la mayoría heredados de sus antepasados. Tenía auténticas joyas que se podrían calificar como incunables; libros de mitología y colecciones de clásicos de todos los tiempos. «Cuanto más viejo y gastado esté un libro, mejor», solía decir. Marian recordó algunas lecturas de su padre frente a la chimenea, como el libro de La vida de los doce césares. De pequeña sentía pavor cuando le contaba las crueldades que era capaz de perpetrar la mente enfermiza de Calígula…

Sobre la repisa de la chimenea colgaba el retrato de una mujer de cabello negro y ojos almendrados. Tenía el óvalo del rostro perfecto, los pómulos insinuantes, las cejas armoniosas, la nariz perfilada y los labios finos. Aquel lienzo representaba a la madre de César, la mujer más bella del mundo, según decía orgulloso... El cuadro de Ana María lo había pintado su propio marido, que siempre tuvo destreza con el manejo del pincel. En la misma repisa se hallaba un pequeño marco plateado que mostraba la imagen en color sepia de un señor con gafas redondas y aspecto de intelectual. Aquella fotografía fue tomada a principios del siglo XX. Posaba de pie junto a una cámara de retratar antigua provista de su trípode de madera y la tela negra para taparse en el momento del fogonazo. Ese hombre con expresión bondadosa era el tío Antonio, la persona más sabia que había conocido en toda su vida. César siempre tuvo palabras de admiración hacia él. Solía comentar lo bien que se portó con su madre durante la Guerra Civil, cuando el destino quiso que el inicio del levantamiento sorprendiera a la familia en diferentes lugares del país. Ana María se hallaba en Pontevedra con su tío a la espera de que llegase el resto de la familia para pasar unos días de vacaciones. Pero la familia nunca llegó. Aquel verano terminó convirtiéndose en una cruenta pesadilla de tres años para todos los españoles; una pesadilla que se prolongó después durante cuarenta insufribles años de miseria y represión.

En la otra pared frente a las estanterías había colgados varios lienzos de Goya, pintor al que su padre admiraba profundamente. Uno de los cuadros que más impresionaba a Marian era el del Perro enterrado en la arena. Esa imagen desoladora transmitía angustia ante la existencia; zozobra y temor ante la frialdad de la nada... De pequeña miraba el cuadro sintiendo inquietud frente aquel animal desvalido que miraba al horizonte desprovisto de toda esperanza. Marian lo contemplaba sobrecogida sin entender en realidad qué significaba.

A su lado, en un marco grande, estaba La Romería de San Isidro, antiguo fresco rescatado de las Pinturas Negras en la Quinta del Sordo. Aquella estampa reflejaba el lado más patético del pueblo español; ese sentido funesto de la vida, esos rostros ebrios y desencajados, esa mezquindad, esa bajeza de espíritu, todo ello sobre el fondo gris y tenebroso del paisaje en la lejanía... Esos hombres desgraciados calaban en lo más profundo del corazón de César. Representaban lo decadente, lo miserable, lo demencial del ser humano... Era asombroso cómo el talento de aquel genial pintor había sido capaz de plasmar las dos caras de la misma moneda. Frente a esa misma campiña Goya recreó en su juventud el ambiente de colorido y belleza de la romería, que más tarde con el declive de los años se tornó en un paisaje lúgubre y demencial como alegoría tormentosa de su propia existencia… Cuando aún podía caminar a César le gustaba recorrer la ribera del río hasta la Puerta del Ángel para sentarse frente a lo que antiguamente fue el solar de la Quinta del Sordo. Allí permanecía largo tiempo imaginándose a Goya abstraído con sus pinceles dando vida sobre la pared de la quinta a aquellas tétricas Pinturas Negras.

 Marian y Ofelia estuvieron charlando toda la tarde frente a la chimenea junto a los rescoldos de las brasas. Ofelia le puso al tanto de muchas cosas que desconocía... En cuestión de horas, esa mujer consiguió lo que César no pudo hacer en años. Poco a poco el muro se fue resquebrajando y los mil candados que oprimían sus sentimientos fueron abriéndose uno a uno. Marian se dio cuenta de lo poco que en realidad conocía a su padre y lamentó el tiempo perdido entre ellos por su resentimiento.

Al anochecer Ofelia encendió las velas de todas las estancias. Después le dijo a Marian que se iba a quedar allí sola hasta el día siguiente.

—Si sucede lo peor no dudes en llamarme.

—Así lo haré...

Se despidieron con un abrazo fraternal en la entrada de la casa. Marian había cogido cariño a aquella enigmática mujer que cuidaba a su padre de manera altruista. En realidad, no sabía qué tipo de relación existía entre ellos. Ofelia debía tener unos veinte años menos que César, pero por la forma de hablar sobre él con una admiración especial intuía que tiempo atrás pudo haber algo más allá de una simple complicidad... César siempre fue un hombre con un magnetismo especial que atraía a las mujeres. Reflejaba una pureza interior que le convertía en un ser estimulante. Lo cierto es que nunca tuvo suerte con sus relaciones sentimentales y fue encadenando una serie de amores fallidos que hicieron mella en su corazón a lo largo de toda su vida.

 


 

4

Debido al cansancio del viaje Marian se quedó dormida en el sofá durante varios minutos. Al cabo de un rato, despertó sobresaltada. Había tenido una pesadilla que la sobrecogió: se veía a sí misma radiante en una mañana luminosa de primavera. Marian abría las puertas del balcón de par en par y salía para inundarse de luz. El sol resplandeciente la desbordaba cegándole los ojos... A lo lejos, un pájaro negro comenzó a volar haciendo círculos a su alrededor aproximándose cada vez más... Marian sonreía contemplando el vuelo del ave. Sus giros acrobáticos en el aire le transmitían una agradable sensación de libertad... De pronto, aquel pájaro se lanzó sobre ella y le golpeó la cara con violencia. En ese instante Marian volvió en sí. Entonces recordó que cuando era pequeña su padre le contaba muchas cosas sobre árboles y pájaros. «Nada como oír cantar a un pájaro bajo la sombra de un árbol», solía decir sentado en la mecedora del porche. Cada día mencionaba nuevas especies mientras Marian escuchaba embelesada... César le hablaba de las hojas del nogal, de la sabiduría de la higuera, de la sombra del castaño, de la fortaleza del roble, del misterio de las hayas... También del canto virtuoso del ruiseñor, de la elegancia del mirlo, del reclamo del cuco al anochecer, del ulular fantasmagórico de la lechuza... Cierta vez, siendo todavía una niña, Marian le preguntó por el ave que pasaba más tiempo volando en el cielo. Su padre contestó que el vencejo permanecía durante horas haciendo círculos, desafiando incluso las inclemencias del tiempo. «Papá, me gustaría ser un vencejo para estar siempre volando», le dijo Marian. «Ten cuidado», respondió César. «El vencejo es el ave que más tiempo pasa en el aire, pero si cayese al suelo, le sería imposible volver a remontar el vuelo». El pájaro negro que volaba haciendo círculos en su sueño era un vencejo... Intuyó que se trataba de un mal presagio, como si ella misma se hubiese estrellado al descuidar su trayectoria. Marian se sintió intranquila, pero intentó olvidarse de aquello. Se levantó y fue al baño a lavarse la cara con agua fría. Luego cogió una vela del salón y se dirigió a la cocina para prepararse una infusión de poleo. En ese instante, César comenzó a delirar en el cuarto. Marian apagó el fuego temblando. Su pulso se aceleró.  Quiso acercarse hasta allí, pero se quedó bloqueada. No podía dar ni un solo paso. Aún no había visto a su padre y entrar en la habitación le imponía un tremendo respeto. Tenía miedo de cómo reaccionaría al verla después de tanto tiempo... Entonces pensó lo estúpida que era. No tenía sentido hacer un viaje de mil kilómetros para luego quedarse en la habitación contigua sin atreverse a entrar. Marian respiró hondo y se armó de valor. Cogió la vela, se dirigió hacia el cuarto, abrió la puerta y se paró bajo el dintel. La estancia permanecía iluminada con un par de candelabros. Bajo la luz tenue de la estancia vio a su padre tumbado en la cama boca arriba. Veinte años separaban esa imagen de la última vez que le tuvo frente a él... Estaba muy envejecido y canoso, con el rostro lleno de arrugas marcadas. Un espeso bigote blanco cubría casi por completo sus labios. Tenía los ojos medio abiertos, perdidos en la penumbra de la habitación.

—Agua... —pidió con la voz quebrada.

Marian fue a la cocina y al momento regresó con un vaso. Se acercó a la cama y le incorporó un poco. Tembloroso, cogió el vaso con las manos y le dio varios sorbos. Al terminar, Marian lo dejó sobre la mesilla y se sentó al borde de la cama. En el silencio de la noche comenzó a escucharse un extraño sonido dentro de la casa. Parecía provenir de la parte de arriba. Las viejas escaleras de madera desgastada le trasladaron una vez más a su infancia. Hacía muchos años que no subía al desván. Siempre tuvo miedo de entrar allí sola... Aquel sonido parecía el eco de un suspiro.

—Es... la lechuza... —balbuceó su padre.

Marian respiró tranquila. Había llegado a sentir escalofríos... César torció la cabeza lentamente y la miró. Sus ojos se encontraron por primera vez después de mucho tiempo.

—¿Quién... eres? —preguntó con un hilo de voz.

—Soy tu hija Marian. He venido desde Galicia para verte.

Por unos instantes permaneció sin hablar.

—¿Mi hija? —respondió con la vista perdida—. ¿Qué hija?

Se quedó sobrecogida. Era muy duro para ella tener que admitir el hecho de que su propio padre no la reconociera, pero no quiso darle importancia. Ofelia le había comentado que pasaba de la lucidez a la locura desde la noche anterior. Era capaz de desvariar con frases en apariencia incoherentes y luego resurgir con el discurso propio de un oráculo. En plena madrugada y debilitado por su dolencia no resultaba extraño que tuviera delirios. Marian intentó llevar las cosas con naturalidad. Cogió su mano izquierda y le dijo suavemente:

—¿Recuerdas esa niña a la que le hablabas de árboles y pájaros?

El padre respiraba despacio mientras la escuchaba.

—Ten cuidado... —susurró—. Los vencejos vuelan sin cesar, pero si caen, ya nunca más podrán remontar el vuelo...

—Lo sé, papá.

—No me llames papá —respondió con voz áspera—. Yo no tengo ninguna hija.

Marian se incomodó. Sabía que no iba a ser fácil mantener una conversación fluida con su padre, pero no se iba a dar por vencida. Nunca cejaba en el empeño ante las dificultades. Era una mujer decidida, con una voluntad de acero. Todo lo que había conseguido en su vida era fruto del esfuerzo y lo que se proponía terminaba por conseguirlo. Una vez más recurrió al mismo razonamiento: no había cruzado la mitad de la península para regresar a casa abatida por un padre que la repudiaba sobre el lecho de muerte… Si miraba hacia dentro de su corazón, se daba cuenta de que aquella situación la había provocado ella misma con un bloqueo emocional que en realidad no era justificado. Durante años le dio de lado impulsada por una serie de reproches que ni siquiera estaba segura de mantener como argumentos sólidos, ya que su padre, a pesar de su ausencia durante la infancia, siempre la había querido con todo el amor del mundo… César era una persona entrañable, aunque a veces difícil de tratar; algo así como un caballo noble, pero a la vez brioso e indomable. Y parte de su encanto residía precisamente en eso. Sus arranques de genio en el fondo no eran otra cosa que una protesta por sus sentimientos heridos.

Marian abrió el bolso y sacó una pequeña fotografía. En ella salía abrazada con su padre a la edad de cuatro años.

—¿Sabes quiénes son?

César ladeó la cabeza con lentitud y miró la imagen. Poco a poco fue recobrando la lucidez, aunque su expresión continuaba siendo de rechazo. A pesar de su decrepitud todavía le quedaban destellos de fortaleza.

—No lo sé, ni me importa —espetó.

—Somos nosotros en la playa del Moncayo, papá.

—¡Te he dicho que no me llames papá!

—¡Pero soy tu hija! —gritó Marian ofendida.

César al instante se reconoció en aquel temperamento espontáneo. El anciano la miró fijamente a los ojos.

—¿A qué has venido, a verme morir?

Marian se sintió vapuleada una vez más. La foto le temblaba entre las manos; no sabía qué hacer con ella.

—Vete. Quiero estar solo.

—No me pienso ir —respondió dolida—. He hecho muchos kilómetros para estar contigo.

—¿Para estar conmigo? —susurró desconcertado.

César se incorporó apoyándose sobre el cabezal. Un torrente de imágenes pasadas atravesaron la mente del anciano. Por unos instantes recuperó el brillo en sus ojos y habló con dolor en sus palabras.

—Un montón de veces intenté quedar contigo para vernos, pero siempre me rehuías. Un montón de cartas enviadas a tu dirección quedaron sin respuesta... Siempre estuve a tu alcance... y siempre me rechazaste.

César se quedó pensativo con la vista perdida en los recuerdos. Su expresión recuperó algo de lozanía trasladándose con la mente a tiempos lejanos.

—De pequeña eras un cielo de niña... Bonita, dulce, cariñosa, inteligente, observadora... Sí, tenías una personalidad fuera de lo común. «Papá, te quiero mucho», me decías a menudo… Pero a medida que fuiste creciendo te alejaste de mí. Sí, te volviste fría y distante. A partir de los quince años esa frialdad se convirtió en intransigencia y desprecio... Intenté por todos los medios cambiar aquella situación, aunque fue en vano... Nunca supe la razón que te hizo volverte tan arisca conmigo... Una vez discutimos y me dijiste: «Si no te gusta nuestra relación, se corta». Con aquellas palabras me sentí triste y frustrado... A pesar de todo, seguí intentando acercarme a tu corazón, pero siempre me chocaba contra un muro de granito. Y eso duró años, muchos años... hasta que un día ya nunca más volví a saber de ti......

Hubo un silencio sepulcral. Marian miraba al suelo cabizbaja.

—¿Sabes? —continuó hablando el padre—. Mis mejores canciones llevaban tu nombre... Quise compartir contigo momentos, viajes, conversaciones, risas, abrazos..., pero siempre me despreciabas castigándome con tus silencios. Me acerqué a ti una y otra vez, pero una y otra vez me fustigabas con el látigo de tu indiferencia... He sufrido mucho por ello, mucho... Me hiciste sentir culpable durante toda la vida a pesar de tener la conciencia limpia y tranquila. Yo te abría los brazos, pero tú me dabas una patada en el costado... Y la única, la única vez que te dignaste a ser sincera conmigo, fue para escribirme una carta en la que me decías que había sido un mal padre y que siempre te hice daño... ¿Daño, por qué? ¿Por intentar acercarme a ti, por querer compartir cosas con mi hija? No entendía nada de lo que pasaba. Nada...

César la cogió por el brazo incorporándose de la almohada.

—¿Por qué eras así conmigo? ­—gritó con los ojos encendidos—. ¿Por qué?

La foto cayó al suelo. Le temblaron los brazos ante la vehemencia de su padre. Incapaz de articular palabra alguna, escuchaba agarrotada con un nudo en el estómago pesado como el plomo.

—Aún recuerdo con nitidez aquella triste carta... Decías que estaba lleno de fantasmas... Sí... En eso acertaste de pleno... Toda mi vida ha sido una continua procesión de fantasmas... porque nunca he sido capaz de entender este mundo... Nunca he podido comprender la infamia del hombre, su ego, su crueldad, su locura; esa locura que me hizo volverme loco a mí también... Y luego... mi hija... mi propia hija... escribiendo unas letras que me desgarraron el alma... Por eso ahora no entiendo qué quieres de mí... Tan sólo soy un viejo moribundo...

Marian dio gracias por aquel arrebato de lucidez a pesar de los reproches que le estaba lanzando a la cara. Si, dolía escuchar todo aquello de golpe tras veinte largos años en los que no se habían cruzado sus miradas... Recuerdos del pasado se agolparon en su mente en aquel preciso instante: Se vio de la mano con su padre por el paseo marítimo tomando un helado... En la orilla de la playa recogiendo conchas de mar... Montando en bicicleta por las huertas entre limoneros... Dando de comer pan con leche a los cachorros de mastines... Al final de todas aquellas escenas evocadoras una antigua imagen planeó sobre su memoria. Estaban los dos sentados bajo el centenario yinkgo biloba del parque. César la miraba con dulzura y a la vez con expresión de tristeza. Una vez más debía partir y estarían sin verse muchos meses. Entonces le pidió algo que la sobrecogió… Quizás aquel fue el motivo que la impulsó a emprender el viaje a Madrid.

—¿Te acuerdas cuando me dijiste que querías sentir mi mano en el momento de...?

Marian no pudo seguir hablando. Varias lágrimas brotaron deslizándose por su rostro. Los ojos del padre brillaban iluminados bajo la luz tenue de los cirios que se consumían vacilantes en la penumbra de la alcoba. Un suspiro de la lechuza envolvió de nuevo el silencio de la noche.

 


 

5

        Siguiendo las indicaciones de Ofelia, Marian buscó nuevas velas en los cajones de la cocina. Cuando volvió para reponerlas, César se había quedado otra vez dormido con la respiración quejumbrosa. Salió de la habitación y aprovechó para reavivar el fuego de la chimenea. Era pleno invierno y el frío a esas horas de la madrugada se hacía muy intenso. Al estar cerca del río, el relente penetraba por las rendijas de las ventanas. De nuevo fue a la cocina para preparar la infusión que había dejado a medias. Decidió añadir también hierbas de melisa para calmar los nervios. El reencuentro con su padre había sido un choque frontal. Tenía los sentimientos desbordados... Se sentó junto a la chimenea con la bebida caliente entre las manos. Mirando las brasas, rememoró todos los momentos vividos junto a él. Si bien no fueron muchos, los recordaba con ternura, sobre todo aquel día en la feria donde se sintió la niña más feliz del mundo... En su inocencia, no entendía por qué papá todas las veces tenía que irse a las pocas horas de visitarla. Marian recordó los pasajes de su infancia con melancolía... Siempre fue una niña especial. Había en su mirada un halo de tristeza. Su mundo interior era un océano de emociones intensas. Navegó muchos años con las velas desplegadas por esos mares sin rumbo fijo evitando las costas donde pudiera hallar a su padre. No quiso recalar en ningún puerto que le acercara a él y la distancia acabó hundiendo sus sentimientos en las profundidades.

De pronto volvió a escucharle gemir quejumbroso en la habitación. Marian se levantó acercándose hasta el dintel de la puerta. César entreabrió los ojos.

—¿Aún sigues ahí? —balbuceó—. Vete, quiero estar solo.

—No pienso irme.

—Pero... ¿qué pretendes? No logro entenderte. Tú... tú nunca me has querido.

—Cómo puedes decir eso... —susurró intentando convencerse a sí misma.

Se quedaron un instante en silencio. El padre la miró con tristeza.

—Para ti siempre he sido como si no existiera... Jamás me llamaste en fechas señaladas... Jamás quisiste venir a pasar unos días conmigo... Jamás te interesaste por mis inquietudes... Jamás seguiste ni uno solo de mis consejos... Jamás...

—Te equivocas —replicó Marian—. Nunca olvidé tus consejos.

—Lo dices para consolarme ahora que me queda poco de vida…

—Créeme, papá. Tengo muy buena memoria. Siempre he tenido presente todo lo que me contabas de pequeña.

—No te creo… —murmuró resentido—. Tan sólo quieres que muera en paz y...

César dejó de hablar. El resuello ante la excitación del momento le ahogaba. Marian intentaba ganarse su favor. Al menos esta vez no le había recriminado que le llamara papá.

—Recuerdo incluso detalles y palabras tuyas como si fuese ahora mismo…

Marian entró en la habitación, se sentó al borde de la cama y recogió la foto del suelo. Luego continuó hablando mientras la observaba.

—Me llamabas pelufita porque cuando era un bebé y estaba en la cuna arrancaba las pelufas de la manta ronroneando como un gato.

César escuchaba a su hija con la vista perdida.

—Una vez te dije: «Tú no sabes lo que hay aquí dentro», refiriéndome a mi cabeza. Era una niña, tan sólo una niña, y te sorprendiste... Otra vez quisiste jugar conmigo a hacer quebrados y no me podías seguir, ¿lo recuerdas? Iba más rápido que tú y al final te echaste a reír... Sí, papá, todavía guardo muchos momentos en mi memoria... No se me olvidará nunca cuando salvaste aquellos gorriones que se habían caído del árbol. Subiste trepando por una rama y los dejaste de nuevo en el nido... También me acuerdo cuando nos fuimos de acampada y vimos pasar de noche a una manada de jabalíes con sus crías... Y aquella amiga tuya que decía tener un saquito con polvos mágicos y me contaba historias de duendes... ¿Y recuerdas cuando te ayudaba a hacer gazpacho en verano? Te ponías piel de pepino pegada en la frente y yo me reía... ¿Y las poesías de niños que recitábamos juntos? «Ventanas azules, verdes escaleras...» ¿Lo recuerdas?

Marian le miraba expectante. Una leve sonrisa pareció surgir de los labios de César ante aquellos comentarios del pasado.

De todo lo que me dijiste, recuerdo sobre todo esta frase: «Una persona sin palabra es como una moneda falsa». Esa sentencia me ha acompañado siempre hasta hoy...

Marian procuraba estimularle a cualquier precio rememorando vivencias del pasado.

—¿Recuerdas los versos que escribiste cuando era un bebé porque me despertaba llorando de madrugada? «Alas en la noche, son tus manos niñas, vuelan a mi rostro, toman mi cabello, buscan mi presencia, para descansar...» ¿Y la canción de Silvio que me cantabas siempre de pequeña? «Lo que a mí más me ha estremecido son tus ojitos mi hija, son tus ojitos divinos...». ¿Y te acuerdas cuando cumplí quince años? Me mandaste una carta llena de pétalos de rosa con la letra de Palabras para Julia: «Tú no puedes volver atrás, porque la vida ya te empuja, como un aullido interminable, interminable. Te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola; tal vez querrás no haber nacido, no haber nacido...» Todos los otoños me enviabas sobres con hojas secas... Sí, todavía las conservo. Sobres llenos con hojas de acacia, de olmo, de abedul, de fresno... Recuerdo cuando me llevabas al Parque del Oeste para ver tu árbol favorito. Sí, aquel yinkgo biloba de ramas gigantes que en noviembre se ponía dorado... Nos sentábamos bajo su tronco centenario y me contabas antiguas leyendas... ¿Lo recuerdas? También me leías cuentos escuchando música clásica, sobre todo El Cascanueces de Tchaikovsky y a los tres grandes compositores como tú les llamabas: Mozart, Bach, Beethoven… Pensabas que Mozart representaba la gallardía, Bach la espiritualidad, y Beethoven el temperamento... Decías con admiración que la Novena Sinfonía era capaz de poner al mundo en su sitio… Y Vivaldi, claro, Vivaldi… Afirmabas que sólo por el hecho de escuchar Las Cuatro Estaciones merecía la pena haber nacido en este mundo… Recuerdo que cuando murió el abuelo pusiste el Réquiem de Mozart y te echaste a llorar sobre la cama... También me hablabas del alma atormentada de Chopin y de sus delirios en pleno proceso de creación, como si en esos momentos vendiera su alma al diablo para hallar la nota exacta y así componer obras sublimes... A menudo por las mañanas solías escuchar los Conciertos de Brandenburgo mientras regabas los árboles del jardín. Asegurabas convencido que Bach era un espíritu irreal...... Sí... Me ha traído tantos recuerdos volver a esta casa... He estado contemplando el retrato de la abuela Ana María... No tengo palabras. Era realmente preciosa... Bella por fuera y por dentro, como tú decías...... Al ver la foto del tío Antonio me he acordado de lo bien que hablabas de él y de cómo cuidó de tu madre durante la Guerra Civil. La pobre abuela tan sólo era una niña... Pasaron tres años comiendo migas de pan con manteca y mondas de patatas... Pobrecitos, debieron sufrir mucho durante todo ese tiempo sin saber nada de la familia... Vivieron toda la guerra en la Plaza de la Leña... ¿Sabes? A menudo paseo por esa plaza y me acuerdo de ellos. Tuvo que ser un gran hombre el tío Antonio... Todas las Nochebuenas subía a casa al sereno del barrio para que cenase con nuestra familia y no se quedara solo en la calle. Ningún beato con toda su fachada de cristiano era capaz de hacerlo, pero el tío Antonio lo hacía. Y no era creyente. Sí, el tío Antonio...

Marian dejó de hablar. Durante varios segundos permanecieron en silencio. César la miró fijamente. Había en sus ojos algo insondable; una fuerza bruta que sin duda reflejaba su interior.

—¿Crees que me conoces?

Marian se quedó turbada. A medida que ella daba un paso hacia delante, era como si su padre diese otro hacia atrás.

—¿Qué pretendes ahora, ganarte mi voluntad para quedarte con la conciencia tranquila cuando muera? Me llevas despreciando desde hace lustros. Me has castigado siempre por no haber estado allí en tu infancia. Quisiste hacerme sentir culpable de no haber sido un verdadero padre para ti. Pero... ¿culpable? ¿Culpable de qué, de vivir? ¿Quién puede ser culpable de vivir o de existir? ¿Tú, yo? ¿Quién nos llamó? ¿Quién nos trajo aquí y para qué?

César miraba a su hija atravesándola con los ojos. Las palabras se desplomaban sobre ella como bloques de mármol. Todo lo que le decía quedaba cincelado en su corazón. La voz del anciano resultaba muy persuasiva. A pesar de los años, continuaba siendo apasionada y vehemente.

—Le hablo a una mujer, no a una niña. Aún quieres mostrarte como una cría ante mí para que siga sintiendo que no estuve allí. Pues bien, ahora estoy frente a ti. Aquí me tienes delante: un padre irresponsable, un bohemio despreciable, un hombre con el estigma de Caín marcado a fuego en la frente...

        Los ojos de Marian comenzaron a llenarse de lágrimas. Entonces su padre cambio de expresión. Esta vez fue él quien cogió su mano.

        —Lo siento… Siento haber estado más pendiente de una canción que de mi propia hija... Siento haberme quedado abstraído con una melodía que rondaba mi cabeza durante días enteros descuidando lo más valioso de mi vida... Siento haber estado obsesionado perfilando unas notas de guitarra… Siento haber permanecido durante horas escuchando canciones de Serrat, de Aute, de Silvio... Siento haber vivido más inmerso en sus palabras que en mis propias vivencias deslumbrado por su forma de expresarse, por su poesía...

        Marian le escuchaba con el rostro humedecido.

        —Habría dado cualquier cosa por componer la belleza que ellos fueron capaces de plasmar en un papel para llevarlo después a una canción... «Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo...» «Aún guardo el calor de tu piel en mis venas...»

        Durante unos instantes se quedó pensativo mirándola.

        —Es cierto... No estuve allí para verte crecer día a día... Lo siento de corazón... Pero... ahora... ¿qué puedo hacer por ti? Ya es demasiado tarde para recuperar el tiempo perdido, y yo no te puedo ofrecer nada...

        —Sí —replicó Marian con los ojos brillantes—. Sí que puedes. Puedes ofrecerme este momento. No quiero nada más. Háblame. Háblame de árboles y de pájaros como cuando era pequeña...

        De pronto comenzó a levantarse un fuerte aire que agitó las copas del nogal y de la higuera. César se recostó sobre la almohada pendiente de aquel sonido. Luego habló con voz pausada mientras su hija le cogía la mano.

—El árbol que mejor anuncia la llegada del viento es el álamo.  Se mueve a su compás con destreza como ningún otro árbol sabe hacerlo. El álamo adora el viento... Le hace sentirse alegre, exultante... Los árboles perciben todo mucho más de lo que nos podamos imaginar... El mundo vegetal es mágico, misterioso... Está lleno de secretos ocultos imperceptibles para el ser humano... No hay nada más sigiloso y a la vez más lleno de vida que un bosque... Los árboles sienten, ya lo creo que sienten, como tú y como yo, pero en otra dimensión invisible para nuestros sentidos, aunque mucho más poderosa en vibraciones... Si rodeas un árbol con tus brazos y apoyas la mejilla sobre su corteza te lo agradecerá... No con palabras ni con gestos, pero notará tu calor, tu tacto, tu energía, tus intenciones... Los árboles siempre nos han dado más de lo que podamos devolverles... Su madera para hacer nuestras casas… Su sombra para guarecernos… Sus frutos para alimentarnos… Su leña para protegernos del frío… El oxígeno que necesitamos para respirar…

Un poderoso trueno se escuchó en la lejanía. César se detuvo un instante escuchando su sonido.

        —En los días revueltos de abril, si los vencejos comienzan a revolotear bajo la llovizna, es que de nuevo va a salir el sol... Los pájaros, que nos parecen frágiles, son mucho más fuertes de lo que pensamos... El petirrojo, que cabe en la palma de tu mano, es capaz de venir volando hasta aquí desde Laponia... Sí... Con esas dos pequeñas alas es capaz de hacerlo año tras año... Y al igual que el petirrojo, la golondrina y otros muchos más… No desprecies nunca a nadie por su tamaño... A veces lo más grande puede ser lo más pequeño, y cualquier pájaro, por diminuto que sea, nos da lecciones sobre la fuerza de voluntad... Construyen sus nidos con paciencia, rama a rama, vuelo tras vuelo... Paciencia, voluntad... Atributos que en apariencia sólo pertenecen al hombre, pero no es así... Y la música... La música no la inventó la especie humana... Claro que no... Mucho antes de que nuestros antecesores soplaran por primera vez el interior de un junco los pájaros ya componían melodías virtuosas... Escucha al ruiseñor cantar sobre un fresno junto al río. ¿Puede haber algo más bello que el sonido de su canto? Desde luego que no... Sin los pájaros la primavera no sería posible...

        De pronto comenzó a estornudar compulsivamente. Su rostro se congestionó. Asustada, le incorporó para que no se ahogara. Cuando se calmó, le dio de beber agua del vaso. Había perdido el color natural de la cara y tenía los labios cortados. Marian sabía que su fin estaba cerca... Frente a ella, veía cómo se escapaba la vida de su padre sin poder hacer nada.

 

                                               

 

6

        El reloj de pared dio las cuatro de la madrugada. César volvió a dormirse con la respiración sollozante. Marian acomodó su cabeza en la almohada y se quedó junto a él observándole. Intuía que el tiempo en el reloj de arena se agotaba... Los truenos provenientes de la sierra cada vez se escuchaban más cercanos en la ciudad. Temerosa, le cogió la muñeca. Sus pulsaciones eran tenues y distanciadas. Por un momento pensó en llamar a Ofelia, pero a esas horas de la madrugada no se atrevió.

César estuvo dormitando durante media hora. Una vez más despertó gimiendo entre delirios.

—El ser humano... está perdido... No sabe a dónde va...

El anciano pronunciaba frases sueltas, a veces precisas, a veces inconexas, entre pausas en las que se quedaba ausente. Marian no quería que su padre volviera a dormirse por temor a que ya no despertara nunca.

—Háblame, papá —dijo agitando su hombro—. No te duermas, por favor...

—¿De qué... quieres que te hable, si ya...?

—Háblame de todo. De la vida, de la verdad. Quiero beber de ti, papá; de tu sabiduría, de tu experiencia.

—Yo... no puedo ayudarte... No puedes caminar con mis sandalias... Para descubrirlo todo tendrás que hacerlo tropezando con las tuyas... Cada cual a su momento descubre lo que el destino... le pone... delante...

Volvió a quedarse callado con los ojos perdidos. Parecía que estaba a punto de morir. Marian rompió a llorar en su regazo.

—No te vayas, papá —suplicaba entre lágrimas acariciando su pelo canoso—. No te vayas...

César giró el cuello con lentitud. Levantó el brazo despacio y puso la mano izquierda en el costado de su hija.

—Ha llegado mi momento...

—No, aún no. Háblame. Cuéntame qué debo hacer a partir de ahora. Me siento tan perdida...

El padre comenzó a hablar de nuevo mientras Marian lloraba tendida sobre su pecho.

—Tan sólo puedo decirte que aprendas a escuchar... Sí... En todo momento escucha a los demás... Escucha siempre el doble de lo que hables... Nunca interrumpas a nadie en su discurso... Cuando tengas algo que decir hazlo despacio y mirando a los ojos, pero no con gesto de censura, sino con el corazón abierto. Los ojos son la ventana del alma...

César hizo una pausa y se quedó pensativo. Luego continuó hablando en tono suave, aunque con firmeza, como si un hálito de energía resurgiera desde su interior. Marian le cogió la mano apoyando su cabeza sobre la almohada.

       —Aprende de los demás sin dejar de ser tú misma... Escucha los consejos... No tienes por qué aceptarlos, pero te ayudarán a reflexionar... Escucha a tus amigos... y también a tus enemigos... Sí, también a ellos... No pretendas imponer tus criterios a los demás, pues muchas veces las cosas dependen del cristal con que se miren... La mayoría de las discusiones surgen al no saber ponernos en el lugar del otro para intentar comprenderle... Por eso escucha... Sí... escucha... Escúchate también a ti misma y recapacita... Cuando estés muy segura de todo, duda de tus certezas; pero cuando estés perdida, agárrate con fuerza a ellas... Desconfía del que siempre cree tener la razón... Nunca olvides que el ignorante lo tiene todo claro y que el sabio está lleno de dudas...

Pronunciaba las palabras fatigoso, con una serenidad que invadía la estancia. El suspiro de la lechuza comenzó a oírse otra vez tras el ventanuco del desván.

—Escucha a los pájaros, a los árboles... Sí, ellos también tienen algo que decir por medio de sus cantos, de sus alas, de sus gestos, de sus ramas... Escucha el sonido de la lluvia cayendo sobre las hojas… Escucha el torrente de la cascada en lo más profundo del valle... Escucha el rugido sereno del mar cuando muere en la orilla, en el sonido espumoso de las olas hallarás la verdad de todo...

—Pero... ¿cómo puedo entender la verdad?

El anciano hizo una pausa mirando con la vista perdida. Los truenos comenzaron a escucharse cada vez más cercanos.

—La verdad no se puede entender con palabras... La verdad es un niño mamando del pecho, un portazo tras un enfado, una decepción tras esperar algo, un día triste en el cual no entiendes nada... La verdad es sentirte solo y desolado sin que nadie lo sepa… La verdad es la sonrisa de un desconocido que te mira por la calle… La verdad es el abrazo de un amigo tras el reencuentro... La verdad es perdonar al que no se lo merece; la verdad es pedir perdón sabiendo que no tienes culpa... La verdad es odiar con toda tu rabia; la verdad es amar con todo tu corazón... La verdad es la vida al filo de la muerte... La verdad eres tú......

Marian escuchaba atenta aquellas sentencias. Por un momento se cruzaron las miradas y sonrieron. César tenía aspecto de cansancio, pero su rostro ahora brillaba radiante. Dejaba fluir todos los sentimientos que emanaban desde su interior estimulados por la cercanía de su hija. Marian se levantó para reponer las velas de los candelabros; algunas ya estaban a punto de extinguirse.

—No me hagas caso... Estoy diciendo muchas tonterías sin sentido.

—No, papá. Estás diciendo verdades como puños. Sigue, por favor...

Marian se sentó a su lado mirándole con dulzura. Sobre el tejado comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia en aquella madrugada.

—Sé todo lo amable que puedas, siempre y en cualquier circunstancia. Una sonrisa nada puede hacer perder... Acepta a tus amigos como son, no pretendas cambiarlos, ni pretendas que sean perfectos, porque tú tampoco lo eres... Habrá cosas de ellos que nunca te gustarán, pero sin duda echarás de menos sus valores si algún día los pierdes, porque un amigo es un tesoro, pero no un tesoro de monedas, sino un tesoro repleto de alegrías y buenos momentos...

César se quedó por un instante en silencio como si recordara algo. La lechuza dejaba escuchar su suspiro mientras las gotas de lluvia salpicaban con fuerza tras las ventanas.

—Cada ser humano tiene algo excepcional, algo que nunca en la historia del universo se volverá a manifestar de la misma manera... Porque todos somos únicos... Sí, únicos... Somos una creación de la naturaleza que no volverá a repetirse de idéntica forma en ningún otro hombre... Cada persona es un mundo en sí misma, por eso hay que ponerse en el lugar de los demás para comprender sus circunstancias… Sin empatía es imposible que fluyan los buenos sentimientos entre las personas... Sí... Las buenas vibraciones son capaces de mover montañas, al contrario que las malas... Ésas lo destruyen todo... El mundo está lleno de vibraciones oscuras que bloquean lo bueno que pueda haber en el ser humano...... Huye de las energías negativas y saca lo mejor que tengas dentro... Procura no sentir rencor por nadie, pues ese sentimiento dañino se volverá contra ti y te carcomerá el espíritu......

Una descarga encadenada de truenos se precipitó sobre el caserón. Por unos momentos el ulular de la lechuza dejó de escucharse.

—Nunca pongas precio a tu sinceridad ni a tus promesas. Siempre será mejor alguien que te diga las cosas con claridad, aunque duela. Por eso desconfía de los hipócritas... No les abras tu corazón, porque el que antepone la apariencia a la sinceridad es un cobarde y jamás sabrás cómo es... Se ocultarán siempre bajo un escudo de buenas maneras, pero vacío de contenido... Sí, ten cuidado con los fariseos. El mundo está lleno de ellos... Para muchos la vida es un baile de máscaras; un escenario donde representar su papel... Pero esas máscaras al final siempre terminarán por caer, porque el tiempo va poniendo a cada cual en su sitio......

Durante unos instantes César se tomó un respiro. Después su rostro reflejó una expresión más triste, como si recordase un hecho concreto del pasado. La lechuza de nuevo empezó a suspirar invadiendo el silencio con su lamento.

—Alguien en quien hoy confías a ciegas algún día te decepcionará; alguien incluso al que tenías idealizado y por el cual te partirías el pecho si fuera necesario... Éste es uno de los aprendizajes más desalentadores de la vida... Pero hay que estar preparado para ello porque antes o después un desengaño así llegará y duele en lo más profundo del alma... Es muy difícil encontrar una amistad verdadera... La amistad cambia o se enfría empujada por las circunstancias... Lo que ayer fue, hoy se diluye y deja de ser... Tampoco pretendas tener muchos amigos porque el que es amigo de todos en el fondo no es amigo de nadie... El amigo de verdad es el que se atreve a ser crítico contigo para ayudarte a mejorar, no el que te da una palmada en la espalda... El amigo de verdad es el que no le importa perder horas de sueño si necesitas que te eche una mano... El amigo de verdad puede estar contigo en silencio sin esperar que nada especial suceda... La amistad tiene que fluir con naturalidad... Las amistades forzadas no son amistades porque los amigos de verdad no se hacen, simplemente se reconocen......

Marian cogió la mano de su padre emocionada. Nunca en la vida había sentido su compañía de una manera tan entrañable. Tras una pausa, César continuó hablando lentamente.

       —Disfruta todo lo que puedas de los demás, pero no esperes nunca nada de nadie... Si alguien te sorprende con un gesto loable, tiéndele las manos; pero no exijas nunca más de lo que te quieran dar... La amistad no se puede exigir, y el amor tampoco… Entre el amor de pareja y la amistad de un amigo esta última es mucho más altruista porque el amor siempre exige algo a cambio, mientras que la amistad se ofrece sin pedir nada... El amor enseguida tiende las cadenas de la posesión y eso al instante deja de ser amor... Los celos nunca podrán reflejar una muestra de amor hacia otra persona, sino más bien de posesión... Y la posesión no es amor, sólo egoísmo... Por eso es tan difícil saber amar de verdad... Muchas veces nos creemos que amamos a nuestra pareja, pero en realidad lo que estamos haciendo es amarnos a nosotros mismos por medio de ella... No confundas nunca el temor a la soledad y el hambre de cariño con el amor... En infinidad de ocasiones todos nos hemos enamorado del amor más que de la propia persona hacia la que proyectamos ese sentimiento... El mundo está repleto de parejas formadas por miedo a la soledad o por interés, no por amor puro y sincero... En la sociedad en que vivimos poco es sincero, por no decir nada......

        Las palabras de César iban fluyendo entre sus labios como un río manso y profundo, mientras la lluvia caía con insistencia sobre el tejado del caserón.

        —No hagas de la prisa tu forma de vida porque de esa manera nunca podrás tener paz interior y se empobrecerá tu espíritu... El que permanece en un continuo estado de ansiedad zafándose en responsabilidades mundanas jamás se detendrá para mirarse hacia dentro, aunque en el fondo eso es lo que quiere: nadar en la superficie porque le da pánico zambullirse hasta el fondo de su ser para conocerse de verdad... Mucha gente se oculta tras un papel ficticio por miedo a mostrarse como es...

       La lechuza suspiraba en el desván de forma acompasada. Parecía estar cada vez más inquieta por el temporal que se avecinaba. Los leños en la chimenea del salón pegaban chasquidos convirtiéndose en rescoldos de brasas a medida que avanzaba la madrugada. Marian escuchaba a su padre con gesto de complicidad. Sus miradas se encontraron en la penumbra de la noche. Los dos sonrieron con los ojos brillantes.  

       —Ríe... Ríe todo lo que puedas y quítale peso a la existencia... Aquí sólo estamos de paso y al final seremos polvo en el viento... Sí... Polvo en el viento…… Vive con intensidad todo lo que esté a tu alcance... Disfruta los pequeños detalles, los que parecen insignificantes... Vive el momento, sobre todo el momento... Es lo único que de verdad nos quedará para siempre... En lo efímero de un instante hay algo de eternidad...... También canta... Cantando se aleja la pena y se consuela el corazón... Esa actitud te propiciará un día mejor y las nubes se despejarán en tu mente…… Nunca pierdas la inquietud, porque la inquietud está llena de vida... Siempre hay cosas nuevas en el mundo por descubrir... Cada día te sorprenderá algo que hasta ese momento durante todos los años de tu existencia te había pasado desapercibido......

         De nuevo una descarga de truenos se precipitó con ímpetu sobre la ciudad. Las velas de los candelabros se consumían despacio ante las palabras conmovedoras del anciano.

—Evita a las personas que alimentan su ego haciéndose las víctimas… Siempre darán vueltas en círculo lamentándose sin buscar remedio a sus problemas porque en el fondo se sienten cómodos en su papel de mártir…… Huye de la gente negativa... No de la que se siente triste por algo en concreto, sino de la que es agorera de continuo… Intentarán hundirte en el pozo con ellos...... Haz de las penas flores, porque la pena y el sufrimiento también tienen su enseñanza... Del lodazal pantanoso a veces surgen los colores más bellos… La flor de loto nace del fango…… El que no ha sufrido nunca no puede crecer como ser humano... El que sufre se fortalece y valora más las cosas buenas de la vida; de esta vida que nos es regalada y a la que nadie nos ha preguntado si queríamos venir... Pero estamos aquí... No puedo decirte por qué... Nadie puede decirlo... Nadie......

Por momentos parecía que le faltaba el resuello, pero César continuó hablando despacio. Marian le escuchaba embelesada, como cuando era una niña y su padre le narraba cuentos bajo la sombra del yinkgo biloba.

       —Intenta ser siempre positiva en la apreciación de las cosas... No es fácil, lo sé... Pero hay que valorar el lado bueno de las circunstancias que nos rodean porque si ves siempre la botella medio vacía al final te amargarás...... Procura no perder el ánimo, ni siquiera en los días más grises en los que parece que todo está en contra de ti... Cada vez que nos desalentamos algo muere dentro de nosotros... Por eso no te rindas nunca... Lucha... Lucha con todas tus fuerzas... Cuando desfallezcas, cuando creas que no hay salida, haz un esfuerzo más para caminar hacia delante... A veces algo grande nos espera a la vuelta de la esquina justo cuando creemos que estamos vencidos...... A menudo lo que nubla nuestros pensamientos tan sólo es cansancio y hastío de la mente... El desánimo no nos deja ver que hay colores, sonidos, perfumes, cabellos, piel, labios, sonrisas, manos, caricias, tacto, dulzura, brisa, azahar, romero, jazmín, fresas, mandarinas, jilgueros, cigüeñas, conchas de mar, arena de playa, hierba fresca, regatos de agua, oasis, cascadas, bosques frondosos, rocío, escarcha, arco iris, aurora boreal... Cuando no entiendas nada, cuando estés confundida y el caos en tu vida te desconcierte, piensa que eso no es tan malo... El mundo se rige por un cúmulo infinito de discordancias y ese azar impredecible también tiene su encanto... Por eso no pretendas que siempre todo vaya bien. Eso es una quimera inalcanzable... En la vida no existen los caminos allanados... Te encontrarás con zanjas en las lindes, con senderos pedregosos, con trampas inesperadas... Es imposible no tropezar nunca sin caer... Lo único que está a nuestro alcance es levantarnos siempre... Sí... La voluntad para reponernos es lo único que está en nuestras manos porque la felicidad eterna no existe... Existen momentos felices, pero efímeros como nubes que se transforman en el cielo... Nadie puede atrapar una nube... Nadie puede pretender que permanezca estática para siempre sobre el firmamento......

        César estaba muy cansado, pero continuó hablando como si supiera que aquellas eran sus últimas palabras y quisiera transmitir todo el legado de las experiencias vividas a su hija.

—Camina por la vida con paso firme convencida de lo que quieres. Cuando te halles frente a un cruce piénsalo muy bien antes de seguir una de las sendas porque es en el momento de tomar decisiones cuando forjamos nuestro destino... Camina atenta sin caer nunca en el desaliento... Siempre que tropieces levántate una vez más sin detenerte a lamer las heridas... Camina con el corazón abierto sonriendo a los demás, aunque por dentro estés ahogada en penas... A pesar de todo, la vida es maravillosa......

Marian le miraba con ternura acariciándole. Una tímida sonrisa afloró de sus labios.

—Sonríe... Sí... Sonríe siempre, aunque estés triste...

       El brillo en los ojos de César se iba apagando. La respiración del anciano cada vez era más pausada. Aquella charla tan intensa le había debilitado hasta dejarle al límite de sus fuerzas. Marian se dio cuenta de que la vida se escapaba de su cuerpo y sus ojos se nublaron con un velo húmedo. Por unos instantes la imagen de su padre se tornó borrosa ante ella. Ahora lamentaba lo que no había vivido junto a él durante años, todo aquel tiempo precioso desperdiciado... Entonces comprendió que no se puede culpar para siempre a nadie por equivocarse.

César giró la cabeza levemente y la miró con humildad.

—Hija, perdona si alguna vez te hice daño. Nunca fue mi intención. Te juro que habría dado la vida por ti...

Marian sintió un vuelco en el pecho. Por primera vez le había llamado hija... Dos lágrimas se deslizaron livianas sobre su rostro resbalando hasta el cuello. En esos momentos se sintió más unida a él que nunca. El suspiro tenebroso de la lechuza se volvió a escuchar con intensidad por toda la casa. Era como si aquel sonido lastimero anunciase el final. La respiración del padre se hacía cada vez más pausada en el silencio de la noche. Con un hilo de voz apenas perceptible, el anciano susurró por última vez mirándola.

—Tus ojos, mi niña... Tus ojos...

César apretó la mano de su hija y se quedó inmóvil. Su corazón dejó de latir. Marian lloró desconsolada abrazando a su padre. Le acarició las mejillas y le besó como nunca jamás le había besado en la vida. Entonces comprendió que algo suyo se había ido con él.

La tormenta arreciaba con fuerza sobre el caserón. El viento era cada vez más intenso y los truenos hacían retumbar las paredes. Las velas de los candelabros estaban a punto de consumirse. Marian permaneció junto a su padre hasta que la luz mortecina dio paso a la oscuridad. Durante el resto de la noche notó un vacío infinito en el estómago, como si alguien le hubiese arrancado de cuajo el alma… Al final de la madrugada se levantó de la cama y salió a tientas de la habitación. Algo aturdida, se dirigió hasta el recibidor, abrió la puerta de entrada y se paró bajo el porche. Después caminó unos pasos quedándose a la intemperie. La lluvia seguía cayendo de manera insistente. El agua calaba su cuerpo y sus cabellos, pero no le importaba. Comenzó a sentir una paz inmensa en su interior... Por fin se había quitado de encima el lastre que la estuvo mortificando desde la infancia. Por fin había destruido ese muro de incomunicación que tantas frustraciones provocó entre los dos.

 


 

7

Empezó a clarear sobre los tejados de las casas. Las nubes plomizas se fueron disipando para dar paso a una tímida luz rosácea que anunciaba la aurora.  Contemplando aquella claridad, Marian presintió que desde ese mismo instante comenzaba una nueva etapa en su vida…

        Días después regresó a Galicia con la intención de hacer la mudanza. Había decidido trasladarse a Madrid para vivir allí. Sentía la necesidad de recuperar sus orígenes tanto tiempo perdidos en la distancia y desempolvar los recuerdos que año tras año se habían ido acumulado en la vieja mansión junto al río. Infinidad de sorpresas le aguardaron a su vuelta... Arriba en el desván encontró todo un mundo de recuerdos nostálgicos y evocadores. En un arcón fue hallando retazos del pasado que la dejaron sorprendida: montones de poesías dedicadas para ella, fotografías de su infancia que jamás había visto y un manojo de cartas escritas entre sus padres que le llegaron a lo más profundo del corazón. Descubrió en aquellas hojas amarillentas un universo de emociones que ignoraba por completo. Le fascinó leer esas cartas de amor donde mostraban sus anhelos y sus pasiones… También encontró un viejo diario con tapas de cuero en el cual César vertía todas sus inquietudes. Por medio de esos escritos pudo ahondar en los sentimientos de su padre. Entre las páginas reconoció a una persona sensible, vapuleada por los avatares de un mundo hostil que nunca llegó a comprender... Al final del diario, el anciano había escrito unas palabras que hacían mención a su última voluntad. Pedía que después de morir sus cenizas fueran esparcidas entre la higuera y el nogal del jardín.

Marian cumplió aquel deseo en un atardecer de invierno. Sobre la tapia de la hacienda, frente a los dos árboles, mandó grabar en una losa de mármol el texto de una canción que siempre había formado parte de la vida de César:


Confusion, will be my epitaph,

as I crawl a cracked and broken path

if we make it we can all sit back

and laugh.

But I fear tomorrow I¨ll be crying

yes I fear tomorrow I¨ll be crying 


       Todas las mañanas salía al porche para escuchar los pájaros y contemplar aquellos árboles que tanto amó su padre. Sentada en la vieja mecedora interpretaba con la guitarra canciones que revivían el espíritu de aquel bohemio errante...

Las aves migratorias no tardaron en llegar y con ellas el cambio de estación. Una algarabía de vencejos revoloteaba sin cesar por los alrededores anunciando a los cuatro vientos la llegada de la primavera. Ante su sorpresa, algunos días más tarde pudo comprobar que estaba embarazada.

       Marian sabía que esta vez todo iba a ser distinto... Con los restos del muro que durante años le separó de su padre, construiría un puente que la uniese de por vida a ese nuevo ser que ya se manifestaba dentro de su vientre; esa nueva vida a la que ya escuchaba atenta para sentirse en paz consigo misma.

 

 

 

FIN

 




Oscar Nóbregas, Madrid 



A la memoria de Antonio Manrique Robles, fotógrafo y pintor.
Una de las mejores personas que he conocido.







Oscar Nóbregas


Oscar Nóbregas Manrique nació en Madrid.
Desde los 25 años se dedica plenamente al mundo de la literatura. Colabora en diversas revistas literarias, así como en programas radiofónicos dedicados a las letras y a la música, tareas que compagina con su afición por la fotografía artística.

Con su novela "Retazos de un Bastardo" ha conseguido un éxito sin precedentes en los círculos literarios vanguardistas, que le han aupado a una situación de privilegio en el mundo de las letras, por lo arriesgado e innovador de su proyecto. Retazos de un Bastardo es para muchos la obra literaria más original de los últimos años.

Oscar Nóbregas también ha escrito otras dos novelas: 
"Efluvios Metafísicos" (un estudio sobre sexo, droga y rock and roll) y "El Beso de la Esfinge" (novela erótica ambientada en Madrid).
Tiene en proyecto un cuarto libro: "El Susurro del Cárabo", novela histórica basada en una leyenda rusa del siglo XIX.
En la actualidad se halla inmerso en un ciclo de relatos titulado "Bajo la Sombra del Yinkgo Biloba".




Otros relatos de Oscar Nóbregas

  
Programa Radio Oscar Nóbregas:






 

 

Entrevista con Oscar Nóbregas

 

Venturas y desventuras de un escritor madrileño...

Oscar Nóbregas es un ratón de biblioteca del siglo XXI. Aislado en su escritorio o buscando en los archivos de la Biblioteca Nacional, elucubra nuevas ideas y personajes para sus próximo libros.
Nos hemos tomado la licencia de apartarle de su trabajo durante un rato para que nos permita conocerle un poco mejor, a él y a su trabajo.
Oscar, ¿se puede vivir de escribir hoy en día?

Salvo algunos privilegiados, es muy difícil vivir de la literatura; aunque pienso que es mejor que sea así. La creación no debe estar sujeta a una nómina, porque escribir bajo presión a lo único que conduce es a coartar la espontaneidad. Un escritor no puede escribir una novela pensando que con el dinero que obtenga va a pagar las facturas.

Te voy a mencionar 3 conceptos; me gustaría que nos contaras en qué medida te afectan, para bien o para mal, en el desarrollo de tu profesión:
Editores

Los editores son un mal necesario para los escritores; un arma de doble filo que se puede volver contra ti. Lo más duro para un escritor es descubrir que los problemas no terminan cuando publica una novela, sino que pueden empezar justo en ese momento... Si tienes buena relación con tu editor, éste puede darte alas y hacer que tu obra crezca; pero si tienes la mala suerte de topar con un editor que no te apoya lo suficiente, puede convertirse en tu principal enemigo; la tumba de tu propia novela. Con un editor abúlico todos tus esfuerzos caen en saco roto. De nada sirve remar con todas tus fuerzas, si el que lleva el timón te deja encallado en la orilla.
Para muchos editores prevalece el número de ventas por encima de la originalidad o la calidad literaria, y ese punto de vista muchas veces aborta grandes proyectos más cercanos a lo vanguardista que a  lo meramente estándar. A fin de cuentas, una editorial no es otra cosa que una empresa… Pero también hay editores arriesgados que aman la literatura por encima de las cifras, aunque por desgracia suelen ser muchos menos.
Lo triste para cualquier escritor es echar un vistazo tras los escaparates de las librerías y ver auténticas bazofias presentadas con jactancia como best sellers, cuando lo cierto es que el número de ventas rara vez va en concordancia con la calidad literaria.

Internet

Siempre miro con recelo los avances tecnológicos, pues pienso que muchas veces nos proporcionan "comodidades" que a la larga te acaban creando una dependencia innecesaria, que al final lo único que consigue es esclavizarnos. Pero como todo en la vida, depende del uso que le des a las cosas. En el caso de Internet, no se puede negar que es un instrumento que bien utilizado ofrece infinitas posibilidades al permitir comunicarte con el resto del mundo. Para mí es muy gratificante saber que gracias a los foros literarios de Internet, mi novela ha llegado a manos de lectores en toda Hispanoamérica e incluso al sur de los Estados Unidos. 

Uno de los peligros de Internet es el hecho de caer en la incomunicación de la comunicación y en la desinformación a base de sobreinformación. Por otro lado, me inquieta el hecho de que Internet ya no sea algo opcional que consultar de vez en cuando sentados frente a una pantalla; ahora llevamos Internet a cuestas en el bolsillo durante todo el día…  Pienso que la irrupción de los ordenadores y los teléfonos móviles en nuestra vida privada nos ha desbordado por completo, y no creo ni  por asomo que ahora seamos más felices ni que nos comuniquemos mejor que antes.

Todo este fenómeno social es un montaje lucrativo de las empresas tecnológicas, las cuales nos han puesto el “caramelito” de las grandes ventajas de estar comunicados las 24 horas del día como algo esencial en nuestras vidas… Han diseñado lo que quieren que necesitemos para que no podamos prescindir de ello en el futuro. Nos están  alienando y no hemos hecho nada por impedirlo. Nuestra sociedad, que es básicamente superflua y materialista, convierte los lujos en necesidades. Ahora si no tienes Guasap, eres poco menos que un proscrito y la gente te margina por no “estar al día”. Ya no importa la amistad en sí misma. Importa que estés conectado a la red constantemente por medio del teléfono móvil, aunque sólo sea para decir estupideces…
Lo que muchos no sospechan o no quieren ver, es que detrás de ese invento tecnológico vendrá otro que le sustituya. Ya están preparando desde un despacho de marketing publicitario lo que “vamos a necesitar” en el futuro… Así nos mantienen de por vida idiotizados con la zanahoria delante de nuestras narices, lucrándose a base de nuestra imperiosa necesidad de comunicarnos como especie social y gregaria que somos por naturaleza.

Por mi parte, no soy una persona que necesite estar constantemente comunicado, como el que tiene que estar asistido a un tubo conectado con una botella de suero para sobrevivir. Prefiero disfrutar de lo que tengo delante y charlar sin que nada me interrumpa, cosa que ya es muy difícil, pues todos los que están enganchados al móvil viven para él, siempre más pendientes de lo que está lejos que de lo que tienen enfrente.
A veces pienso que la gente debe de estar muy vacía por dentro cuando siente la necesidad obsesiva de comunicarse a cada instante por medio del Smartphone. Este artilugio se ha convertido en una prótesis inseparable de las personas. Es patético observar a todo el mundo imbuido en sus teléfonos como si buscaran ansiosamente la felicidad allí dentro.
Los parámetros que ha diseñado el móvil a principios de este siglo me parece un síntoma enfermizo de la sociedad actual. El móvil ha idiotizado a la gente, convirtiéndola en marionetas de un artilugio superfluo. Realmente me parece una esclavitud disfrazada de comodidad.

 Lo cierto es que la gente se sigue sintiendo igual de sola que antes. No ha mejorado la comunicación real, tan sólo la virtual. A pesar de Facebook, los amigos de verdad se siguen contando con los dedos de una mano.
Con los ordenadores hay que saber dónde termina la realidad y dónde comienza lo virtual. No podemos canalizar todas nuestras emociones a través de una pantalla. El riesgo de Internet es que si no lo usamos con inteligencia puede acabar cuadriculando nuestra mente.

Internet al margen de las incuestionables ventajas como medio de comunicación, se ha convertido en una corrala cibernética donde lo importante por encima de todo es aparentar. La gente disfruta más enviando una foto de algún lugar exótico para que la vean los amigos en vez de vivir ese momento para sí mismos. Esa actitud me parece cuanto menos preocupante.
Internet es un espacio donde se puede maquillar fácilmente la realidad, creando un escenario virtual en el cual lo importante es lo que se ve por la pantalla, no lo que realmente es.

Creo que al final pagaremos un precio muy alto por este mundo tecnológico que ha arrollado nuestras vidas.
Sería ingenuo pensar que Internet en sí mismo es una alternativa personal a elegir; más bien se trata de una imposición social fomentada desde arriba para tenernos controlados.

Crisis

La crisis económica es algo que sin duda ha repercutido en todos los ámbitos, tanto a nivel nacional como internacional. En la literatura no iba a ser menos y las ventas han descendido desde hace un par de años. Pero al margen de la literatura, lo que me preocupa de todo este "pesimismo general" que estamos viviendo no es la crisis en sí misma, sino saber quién está interesado en tenernos pendientes de que suba o baje la Bolsa para desviar nuestra atención de los problemas reales de nuestra sociedad, y de esa manera tenernos hipnotizados. Nos marean con cifras y términos económicos que a la postre lo único que consiguen es desorientarnos y que perdamos toda referencia con la realidad. Los medios de comunicación se convierten en trileros que nos bombardean con noticias contradictorias las cuales terminan por anular cualquier criterio razonable.

 Antiguamente al pueblo llano se le tenía atemorizado con la religión y sus mensajes apocalípticos. En el siglo XXI los gobernantes nos meten miedo con la crisis, que al fin y al cabo no son más que números y estadísticas que basculan. Lo cierto es que nos subyugan creando un ambiente general de situación límite, cuando la realidad es que nunca hemos tenido más comodidades que ahora. Crisis fue la que vivieron nuestros abuelos en la posguerra comiendo mondas de patatas y pasando verdaderas necesidades. Ahora dicen que estamos en plena crisis, pero no conozco a nadie que haya renunciado a su teléfono móvil, ni a instalar su tdt para poder ver un montón de canales en la televisión.

Para mí la verdadera crisis es la medioambiental. Cuando empiecen a deshelarse los casquetes polares de manera irreversible, como de hecho ya está sucediendo, todas esas cifras económicas dejarán de tener sentido… Por desgracia el ser humano es así: capaz de lo mejor y de lo peor.
 
Oscar ha dirigido como locutor y guionista un programa de radio: El Bosque Encantado. Háblanos de tu experiencia en las ondas; ¿qué es lo que más te aporta para tu profesión de escritor?

Quizás el hecho de dar más relieve a tus escritos mediante una lectura oral de los textos, descubriendo que una misma frase puede ser leída con matices distintos.
La Radio te proporciona el tono y la intensidad de la que carece la lectura mental, pues a veces las palabras se quedan algo mudas si no las expresamos mediante los labios.
La Radio también te aporta ese punto de improvisación que a menudo libera a los textos de las páginas y los hace volar más libres.

Sabemos que te gusta la fotografía artística, ¿no has pensado utilizar en las portadas de tus libros alguna de tus fotografías?

Sí, de hecho las portadas de tercer y del cuarto libro llevarán fotos hechas por mí. No ha surgido antes porque no veía una imagen que pudiera encajar con el ambiente de la novela.

Háblanos de tu "Crónica Sobre la Historia del Rock"... ¿Cuál es tu grupo de rock favorito?

De esa crónica surgió la idea de mi segunda novela Efluvios Metafísicos, que de alguna manera es un homenaje a la música contemporánea en sus distintos estilos: Blues, Jazz, Rock, Pop, Folk, New Age, etc.
Desde siempre he estado rodeado de músicos, cantantes o de gente melómana apasionada con grandes colecciones de discos, por lo cual no me ha sido difícil imbuirme de lleno en dicho terreno.
En cuanto al Rock, lo he disfrutado de manera apasionada desde la adolescencia, y, aunque no tuve la suerte de experimentarlo en su época dorada por cuestiones de edad, sí que he vivido la inercia de ese movimiento unos años más tarde.

La lista de grupos de Rock que me han influido sería interminable... Básicamente corresponden a bandas formadas en las décadas de los 60 y los 70, que sin duda son los años más creativos la historia del Rock. Creo que los grupos que más me han marcado son Pink Floyd y Led Zeppelin. Cada cual en su estilo, me parecen las dos bandas más carismáticas que ha habido nunca. Pero no puedo dejar de nombrar a los Beatles, que supusieron una auténtica revolución. Incluso hoy en día, casi 50 años después, sus canciones no han perdido ni un ápice de frescura y vitalidad. El fenómeno beatle fue algo único e irrepetible que marcó a muchas generaciones.
Por desgracia, ya casi no surgen grupos y artistas con la personalidad de
Santana, Jethro Tull, The Kinks, Rolling Stones, The Who, The Doors, Grateful Dead, Don Mc Lean, Crosby, Stills, Nash& Young, Bob Dylan, Carole King, Donovan, Cat Stevens, Ten Years After, Cream, Allman Brothers, Creedence Clearwater Revival, Deep Purple, Black Sabbath, Jimi Hendrix, Frank Zappa, Fleetwood Mac, Lou Reed, David Bowie, T. Rex, Bob Marley, Queen, Genesis, King Crimson, Yes, Camel, Supertramp, Mike Oldfield, The Police, Dire Straits, U2...


Duendes es uno de esos escritos fantásticos que nos adentran en las peculiaridades de estos pequeños seres, concretamente, los que habitan en nuestra Sierra del Guadarrama. Quisiera saber ¿con qué duende te identificas más: campestre, montaraz o albino?

Supongo que tengo algo de cada uno. Quizá me identifico un poco más con los albinos, por aquello de que son una "rara avis" como yo...

Tras la “carrera de fondo” que supone escribir una novela, vemos que últimamente te has decantado por la “media distancia”. A la hora de crear narraciones más cortas, ¿utilizas otro método distinto al de la novela para desarrollar la trama o el enfoque es similar? Coméntanos algo sobre tus relatos.

A pesar del reto intelectual y el esfuerzo que supone enfrentarte a una composición extensa, al principio de mi carrera como escritor me dediqué de lleno a escribir novelas, quizás porque me parecía más atractivo el hecho de tener atrapado al lector durante varios días con el ambiente y los personajes creados, cosa que en el ámbito del relato resulta imposible por cuestiones de extensión. Un relato viene a ser un aperitivo comparado con el guiso caliente que es una novela de doscientas páginas. Sin embargo, después concluir mi tercera novela sentí la necesidad de experimentar con otro ritmo literario. Sin duda el relato me ofrecía un terreno idóneo para plasmar las situaciones de una forma más directa. En los relatos las descripciones se prestan a mostrarse de manera concisa, mientras que en la novela tienes que ir tejiendo poco a poco el perfil de los protagonistas. Son creaciones distintas en cuanto a extensión, pero el ámbito en el que se mueven es básicamente el mismo; de hecho muchas novelas surgen de historias cortas.
En todos mis relatos siento el impulso vital de traspasar las barreras de lo políticamente correcto. No me interesa la escritura placentera sin más. Siempre intento mostrar las cosas sin pelos en la lengua pegando donde más duele. Esto a menudo puede crearte problemas, pero en mis escritos me interesa más la polémica que la complacencia. Me gusta meter el dedo en la llaga yendo a contracorriente. Creo que en general todos mis relatos tienen una vuelta de tuerca y son críticos con esta sociedad hipócrita en la que vivimos.

Bueno, creo que va llegando el momento de centrarnos un poco en tu novela Retazos de un Bastardo... ¿Cuánto tiempo te llevó escribirla? y ¿en qué te inspiraste?

Resulta difícil contabilizar en tiempo real, desde el momento en que surge el chispazo de una historia hasta el último capítulo. Las ideas son como peces que divagan por tu cabeza y que vas plasmando en tus escritos, unas antes o después sin saber por qué, pero no necesariamente de forma lineal. Por otro lado, desde que surge algo sólido hasta que germina, puede que transcurran varios meses, pues ni tú mismo sabes si esa idea va a fructificar. Luego viene la etapa de ordenar el rompecabezas para que todo ocupe su lugar exacto evitando que haya fisuras, y ése es otro proceso imposible de medir con un calendario, pues a veces recurres a apuntes que llevaban guardados en un cajón mucho tiempo.

Lo que sí te puedo asegurar, es que desde que terminé la novela hasta que se publicó pasaron varios años de llamar a puertas de editoriales y de enviarla a concursos. Por cierto, hoy en día estoy totalmente en contra de los concursos. Creo que no se debe escribir para competir con nadie.
Respecto a la inspiración de la novela, todo surge por una amalgama de sensaciones que van bullendo dentro de ti, condimentadas por mil influencias: una experiencia vivida, un pasaje de otra novela, la escena de una película, la letra de una canción, un suceso real que ves en las noticias, el artículo de un periódico, un pasaje de la historia... Todo ello forma un cóctel que agitas a la par con tu imaginación hasta que surge algo coherente y con una estructura definida.

En tu novela Retazos de un Bastardo, defines la felicidad como "un dulce estado de ánimo pasajero". ¿Crees que sin desdicha no hay dicha?

Desde luego, todo tiene su lado opuesto. Para que haya luz y saber lo que significa, es necesario conocer la oscuridad. El caso es que las personas más baqueteadas suelen valorar mejor las cosas buenas de la vida. No se puede mantener de forma perenne un estado de dicha absoluta o de éxtasis… La vida es un camino de contrastes. Como dice Luis Eduardo  Aute, vivir es un ejercicio de gozo y dolor.

Reconozco que en esta pregunta tengo un interés personal, ya que hablamos de uno de mis cuadros favoritos... ¿Como se te ocurrió usar la imagen de “Saturno devorando a su hijo” en la portada de tu libro, sobre todo teniendo en cuenta que el protagonista es un pintor surrealista?

En un momento dado de la novela en el cual el pintor se haya atravesando un estado anímico tortuoso, decide plasmar en la pared de su buhardilla este cuadro de las Pinturas Negras de Goya. Saturno devorando a su hijo representa para él una alegoría freudiana de la humanidad devorando al hombre como individuo. Eso es lo que quiere expresar el pintor en su encierro tras sufrir una crisis existencial.
Lo que sí he comprobado con el paso del tiempo, es que la portada se ha convertido en una prueba de fuego para el lector de mi novela. Generalmente si te atrae la imagen, es que te va a gustar el contenido, y viceversa.

Recomienda tu novela a nuestros lectores...

Uf, recomendar mi propia novela es algo que me da bastante pudor... Puedo hablarte por boca de lectores que me han felicitado, diciendo cosas tan bonitas como que mi novela deja huella en el alma o que rebosa de sensibilidad e imaginación; que es una novela muy profunda y que te hace pensar sobre ti mismo; que en vez de páginas, las hojas parecen espejos que reflejan tus propios sentimientos.

En fin, qué más puedo deciros sobre Retazos de un Bastardo... Comentan por ahí que mi novela tiene afinidades con Kafka, Pessoa o Hermann Hesse. Al que le guste alguno de estos autores es probable que conecte con mi estilo; pero creo yo tengo mi propio sello, más cercano al tiempo que nos ha tocado vivir.

Una última pregunta... ¿Para cuándo tu próximo libro?

Me hallo inmerso en la redacción de once relatos que irán recopilados en un libro titulado Bajo la sombra del yinkgo biloba.

Estoy muy ilusionado con este proyecto y humildemente pienso que cada relato es un mundo en el que te sumerges de los pies a la cabeza. He puesto toda mi alma y mi corazón en ellos, así que espero no defraudar al lector…


Por nuestra parte, pediremos a los duendes y las hadas de la Sierra de Guadarrama que el deseo de Oscar se cumpla en breve y nosotros podamos verlo y contároslo desde aquí.



*******************









 Oscar Nóbregas tomando apuntes a mano



Oscar Nóbregas (izda). Tertulia en un bar de Lavapiés









Oscar Nóbregas. Plaza de Santa Ana -  Estatua de Lorca

















FOTOS ARTÍSTICAS DE
OSCAR NÓBREGAS







Primer premio concurso Magnum:


La ira de Dios





Finalista concurso de fotografía Guadarrama:


























Títulos de las fotos por orden de aparición:

1. Prado en diciembre
2. Árbol desnudo
3. Río Guadarrama helado
4. Puente nevado
5. La torre en invierno





Paisajes que sugieren























































 
. 

































































 





 






























Títulos de las fotos por orden de aparición:


1. Arco iris en Guadarrama
2. Vistas desde la abadía, Mont Saint-Michel
3. Sombras sobre la nieve al atardecer, Guadarrama
4. Ruinas de Recópolis al atardecer
5. Río Piedra abstracto
6. Reflejos sobre el agua, Río Piedra
7. Reflejos plateados, Salinas de Torrevieja
8. Reflejos impresionistas sobre el agua, Río Piedra
9. Reflejos en el río Dulce
10. Reflejos del sol, salinas de Torrevieja
11. Ramas sobre fondo rosado, Cala Macarela
12. Pueblo fantasma, ruinas de Belchite
13. Por encima de las nubes, sobre el Mediterráneo
14. Nenúfares sobre nubes en el río Lobos
15. Dibujos de luz sobre el agua, Menorca
16. Luna llena en el cementerio de Atienza
17. Isla Vedra bajo la bruma
18. Lago del amor, Brujas
19. Hojas de haya a contraluz
20. Gaviota volando sobre el mar, Cala Macarela
21. Cuadro abstracto de sal, salinas de Torrevieja
22. Castillo de Atienza en la noche estrellada
23. Cabo de Formentor al atardecer
24. Lluvia sobre el canal, Brujas
25. Arena tostada, Playa de Caballería
26. Arcos sobre la arena, Playa de las Catedrales
27. Arbusto sobre la nieve, Guadarrama
28. Arbusto sobre fondo marino
29. Árbol siniestro, Hayedo de Montejo
30. Árbol seco, Burgos
31. Abadía del Mont Saint-Michel


*COPYRIGHT FOTOS*
Oscar Nóbregas





 




COPYRIGHT  OSCAR NÓBREGAS




*************







EMAIL CONTACTO: oscarnobregas#yahoo.es











 






Citas literarias


“Leed libros alentadores de espíritu, que os inciten a ser cada día mejores”.
SWETT MARDEN




“Escribir es robar vida a la muerte.”
ALFREDO CONDE








“Un mal escritor puede llegar a ser un buen crítico, por la misma razón que un pésimo vino puede llegar a ser un buen vinagre.”
FRANCOIS MAURIAC









“El poder de la literatura es que es posible contar la vida.”
CHARLES BUKOVSKI





“Escribir: la única manera de conmover a otros sin ser incomodados por su rostro.”
JEAN ROSTAND








“Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.” 

CICERÓN 







“No es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos.”
SÉNECA








“Un mismo texto admite infinito número de interpretaciones.”

FRIEDRICH NIETZSCHE 







“La lectura cura los dolores del alma.”
ANÓNIMO








“Un libro abierto es una mente que habla. Un libro cerrado es un amigo que espera.”

PROVERBIO HINDÚ 







“Un buen libro, es el mejor de los amigos.” 
RUBÉN DARÍO








“Leer mucho aviva el ingenio de los hombres.”

SCHILLER 







“Amar a la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas."
JOHN F. KENNEDY








“Un libro es una voz viviente; una inteligencia que nos habla.” 
SAMUEL SMILES








“El destino de muchos hombres depende de haber tenido o no, biblioteca en su casa paterna.” 
EDMUNDO DE AMICIS








“Ningún hombre carece de amigos, mientras cuente con la compañía de buenos libros.”
SCHILLER









“Preferiría vivir pobre en un desván con muchos libros, que ser un rey a quien no le gustara leer.”
THOMAS MACAULAY



"La televisión es muy educativa: siempre que alguien la enciende, cojo un libro y me voy a mi cuarto a leer."
GROUCHO MARX


"Hay imágenes en los escondrijos de los libros, que viven más nítidamente que muchos hombres y mujeres."
FERNANDO PESSOA



 




Poesías y Canciones
OJALÁ

Ojalá que las hojas no te toquen
el cuerpo cuando caigan,
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro
que baja por tu cuerpo,
ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los pasos.

Ojalá se te acabé la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve,
ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones,
ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.

Ojalá que la aurora no dé gritos
que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.
Ojalá las paredes no retengan tu ruido
de camino cansado.
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti,
a tu viejo gobierno de difuntos y flores.

Silvio Rodríguez


DE ALGUNA MANERA

De alguna manera tendré que olvidarte,
por mucho que quiera no es fácil, ya sabes,
me faltan las fuerzas, ha sido muy tarde
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Las noches te acercan y enredas el aire,
mis labios se secan e intento besarte.
Qué fría es la cera de un beso de nadie
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Las horas de piedra parecen cansarse
y el tiempo se peina con gesto de amante.
De alguna manera tendré que olvidarte
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Luis Eduardo Aute







TE ALEJAS

Te alejas bajo la oscuridad del parque
 con paso firme, inalcanzable.
Se diluye tu figura rojiza por calles estrechas
hasta que te traga la noche.

Aturdido, te busco entre luces y semáforos...
Nado sobre el asfalto y acabo hundido en la desolación.
Tu silueta tan sólo es un punto en el horizonte,
un punto lejano en el abismo de la ciudad.

Te alejas.
Mi corazón cansado no puede seguirte
y se amohína ahogado en soledad.

Me siento desnudo.
Tus brazos y tu pelo ya no me arropan,
no puedo sentir el calor de tu cuerpo
en mitad del otoño sombrío.

Estoy solo.
No encuentro tus ojos azules ni tus besos,
las hadas de tus labios se desdibujan
en mi fría almohada.

Te alejas.
La llama del amor se apaga.




Oscar Nóbregas 














POEMA 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca. 
Mi corazón la busca,
y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear
los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta
la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.



Pablo Neruda




LIBRE TE QUIERO

Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mía.

Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera, pero no mía.

Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.

Alta te quiero,
como chopo que al cielo
se despereza,
pero no mía.

Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.



Agustín García Calvo



A UN OLMO SECO 

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

El olmo centenario en la colina,
un musgo amarillento
le lame la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, olmo,
quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.



Antonio Machado

(Adapt. Juan Manuel Serrat)



PARA LA LIBERTAD


Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho
dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales,
y entro en los algodones
como en las azucenas.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos
y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida. 



Miguel Hernández

(Adapt. Juan Manuel Serrat) 












PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO

Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado,
de continuo anda amarillo;
que pues doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero es don dinero.

Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña,
viene a morir en España
y es en Génova enterrado;
y pues quien le trae al lado es hermoso,
aunque sea fiero,
poderoso caballero es don dinero.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos;
y, pues rompe él recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero es don dinero.

Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y, pues hace las bravatas
desde su bolsa de cuero,
poderoso caballero es don dinero.



Francisco de Quevedo

(Adapt. Paco Ibáñez)





DESMAYARSE

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,


leal, traidor, cobarde y animoso;


no hallar fuera del bien centro y reposo,


mostrarse alegre, triste, humilde,


altivo, enojado, valiente, fugitivo,


satisfecho, ofendido, receloso;


huir el rostro al claro desengaño,


beber veneno por licor suave,


olvidar el provecho, amar el daño;


creer que el cielo en un infierno cabe;


dar la vida y el alma a un desengaño,


esto es amor, quien lo probó lo sabe.




Lope de Vega





LA MALA REPUTACIÓN

En mi pueblo, sin pretensión,

tengo mala reputación,
haga lo que haga es igual
todo lo consideran mal.

Yo no pienso, pues, hacer ningún daño
queriendo vivir fuera del rebaño.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.

Todos, todos me miran mal,
salvo los ciegos, es natural.

En la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar
nunca me supo levantar,
en el mundo, pues,
no hay mayor pecado
que el de no seguir
al abanderado.

No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
Todos me muestran con el dedo,
salvo los mancos, quiero y no puedo.

Si en la calle corre un ladrón
y a la zaga va un ricachón
zancadilla pongo al señor
y aplastado el perseguidor.
Esto sí que sí, que será una lata
siempre tengo yo que meter la pata.

No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.

Todos tras de mí a correr,
salvo a los cojos, es de creer.


Georges Brassens

(Adapt. Paco Ibáñez)




PALABRAS PARA JULIA 

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable, interminable.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido, no haber nacido.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.

Un hombre solo, una mujer así tomados,
de uno en uno son como polvo,
no son nada, no son nada.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:

Nunca te entregues
ni te apartes junto al camino,
nunca digas no puedo más
y aquí me quedo, aquí me quedo.

La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.

No sé decirte nada más
pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino, en el camino.

Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.


José Agustín Goytisolo

(Adapt. Paco Ibáñez)





ME QUEDA LA PALABRA

Si he perdido la vida, el tiempo,

todo lo tiré como un anillo al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre,
todo lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los ojos para ver el rostro puro
y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Blas de Otero












Palabras que marcan
Libros 

LA ODISEA, CANTO I
HOMERO 
 
Háblame oh, Musa, de las desdichas de aquel ingenioso y astuto varón, que anduvo tiempo errante por el mundo, tras haber destruido los sagrados muros de Ilion, que visitó muchas ciudades y conoció el modo de ser de numerosas personas; que, en el mar, supo de tantos padecimientos para lograr su propia salvación y el retorno de sus compañeros; mas no pudo salvarlos, a pesar de todos sus esfuerzos, ya que perecieron a causa de sus propios errores. ¡Insensatos! Comieron los rebaños del Sol, hijo de Hiperión, el cual no permitió que regresaran a sus lares. Cuéntanos, diosa, hija de Zeus, algunas de tales aventuras.

PRÓLOGO DEMIAN
HERMANN HESSE
Pocos saben hoy qué es el hombre. Muchos lo presienten y por ello mueren más tranquilos, como yo moriré cuando haya de escribir esta historia.
No puedo adjudicarme el título de sabio. He sido un hombre que busca y aún lo sigo haciendo; pero ya no busco en las estrellas y en los libros, sino que comienzo a escuchar las enseñanzas que me comunica mi sangre. 


Mi historia no es agradable, no es dulce y armoniosa como las historias inventadas. Tiene un sabor a disparate y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren seguir engañándose. 


La vida de todo hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero. Ningún hombre ha llegado a ser él mismo por completo; sin embargo, cada cual aspira a llegar, los unos a ciegas, los otros con más luz, cada cual como puede. Todos llevan consigo, hasta el fin, los restos de su nacimiento, viscosidades y cáscaras de un mundo primario.



RAYUELA, CAPÍTULO 7
JULIO CORTÁZAR




Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. 


Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.



 LOS ASESINATOS DE LA CALLE MORGUE
EDGAR ALLAN POE
Una rareza de mi amigo era que adoraba la noche por la noche misma, y me entregué a esta rareza suya, como a casi todas las otras que demostró. Con las primeras luces del alba, cerrábamos todas las persianas del antiguo edificio y encendíamos un par de velas que lanzaban débiles y mortecinos rayos. Con la ayuda de estas velas nos dedicábamos a soñar, leer, escribir o conversar, hasta que el reloj nos anunciaba la llegada de la verdadera Oscuridad. Entonces salíamos a la calle vagando por ahí hasta muy tarde.



 CRIMEN Y CASTIGO
FIODOR DOSTOYEVSKI
Por lo pequeña que era, recibió el golpe en la misma cima del cráneo. Exhaló un grito, pero muy débil. Raskolnikov le asestó un segundo golpe y enseguida un tercero, con el lado romo de la hoja y también en lo alto del cráneo. Saltó la sangre como de un vaso volcado y el cuerpo se desplomó de espaldas. Él retrocedió un paso cuando la vio caer y al momento se agachó para ver la cara. La vieja estaba muerta. Los ojos parecían saltársele de las órbitas y la frente y todo el rostro los tenía convulsamente contraídos. Puso el hacha en el suelo junto a la muerta y le registró uno de los bolsillos, procurando no mancharse de sangre.
Raskolnikov estaba en pleno dominio de sus facultades, pero aún le temblaban las manos.











MOMO
MICHAEL ENDE





Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Muy pocas personas saben escuchar de verdad y la manera en que lo hacía ella era única. 
Momo sabía escuchar de tal forma que a la gente se le ocurrían de pronto ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y simpatía. Mientras tanto miraba con sus grandes ojos negros, y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.



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A Beppo le gustaban esas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario. Cuando barría las calles, lo hacía despacio pero con constancia. Mientras se iba moviendo, con la calle sucia ante sí, se le ocurrían pensamientos. Eran pensamientos sin palabras; pensamientos tan difíciles de comunicar, como un olor o como un color que se ha soñado. Después del trabajo, se sentaba con Momo y charlaban:


—A veces tienes ante ti una calle larguísima —le decía—. Te parece tan terriblemente larga que crees que nunca podrás acabarla; y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cuando levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Te esfuerzas más todavía y al final está sin aliento... Así no se debe hacer.
Reflexionó durante un rato, y después siguió hablando:
—Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que concentrarse en el paso siguiente, en la siguiente barrida; nunca nada más que en la siguiente. Entonces es divertido, y, eso es importante, porque así se hace bien la tarea.









MEMNÓN O LA SABIDURÍA HUMANA
VOLTAIRE





Memnón concibió un día la extravagante idea de ser completamente cuerdo; locura que pocos hombres han dejado de sufrir. Memnón discurría así:
—Para ser muy cuerdo, y, en consecuencia muy feliz, basta con no dejarse arrastrar de las pasiones, cosa fácil como nadie ignora. Lo primero, nunca he de amar a ninguna mujer. Cuando contemple a una mujer hermosa, me diré a mí mismo: "Llegará un día en que esa cara se llene de arrugas; esos bellos ojos perderán su brillo; ese busto firme y turgente se volverá fofo y caído; esa abundancia de pelo se trocará en calvicie." Me bastará figurarme entonces cómo será esa linda cabeza, para que no me haga perder la mía.
Lo segundo, siempre seré so
brio, por más que me tiente la gula, los vinos exquisitos y el placer de las fiestas. Tendré muy en cuenta las consecuencias de los excesos de la mesa: el estómago estropeado, la cabeza pesada, la incapacidad para el trabajo. Comeré con sobriedad y, con el goce de la salud, mis ideas serán claras y felices. Luego no descuidaré mi hacienda. Soy hombre moderado; tengo un capital que me produce buena renta. Con ello puedo vivir sin depender de nadie, que es la mayor fortuna.


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—¡Ay! —replicó Memnón— ¿Y por qué no viniste anoche para evitar que hiciera tanto disparate?
—Tu suerte cambiará —dijo el genio protector—. Verdad es que ya en toda tu vida no dejarás de ser tuerto; pero aparte de eso, serás feliz a condición de que no cometas nunca la locura de pretender ser cuerdo del todo. 
—¿Es que eso no es posible? —preguntó Memnón reprimiendo un sollozo.
—No —contestó el genio—. Como tampoco es posible ser del todo sano o feliz.









EL VIAJE DE NILS HOLGERSSON
SELMA LAGERLÖF





Tenía hambre. Como no había comido en toda la jornada, cayó en la cuenta de que era preciso hacerlo, pero, ¿dónde encontrar algo? En el mes de marzo ni la tierra ni los árboles ofrecen nada que comer... ¿Quién le daría albergue? ¿Quién le prepararía el lecho? ¿Quién le calentaría en su refugio? ¿Quién le protegería contra las bestias salvajes?
El sol se había extinguido en la lejanía. El lago esparcía un frío terrible. Las tinieblas caían del cielo sobre la tierra; la noche iban dejando al pasar sus huellas espantables y en el bosque se percibían ruidos y susurros que ponían espanto en el alma.


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Al día siguiente, prosiguiendo su viaje, los patos remontaron el valle azul. Era en aquella región el primer día hermoso de primavera. Hasta entonces la primavera había avanzado entre lluvias y tempestades. Debido a este esplendido tiempo repentino, la nostalgia del verano y de las verdes florestas se apodera de los hombres y les hace muy penoso el trabajo cotidiano. 


Cuando los patos silvestres pasaban altos, muy altos por encima de la tierra, no había ningún campesino que no interrumpiera su tarea para seguirlos con la visión puesta en la lejanía.

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Nadie debe vanagloriarse de ser más que el otro y sólo debéis alegraros de poder cruzar serenamente vuestra mirada y que al trataros haya en vuestro ánimo esa palidez que es el contento de la vida.



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Los patos silvestres pasaron sobre el Bohuslän, y cuando hubieron doblado las rocosidades de la costa aún les fue posible ver nuevamente el sol enorme y encendido, encima de las olas donde iba a abismarse. Al ver el mar libre e infinito y el sol de la tarde, purpúreo, de un resplandor tan suave que no podía fijar en él la mirada; Nils sintió que entraban en su alma una gran paz y una gran seguridad. Es una bella cosa ser libre y tener el espacio abierto ante sí.












EL SATIRICÓN 
PETRONIO

¿No es acaso un nuevo arrebato de las furias el que agita a los declamadores cuando gritan: "Estas heridas que veis las recibí por la libertad del pueblo y este ojo lo perdí por vosotros?

¿Por qué no me dais un guía que me conduzca a mis hijos? Mis rodillas truncadas no me aguantan el peso del cuerpo."

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¿Pueden hacer algo las leyes allí donde el único señor es el dinero?

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Era tal el encanto de su voz, tan dulce el sonido que acariciaba el aire, que me parecía estar oyendo un coro de sirenas entre las brisas.








LA METAMORFOSIS
FRANZ KAFKA








Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.Se hallaba echado sobre el duro caparazón de su espalda y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuyas prominencias apenas sí podía aguantar la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

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A Gregorio no se le había ocurrido en absoluto querer asustar a nadie, ni mucho menos a su hermana. Lo único que había hecho era empezar a dar la vuelta para volver a su habitación, y esto, fue, sin duda, lo que sobrecogió a los demás, pues, a causa de su estado doliente, tenía, para realizar aquel difícil movimiento, que ayudarse con la cabeza, levantándola y volviendo a apoyarla sobre el suelo varias veces. 
Se detuvo y miró en torno suyo. Parecía haber sido adivinada su buena intención: aquello sólo había sido un susto momentáneo. Ahora todos le contemplaban tristes y pensativos.








MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL
FRIEDRICH NIETZSCHE







El hombre de élite se busca instintivamente su torre de marfil; un reducto en el que se vea libre de la masa, del vulgo, de la muchedumbre, donde pueda olvidar "el hombre", la regla a la cual constituye la excepción.


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La independencia es cosa de una reducida minoría; es el privilegio de los fuertes. El independiente se aísla y se deja desgarrar jirón a jirón por algún minotauro oculto en las cavernas de su conciencia.








EL EXTRANJERO
ALBERT CAMUS
El capellán me miró con cierta tristeza. Su presencia me pesaba y me molestaba. Iba a decirle que se marchara, cuando gritó volviéndose hacia mi: "¡No, no puedo creerle! ¡Estoy seguro de que ha deseado usted otra vida!" Le contesté que naturalmente era así, aunque no tenía la mayor importancia. Quería seguir hablándome de Dios, pero me adelanté y traté de explicarle por última vez que me quedaba poco tiempo antes de la ejecución. No quería perderlo con Dios. Me preguntó por qué le llamaba señor y no padre. Esto me irritó y le contesté que no era mi padre.
— Tiene el corazón ciego, rogaré por usted —dijo el cura. Entonces algo se rompió dentro de mí. Le insulté y le dije que no rogara y que más le valía desaparecer. Le tomé por el cuello de la sotana; vaciaba sobre él todo el fondo de mi corazón con impulsos donde se mezclaban el gozo y la cólera. El sacerdote parecía estar muy seguro de sus convicciones. Sin embargo, ninguna de sus certezas valía lo que un solo cabello de mujer.







EL SOBRINO DE RAMEAU
DENIS DIDEROT


Haga buen o mal tiempo, tengo la costumbre de pasear, hacia las cinco de la tarde, por el Palais Royal. 
Yo soy aquel que medita, siempre solo, en el banco de Argenson. Converso conmigo mismo de política, de amor, de arte o de filosofía. Abandono mi espíritu a un libertinaje completo. Le permito que siga la primera idea que se presente, sea sabia o necia...



Mis ideas: ésas son mis amantes.








PENAS DEL JOVEN WERTHER
GOETHE

No, no me engaño; leo en sus ojos negros el verdadero interés que le inspiran mi persona y mi suerte. Sé que me ama. 
No conozco hombre alguno capaz de robarme el corazón de Carlota y, a pesar de ello, cuando habla de su futuro esposo con todo el calor, con todo el amor posible, me hallo como el desgraciado al que despojan de todos sus títulos y honores, y le obligan a entregar su espada.
¡Qué sensación tan grata inunda todas mis venas, cuando por casualidad mis dedos tocan los suyos, o nuestros pies se tropiezan debajo de la mesa! Los aparto como de un fuego, y una fuerza secreta me acerca de nuevo a pesar mío... El vértigo se apodera de todos mis sentidos, y su inocencia, su alma cándida, no le permiten siquiera imaginar cuánto me hacen sufrir esas insignificantes familiaridades. Si pone su mano sobre la mía cuando hablamos, y si en el calor de la conversación se aproxima tanto a mí que su aliento se confunde con el mío, creo morir como herido por el rayo.








SIDDARTHA
HERMANN HESSE


A la sombra de la casa y bajo el sol, a la orilla del río y junto a las barcas, a la sombra del bosque de sauces y el huerto de higueras creció Siddhartha, el hermoso hijo del brahmán.


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Siddhartha se inclinó, levantó una piedra del suelo y la sopesó en su mano.
—Esto —dijo jugueteando— es una piedra, y dentro de un tiempo determinado quizá sea tierra, y esa tierra se convierta en planta animal o ser humano. Sí, puedo amar una piedra, Govinda; así como a un árbol y hasta a un pedazo de corteza.

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Siddhartha vio negociar a muchos mercaderes, vio príncipes que iban de cacería, gente enlutada que lloraba a sus muertos, prostitutas que se ofrecían, médicos que curaban, sacerdotes que fijaban el día de la siembra, amantes que se amaban... Todo mentía, todo era hediondo, todo rezumaba engaño y simulaba tener sentido.

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Silencioso, Siddhartha solía permanecer bajo el calor vertical del sol, ardiendo de sed y de dolor, hasta que ya no sentía dolor ni sed.
Reflexionaba hondamente como sumergiéndose en aguas muy profundas hasta tocar fondo, en el lugar donde reposan las causas últimas. Desentrañar esas causas era, según él, la verdadera forma de pensar. Sólo así las sensaciones se convierten en conocimientos y, en vez de 
diluirse, adquieren contenido y empiezan a irradiar lo que hay en ellas.

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Al tomar conciencia de su soledad, sintió que algo semejante a un pájaro o una liebre se le helaba en el pecho.
Y en ese mismo instante en que el mundo que lo rodeaba pareció desvanecerse y él se quedó solo como una estrella en el firmamento, en aquel momento de frialdad y desánimo se irguió un Siddhartha más sólido y fuerte, más posesionado que nunca de su propio Yo.



LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN
CARLOS CASTANEDA


Don Juan usó por separado y en distintas ocasiones, tres plantas alucinógenas: peyote, toloache y un hongo mexicano. Desde antes de su contacto con europeos, los indios americanos conocían las propiedades alucinógenas de estas tres plantas. A causa de sus propiedades, han sido muy usadas por placer, para curar, en la brujería y para alcanzar un estado de éxtasis. La importancia de las plantas consistía para don Juan, en su capacidad de producir etapas de percepción peculiar en el ser humano. Los llamaba estados de realidad no ordinaria, en el sentido de realidad inusitada contrapuesta a la realidad ordinaria de la vida cotidiana.



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En nuestras conversaciones don Juan usaba a menudo la palabra hombre de conocimiento.
—Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender —decía.
—¿Puede cualquiera ser un hombre de conocimiento?—No, no cualquiera. Uno se hace un hombre de conocimiento por un instante muy corto.
—¿Qué tengo que hacer para llegar a ese punto, don Juan?
—Tienes que ser un hombre fuerte, y tu vida tiene que ser verdadera.
—¿Qué es una vida verdadera?
—Una vida que se vive con la certeza nítida de estar viviéndola.









SOBRE EL AMOR Y LA SOLEDAD
KRISHNAMURTI




Nadie puede vivir sin relación. Uno podrá retirarse a las montañas, convertirse en monje, marcharse completamente solo al desierto; pero está relacionado. No puede escapar de ese hecho en absoluto. No puede existir en aislamiento.
Su mente podrá pensar que existe en el aislamiento pero, aun en ese aislamiento, uno está relacionado. La vida es relación. No podemos sobrevivir si hemos construido un muro alrededor de nosotros.


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La comparación nos impide mirar plenamente. Yo te miro a ti, que eres una persona agradable, pero digo: "conozco a una persona mucho mejor" o "conozco a una persona más estúpida."
Cuando hago esto no te estoy mirando a ti. Para mirarte de verdad no debo compararte con otra persona.

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Digamos que poseo a alguien como esposa o como marido. ¿Comprenden lo que significa poseer? Uno posee su abrigo. Si alguien nos lo sustrajera, nos sentiríamos enojados, porque considera su abrigo como de su propiedad. Posee eso y se siente enriquecido gracias a la posesión.

La posesión crea una barrera respecto al amor. Si yo me siento dueño de alguien, si lo poseo, ¿es eso amor? Poseo a una persona como poseo un automóvil, porque en la posesión me siento rico. Este adueñarse de alguien, este depender, es lo que llamamos amor. Pero si lo examinan verán que, tras de ello, la mente se siente satisfecha en el hecho de la posesión.

Cuando poseo a una persona, cuando considero a esa persona como "mía", ¿hay amor? Obviamente no. Tan pronto mi mente crea un cerco alrededor de esa persona no hay amor. Cuando hay abnegación, olvido de nosotros mismos, entonces es posible el amor.








EL MUNDO DE SOFÍA
JOSTEIN GAARDER
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino la había hecho en compañía de Jorunn. Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina.
Se habían despedido junto al hipermercado. Sofía vivía al final de una urbanización y su camino al instituto era casi el doble que el de Jorunn. Era como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de su jardín no existía ninguna casa más. 
Allí comenzaba el espeso bosque. 
Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas de propaganda, además de unos sobres grandes para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para hacer los deberes. Esa tarde sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofía. "Sofía Amundsen", ponía en el pequeño sobre. "Camino del trébol nº 3". Eso era todo; no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía sello.
En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre. Lo único que encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre que la contenía. En la notita ponía: ¿Quién eres?
No ponía nada más. No traía saludos ni remitente; sólo esas dos palabras escritas a mano con dos grandes interrogaciones. Volvió a mirar el sobre. Sí la carta era para ella. ¿Pero quién la había dejado en el buzón?



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Sofía dio por sentado que la persona que había escrito las cartas anónimas volvería a ponerse en contacto con ella. Mientras tanto, optó por no decir nada a nadie sobre este asunto.
En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el profesor; le parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia. ¿Por qué no hablaba de lo que es el ser humano, o de lo que es el mundo y de cuál fue su origen? Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y en todas partes la gente se interesaba sólo por cosas superficiales. Para ella había unas cuestiones mucho más grandes, cuyo estudio era mucho más importante que las asignaturas corrientes del colegio.
¿Conocía alguien las respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofía, al menos, le parecía más interesante pensar en ellas, que estudiarse de memoria los verbos irregulares.

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Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil años, pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir, que las preguntas filosóficas surgen por sí mismas. 

Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un pañuelo blanco en un conejo vivo? A muchas personas el mundo les parece tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío. En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando parte de él. En realidad, somos el conejo blanco que se saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco, es simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.


En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que estamos muy dentro de la piel del conejo. Pero los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos finos pelillos para mirar a los ojos del prestidigitador. 


Lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es tener la capacidad de asombro.







EL MONO DESNUDO
DESMOND MORRIS














En una jaula de cierto parque zoológico hay un rótulo en el que dice: "Este animal es nuevo para la ciencia". Dentro de la jaula se encuentra una pequeña ardilla. Tiene los pies negros y procede de África. Ninguna ardilla había sido hallada anteriormente en aquel continente. ¿Qué hay en su modo de vida que ha hecho de ella un ejemplar único? ¿En qué se diferencia de las otras 366 especies de ardillas ya conocidas y estudiadas? En algún punto de la evolución de la familia de las ardillas, los antepasados de este animal debieron de separarse del resto y establecerse como raza independiente.
Hay 193 especies de simios y monos. 192 de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo Sapiens. Esta rara y floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones, y una cantidad de tiempo igual ignorando concienzudamente las fundamentales.

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El mono de los bosques, convertido sucesivamente en mono a ras de tierra, en mono cazador y en mono sedentario, se ha transformado en mono cultural. El progreso le condujo en sólo medio millón de años, desde el encendido de una fogata hasta la construcción de naves espaciales.

Es un historia emocionante, pero el mono desnudo corre el peligro de quedar deslumbrado por ella y olvidar que, debajo de su pulida superficie, sigue teniendo mucho de primate... Incluso el mono espacial tiene que orinar.






INTRODUCCIÓN AL PSICOANÁLISIS
SIGMUND FREUD
















Hemos investigado, en primer lugar, las condiciones en las cuales se produce la equivocación oral. Sin duda, el lapsus presenta un sentido propio. La equivocación oral está considerada como un acto psíquico completo, con su fin propio, y como una manifestación de contenido y significación peculiares. 
Cualquiera de nosotros que tenga ya tras de sí una experiencia larga de la vida, puede decir que sin duda se hubiera ahorrado muchas desilusiones y dolorosas sorpresas, si hubiera tenido el valor y la decisión de interpretar los pequeños actos fallidos que se producen en las relaciones entre los hombres, como signos premonitorios de intenciones que no le son reveladas. 
Pero la mayoría de las veces no nos atrevemos a llevar a cabo tal interpretación, pues tememos caer en la superstición pasando por encima de la ciencia.






EL LIBRO DEL DESASOSIEGO
FERNANDO PESSOA








He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios. Pertenezco a esa especie de hombres que están siempre al margen de lo que pertenecen. He considerado que Dios, siendo improbable, podría existir, pudiendo pues, ser adorado; pero que la humanidad, siendo una mera idea biológica, y no significando otra cosa que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. 
No sabiendo lo que es la vida religiosa porque no se tiene fe con la razón, nos queda como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida.


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Hay momentos en que todo cansa, hasta lo que nos descansaría. Lo que nos cansa porque nos cansa; lo que nos descansaría, porque la idea de obtenerlo nos cansa. Hay abatimientos del alma por debajo de toda la angustia y de todo el dolor.
Vivir me parece un error metafísico de la materia, un descuido imperdonable de la inacción.


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Le he pedido tan poco a la vida, y ese mismo poco la vida me lo ha negado. Un haz de parte del sol, un poco de sosiego con un pizca de pan, no pesarme mucho el conocer que existo y no exigir nada de los demás, ni exigir ellos nada de mí.
Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo; solo como siempre he estado, solo como siempre estaré.


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Ya lo he visto todo, hasta lo que nunca he visto, y lo que nunca veré. Y asomado al antepecho, sobre el volumen variado de la ciudad entera, sólo un pensamiento me llena el alma: el deseo íntimo de morir, de acabar, de no ver más luz sobre ninguna ciudad, de no pensar, de no sentir, de dejar atrás como un papel de envolver, el curso del sol y de los días; de quitarme, como un traje pesado al borde del lecho, el esfuerzo involuntario de ser.






SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR
MIGUEL DE UNAMUNO


"Venceréis, pero no convenceréis"











Yo empecé entonces a temer por mi pobre hermano. Desde que se nos murió don Manuel no cabía decir que viviese. Visitaba a diario su tumba y se pasaba las horas muertas contemplando el lago. Sentía morriña de la paz verdadera.
— No mires tanto el lago —le decía yo.
— No hermana, no temas. Es otro el lago que me llama; es otra la montaña. No puedo vivir sin él.
—¿Y el contento de vivir, Lázaro, el contento de vivir?
— Eso para otros pecadores, no para nosotros que le hemos visto la cara a Dios.
— ¿Qué, te preparas para ir a ver a don Manuel?
— No, hermana, no. Ahora aquí en casa, entre nosotros solos, toda la verdad, por amarga que sea, amarga como el mar a que van a parar las aguas de este dulce lago, toda la verdad para ti, que estás abroquelada contra ella...
— ¡No, Lázaro, ésa no es la verdad!
— La mía, sí.
— La tuya; pero y la de...
—También la de él.
—¡Ahora no, Lázaro, ahora no! Ahora cree otra vez, ahora cree...
— Mira, Ángela: una de las veces en que al decirme don Manuel que hay cosas que aunque se las diga uno a sí mismo debe callárselas a los demás, le repliqué que me decía eso por decírselas a él, esas mismas, así mismo, acabó confesándome que creía que más de uno de los más grandes santos, acaso el mayor, había muerto sin creer en la otra vida.
—¿Es posible?
—¡Y tan posible! Y ahora hermana, cuida que no sospechen siquiera aquí, en el pueblo, nuestro secreto...
—¿Sospecharlo? —le dije—. Si intentase, por locura, explicárselo, no lo entenderían.

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Quedé más que desolada, pero en mi pueblo y con mi pueblo. Y ahora, al haber perdido a mi san Manuel, al padre de mi alma, y a mi Lázaro, mi hermano aún más que carnal, espiritual, ahora me doy cuenta de que he envejecido. Pero ¿es que los he perdido?, ¿es que he envejecido?¡Hay que vivir! ¡Y él me enseñó a vivir, él nos enseñó a vivir, a sentir la vida, a sumergirnos en el alma de la montaña, en el alma del lago, en el alma de la aldea; a perdernos en ellas para quedar en ellas. Él me enseñó con su vida a perderme en la vida del pueblo de mi aldea, y no sentía yo más pasar las horas, y los días y los años, que no sentía pasar el agua del lago. Me parecía como si mi vida hubiese de ser siempre igual. No me sentía envejecer. No vivía yo ya en mí, sino que vivía en mi pueblo y mi pueblo vivía en mí.








LA COLMENA
CAMILO JOSÉ CELA











Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao. Para doña Rosa el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un duro por nada de este mundo; ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas sin más ni más, por entre las mesas.









DON QUIJOTE DE LA MANCHA
MIGUEL DE CERVANTES









Media noche era por filo, poco más o menos, cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían a pierna tendida, como suele decirse. Era la noche entreclara, puesto que quisiera Sancho que fuera del todo oscura, por hallar en su oscuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, maullaban gatos, cuyas voces, de diferente sonidos, se aumentaban con el silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agüero; pero, con todo eso, dijo a Sancho:
—Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea; quizá podrá ser que la hallemos despierta.
—¿A qué palacio tengo que guiar, cuerpo de sol, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún apartamiento de su alcázar, solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
—Señor —dijo Sancho—, ya que vuesa merced quiere, a pesar mío, que sea alcázar la casa de Dulcinea, ¿es hora ésta, por ventura, de hallar la puerta abierta? Y ¿será bien que demos aldabazos para que nos oigan y nos abran, metiendo en alboroto y rumos toda la gente? ¿Vamos por dicha a llamar a la casa de nuestras mancebas, como hacen los abarraganados, que llegan, y llaman, y entran a cualquier hora, por tarde que sea?
—Hallemos primero el alcázar —replicó don Quijote—; que entonces yo te diré lo que será bien que hagamos. Y advierte, Sancho, que yo veo poco, o que aquel bulto grande que desde aquí se descubre, debe ser el palacio de Dulcinea.
—Quizá sea así —respondió Sancho—, aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que ahora es de día... 
Guió don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia del pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos topado, Sancho.
—Ya lo veo —respondió el escudero—. Y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura; que no es buena señal andar por los cementerios a tales horas.


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Así como don Quijote se emboscó en la floresta junto al Toboso, mandó a Sancho volver a la ciudad, y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora, pidiéndola fuese servida de dejarse ver por su cautivo caballero, y se dignase a echarle su bendición, para que pudiese esperar por ella felicísimos sucesos de todos sus acometimientos y dificultosas empresas. 
Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba.
—Anda hijo —le animó don Quijote—, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar. ¡Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo! Ten memoria, y no se te pase della cómo te recibe: si muda las colores el tiempo que la estuvieres dando mi embajada; si se desasosiega y turba oyendo mi nombre; si no cabe de contenta en la almohada... Si está en pie, mírala si se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie; si te repite la respuesta que te diere dos o tres veces; si la muda de blanda en áspera, de aceda en amorosa; si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté desordenado. Finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos; porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacará yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis amores toca; que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes, las acciones y movimientos exteriores que muestran, cuando de sus amores se trata, son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en el interior del alma pasa.











HAMLET
SHAKESPEARE

















¡Ser, o no ser, ésa es la cuestión!
¿Qué debe más dignamente optar el alma noble: sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas y afrontándolo desaparecer con ellas? Morir, dormir, no despertar más nunca, poder decir todo acabó; en un sueño sepultar para siempre los dolores del corazón, los mil quebrantos que heredó nuestra carne.
¡Quién no ansiara concluir así!
Morir... quedar dormidos.... Dormir... ¡tal vez soñar!
¡Ay! Allí hay algo que nos detiene... Cuando del mundo no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños vendrán en ese sueño de la muerte! Eso es, eso es lo que hace el infortunio planta de larga vida.
¿Quién querría sufrir del tiempo el implacable azote, del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, las amarguras del amor despreciado, las demoras de la ley, del empleado la insolencia, la hostilidad que los mezquinos juran al mérito pacífico, pudiendo de tanto mal librarse él mismo, alzando una punta de acero? ¿Quién querría seguir cargando en la cansada vida su fardo abrumador?...
Pero hay espanto ¡allá del otro lado de la tumba! La muerte, aquel país que todavía está por descubrirse, país de cuya lóbrega frontera ningún viajero regresó, perturba la voluntad, y a todos nos decide a soportar los males que sabemos más bien que ir a buscar lo que ignoramos.
Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos haces unos cobardes, y la ardiente resolución original decae al pálido mirar del pensamiento. Así también enérgicas empresas, de trascendencia inmensa, a esa mirada torcieron rumbo, y sin acción murieron.









LA DIVINA COMEDIA
DANTE ALIGHIERI












Hallábame a la mitad de la carrera de nuestra vida, cuando me vi en medio de una oscura selva, fuera de todo camino recto. 
¡Ah! ¡Cuán penoso es referir lo horrible e intransitable de aquella cerrada selva, y recordar el pavor que puso en mi pensamiento! No es de seguro mucho más penoso el recuerdo de la muerte. Más para hablar del consuelo que allí encontré, diré las demás cosas que me acaecieron. No sé fijamente cómo entre en aquel sitio: tan trastornado me tenía el sueño cuando abandoné la senda que me guiaba. Mas viéndome después al pie de una colina en el punto donde terminaba el valle que tanta angustia había infundido en mi corazón, miré a lo alto y vi su cima dorada. 
Y como aquel que saliendo anhelante fuera del piélago al llegar a la playa, se vuelve hacia las olas peligrosas y las contempla, así mi espíritu, azorado aún, retrocedió para ver aquel lugar de donde no salió jamás alma viviente.

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Ahuyentó el profundo sueño que embargaba mi mente, un fuerte trueno, con lo que desperté sobresaltado como hombre que vuelve por fuerza en sí; y levantándome, moviendo tranquilamente la vista en torno, miré con atención para reconocer el sitio en que me hallaba. No pude dudar que estaba a la orilla del doloroso valle del abismo, donde resuena el rumor de lamentos sempiternos. Tan lóbrego, profundo y sempiterno era, que por más que intenté penetrar en el fondo con la vista, no conseguí distinguir objeto alguno.
—Descendamos ahora allá abajo, al mundo de las tinieblas —empezó a decirme Virgilio, cuyo semblante estaba desencajado— yo iré delante: tú seguirás mis pasos.
Pero advirtiendo su palidez, le dije:
—Y ¿cómo he de ir, cuando tú mismo, que sueles infundirme aliento, está atemorizado?
—La angustia —me respondió— de los que yacen en ese abismo, es la que pinta en mi rostro una compasión que tú has atribuido a temor. Sigamos marchando, que el camino es largo, y hemos de darnos prisa. Y se introdujo, y me hizo entrar en el primer círculo que rodeaba la infernal mansión... Allí, según lo que podía yo percibir, no eran lamentos los que se oían, sino suspiros que conmovían aquellas eternas bóvedas, y que exhalaban en su pena, no en su tormento, una multitud de mujeres y varones.







MOBY DICK
HERMAN MELVILLE













Llamadme Ismael, si no os importa. Hace ya varios años, no sabría exactamente cuántos, en ocasión de hallarme con el bolsillo vacío y sin nada en tierra que consiguiera interesarme, tuve la ocurrencia de hacerme a la mar. Se me antojó como el mejor modo de combatir mi aburrimiento y de purificar en cierto modo mi alma. Ocurre en mí, que, de vez en cuando, me veo atacado por extraños ramalazos de melancolía. En tales casos, nada más bueno y saludable, a mi manera de ver, que tomar una resolución de tipo heroico. En lo que a mí se refiere, mi atracción por el agua salada viene de lejos, de siempre, es decir, por instinto; y por esa endiablada sed de aventuras que me ha impedido siempre arraigar en alguna parte. ¡Y cómo disfruto cuando me veo en lo alto de las jarcias, contemplando el rebullir de las olas bajo mis pies, o viendo perderse a lo lejos las masas de cemento de las ciudades agitadas! 
A pesar de todo no dejo de pensar por qué, después de haber oxigenado mis pulmones durante tantos años a través de todos los mares, se me coló en la cabeza la idea de hacerme de nuevo a la mar, tras la inquietante y peligrosa espuma de una gran ballena.









LA ISLA DEL TESORO
R.L. STEVENSON














Soy Jim, y el magistrado Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros amigos míos, me han encargado que describa minuciosamente todo cuanto sucedió en la Isla del Tesoro, desde el principio hasta el fin, sin dejar en el tintero otra cosa que la situación geográfica de la isla, y esto porque todavía quedan riquezas que forman parte del botín rescatado. 
Comienzo pues, mi relato, remontándome a aquellos tiempos, ya lejanos, en que mi padre era dueño de la hostería de El Almirante Benbow, y un viejo lobo de mar, de rostro moreno y curtido por la intemperie, cruzado por la siniestra cicatriz que en él dejara un terrible sablazo, entró como huésped de nuestra casa. Como si fuese ayer, recuerdo perfectamente la llegada de aquel hombre, que se presentó en la hostería renqueando y seguido de una carretilla en la que transportaba un pesado cofre marinero. La embreada coleta caíale sobre la espalda, rozando su vieja casaca azul llena de manchas. Todavía me parece que le estoy viendo escudriñar la ensenada cercana silbando entre dientes. Y de pronto, mientras se acercaba a la posada, entonar aquella extraña y antigua canción marinera que más tarde le oiría tararear muchas veces:

Quince hombres van en El Cofre del Muerto.
¡Ja, ja, ja!
¡Y un gran frasco de ron!

Al llegar a la hostería, golpeó con fuerza la puerta valiéndose de un bastón largo y delgado como un espeche artillero; y cuando acudió mi padre le pidió, con tono destemplado, que le sirviera un vaso de ron.










VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
JULIO VERNE














Durante algunos días, pendientes espantosamente verticales nos llevaron a gran profundidad, a través de las paredes de granito. Algunas jornadas ganábamos legua y media y hasta dos leguas hacia el centro. Había descensos peligrosos, siéndonos de gran utilidad la destreza de Hans y su sangre fría. El impasible islandés se sacrificaba con indiferencia, y gracias a él salvamos más de un mal paso, del cual no hubiéramos sabido salir nosotros solos. Su mutismo aumentaba cada día, y aun creo que nos lo inoculaba. Los objetos exteriores ejercen una acción real sobre el cerebro. Quien se encierra tras cuatro paredes, acaba por perder la facultad de asociar las ideas y las palabras. ¡Cuántos prisioneros se han vuelto locos por falta del ejercicio de las facultades mentales!


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Durante las dos semanas que sucedieron a nuestra última conversación, no se produjo ningún incidente digno de ser relatado. No encuentro en mi memoria más que un solo acontecimiento de gravedad suma, del que me sería difícil olvidar hasta lo más insignificante:
El 7 de agosto, nuestros sucesivos descensos nos habían llevado a 30 leguas de profundidad; es decir, que teníamos sobre nuestras cabezas 30 leguas de rocas, de océano, de continentes y de ciudades. Debíamos estar entonces a 300 leguas de Islandia. Aquella jornada el túnel seguía un plano poco inclinado. Yo iba delante, llevando uno de los aparatos de Ruhmkorff, y con él examinaba las capas de granito. De repente, volviéndome, advertí que estaba solo... Retrocedí, anduve por espacio de un cuarto de hora. Miré y no vi a nadie; llamé y no tuve respuesta... Mi voz se perdió entre los cavernosos ecos... Empecé a inquietarme. Un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo.













ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA
FRIEDRICH NIETZSCHE







Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos, no podría. Pero el viento, que nosotros no vemos, lo maltrata y lo dobla hacia donde quiere. 
Manos invisibles son las que peor nos doblan y maltratan.

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¡Ved pues, a esos superfluos! Enfermos están siempre, vomitan su bilis y lo llaman periódico. Se devoran unos a otros y ni siquiera pueden digerirse. 
¡Ved pues, a esos superfluos! Adquieren riquezas, y con ello se vuelven más pobres. Quieren poder y, en primer lugar, mucho dinero.
¡Vedlos trepar, esos ágiles monos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad. 
Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer que la felicidad se asienta en él. Con frecuencia es el fango el que se asienta en el trono, y también a menudo el trono se asienta en el fango.

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El placer de ser rebaño es más antiguo que el placer de ser un yo; y mientras la "buena conciencia" se llame rebaño, nos harán creer que la mala conciencia dice: yo.

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Dios es un pensamiento que vuelve torcido todo lo derecho, y que hace voltearse todo lo que está de pie.















LA NÁUSEA
JEAN-PAUL SARTRE












Los cafés eran hasta ahora mi último refugio porque están llenos de gente y bien iluminados. Ni siquiera me quedará este recurso. Cuando me vea acosado en mi cuarto, no sabré dónde ir.
Sentía la impresión de que un lento torbellino encendido me rodeaba, me llevaba. Un torbellino de bruma, de luces, en el humo, en los espejos, en las banquetas que brillaban en el fondo. Me había detenido en la puerta, no sabía ni entrar; y de repente se produjo un remolino, pasó una sombra por el techo y me sentí empujado hacia adelante. Flotaba, me aturdían las brumas luminosas que me penetraban por todas partes a la vez. Madeleine vino flotando a quitarme el abrigo, y observé que se había estirado el pelo y que llevaba pendientes: no la reconocí. Madeleine sonreía.
—¿Qué toma usted, señor Antoine? Entonces me dio la Náusea: me dejé caer en el asiento. Ni siquiera sabía dónde estaba; veía girar los colores lentamente a mi alrededor; tenía ganas de vomitar. Desde ese instante la Náusea no me ha abandonado, me posee.

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Cuando tenía veinte años, me emborrachaba y enseguida explicaba que yo era un tipo del género de Descartes. Sabía muy bien que me hinchaba de heroísmo, pero me dejaba llevar, eso me gustaba. Al día siguiente sentía tanto asco como si me hubiera despertado en una cama vomitada. No vomito cuando estoy borracho, pero sería preferible. Ayer ni siquiera tenía la excusa de la embriaguez. Me exalté como un imbécil. Necesito limpiarme con pensamientos abstractos, transparentes como el agua.
Decididamente ese sentimiento de aventura no procede de los acontecimientos: ya tenemos la prueba. Más bien es la manera de encadenarse los instantes. Creo que esto es lo que pasa: de pronto uno siente que el tiempo transcurre, que cada instante conduce a otro, éste a otro y así sucesivamente; que cada instante se aniquila, que no vale la pena retenerlo. Y entonces atribuimos esta propiedad a los acontecimientos que se presentan en los instantes; lo que pertenece a la forma, lo referimos al contenido. En suma, se habla mucho del famoso transcurso del tiempo, pero nadie lo ve. Vemos una mujer, pensamos que será vieja, pero no la vemos envejecer. 















LA PESTE
ALBERT CAMUS







La mañana del 16 de abril el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera. En el primer momento no hizo más que apartar hacia un lado el animal y bajar sin preocuparse. Pero cuando llegó a la calle, se le ocurrió la idea de que aquella rata no debía quedar allí y volvió sobre sus pasos para advertir al portero. 
Aquella misma tarde Bernard Rieux estaba en el pasillo del inmueble buscando las llaves antes de subir al piso, cuando vio surgir del fondo oscuro del corredor una rata de gran tamaño con el pelaje mojado, que andaba torpemente. El animal se detuvo, pareció buscar el equilibrio, echó a correr hacia el doctor, se detuvo otra vez, dio una vuelta sobre sí mismo lanzando un pequeño grito y cayó al fin, echando sangre por el hocico entreabierto.


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Un montón de enfermos dispersos acababa de morir inesperadamente de la peste.
El doctor Rieux procuraba reunir en su memoria todo lo que sabía sobre esta enfermedad. Ciertas cifras flotaban en su recuerdo y se decía que la treintena de grandes pestes que la historia ha conocido, había causado cerca de cien millones de muertos. Pero, ¿qué son cien millones de muertos? Cuando se ha hecho la guerra, apenas sabe ya nadie lo que es un muerto; y además un hombre muerto solamente tiene peso cuando lo ha visto uno muerto. Cien millones de cadáveres sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación.















EL LOBO ESTEPARIO
HERMANN HESSE









Contiene este libro las anotaciones que nos quedan de aquel hombre, al que, con una expresión que él mismo usaba muchas veces, llamábamos el lobo estepario. No es gran cosa lo que sé de él; me han quedado desconocidos su pasado y su origen. El lobo estepario era un hombre de unos cincuenta años, que hace algunos fue a casa de mi tía buscando una habitación. Volvió a los pocos días con dos baúles y un cajón grande de libros, y habitó nuestra casa nueve o diez meses. Vivía tranquilamente y para sí. Era muy insociable, en una medida no observada por mí en nadie hasta entonces. Reconocía él mismo este aislamiento como su propia predestinación. 

Ya he consignado algunos detalles del aspecto exterior del lobo estepario. A primera vista, daba, desde luego, la impresión de un hombre superior, nada vulgar y de extraordinario talento. Su rostro, lleno de espiritualidad, reflejaban una vida excesivamente agitada, enormemente delicada y sensible. Poseía en asuntos del espíritu aquella serena objetividad, aquella segura reflexividad y sabiduría que sólo tienen las personas verdaderamente espirituales, a las que falta toda ambición y nunca desean brillar ni convencer a los demás, ni siquiera tener razón.














1984
GEORGE ORWELL












Su pluma se había deslizado voluptuosamente sobre el suave papel, imprimiendo en claras y grandes mayúsculas lo siguiente:

ABAJO EL GRAN HERMANO
ABAJO EL GRAN HERMANO
ABAJO EL GRAN HERMANO

Una vez y otra, hasta llenar media página. No pudo evitar un escalofrío de pánico. Por un instante estuvo tentado de romper las páginas ya escritas y abandonar su propósito. Sin embargo no lo hizo, porque sabía que era inútil. El hecho de escribirlo o no, era completamente igual. La Policía del Pensamiento lo descubriría de todas maneras. Winston había cometido el crimental (crimen mental) como lo llamaban. El crimental no podía ocultarse durante mucho tiempo. En ocasiones, se podía llegar a tenerlo oculto durante años enteros, pero antes o después te descubrían. 
Las detenciones ocurrían invariablemente por la noche. Te despertabas sobresaltado, porque una mano te sacudía el hombro, una linterna te enfocaba los ojos y un círculo de sombríos rostros aparecía en torno al lecho. En la mayoría de los casos no había proceso alguno ni se daba cuenta oficialmente de la detención. La gente desaparecía sencillamente y siempre durante la noche. El nombre del individuo en cuestión se esfumaba de los registros; se borraba de todas partes cualquier referencia a lo que hubiera hecho, y su paso por la vida quedaba totalmente anulado como si jamás hubiera existido. Para esto se empleaba la palabra vaporizado.

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—Los proles no son seres humanos —dijo Syme—. Hacia el 2050, quizá antes, habrá desaparecido todo conocimiento efectivo del viejo idioma. Toda literatura del pasado quedará destruida: Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron... serán transformados en algo muy diferente y convertidos en lo contrario de lo que eran. Incluso la literatura del Partido cambiará; hasta los slogans serán otros. ¿Cómo vas a tener un slogan así: "la libertad es la esclavitud" cuando el concepto de libertad no exista? Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significará no pensar, no necesitar el pensamiento. 
De pronto Winston tuvo la profunda convicción de que uno de aquellos días vaporizarían a Syme. Es demasiado inteligente. Lo ve todo con demasiada claridad. A la Policía del Pensamiento no le gusta la gente así.

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En el pasillo sonaron las pesadas botas. La puerta de acero se abrió con estrépito. O´Brien entró en la celda. Detrás de él venían el oficial con cara de cera y los guardias de negros uniformes.
—Levántate —dijo O´Brien—. Ven aquí. Winston se acercó a él. O´Brien lo cogió por los hombros con sus enormes manazas y lo miró fijamente:
—Has pensado engañarme —le dijo—. Ha sido una tontería por tu parte. Ponte más derecho y mírame a la cara. Después de unos minutos de silencio, prosiguió en tono más suave:
—Estás mejorando. Intelectualmente estás ya casi bien del todo. Sólo fallas en lo emocional. Dime, Winston, y recuerda que no puedes mentirme; sabes muy bien que descubro todas las mentiras. Dime: ¿cuáles son los verdaderos sentimientos que te inspira el Gran Hermano?
— Lo odio.
—¿Lo odias? Bien. Entonces ha llegado el momento de aplicarte el último medio. Tienes que amar al Gran Hermano. No basta con que le obedezcas; tienes que amarlo. Empujó delicadamente a Winston hacia los guardias.
—Habitación 101 —dijo. 
En cada etapa de su encarcelamiento había sabido Winston, dónde se hallaba, aproximadamente, en el gran edificio de ventanas. Las celdas donde los guardias lo habían golpeado estaban bajo el nivel del suelo. La habitación donde O´Brien lo había interrogado estaba cerca del techo. Este lugar de ahora estaba a muchos metros bajo tierra.
Era mayor que casi todas las celdas donde había estado. Winston había sido atado una silla tan fuerte, que no se podía mover en absoluto; ni siquiera podía mover la cabeza que le tenía sujeta por detrás de una especie de almohadilla que le obligaba a mirar de frente. Se quedó solo un momento. Luego se abrió la ventana y entró O´Brien.
—Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Todos lo saben... La habitación 101 es lo peor del mundo.







CIEN AÑOS DE SOLEDAD
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ










Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó de ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. 
"Las cosas tienen vida propia —pregonaba el gitano con áspero acento—, todo es cuestión de despertarles el ánima." José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: "Para eso no sirve." 
Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. "Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa", replicó su marido. 
Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabozo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer. 

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Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. 
Entonces dio otro salto para adelantarse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final, ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabase de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.










EL NOMBRE DE LA ROSA
UMBERTO ECO














Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A oscuras, enseguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las montañas.
Mientras trepábamos por la abrupta vereda que serpenteaba alrededor del monte, vi la abadía. No me impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que había visto en el mundo cristiano; sino la mole de lo que después supe que era el edificio. En algunas partes, mirando desde abajo, la roca parecía prolongarse hacia el cielo, y capaz de infundir temor al viajero que se fuese acercando poco a poco. Por suerte era una diáfana mañana de invierno y no vi la construcción con el aspecto que presenta en los días de tormenta. Sin embargo, me sentí amedrentado y presa de una vaga inquietud. Dios sabe que no eran fantasmas de mi ánimo inexperto, y que interpreté correctamente inequívocos presagios inscritos en la piedra, el día en que los gigantes la modelaran, antes de que la ilusa voluntad de los monjes se atreviese a consagrarla a la custodia de la palabra divina. 
Mientras nuestros mulos subían trabajosamente por los últimos repliegues de la montaña, allí donde el camino principal se ramificaba, mi maestro se detuvo un momento y miró hacia un lado y otro del camino.
—Rica abadía —dijo. 
Al abad le gusta tener buen aspecto en las ocasiones públicas. Acostumbrado a oírle decir las cosas más extrañas, nada le pregunté. También, porque, poco después, escuchamos ruidos y, en un recodo, surgió un grupo agitado de monjes. Al vernos, uno de ellos vino a nuestro encuentro diciendo con gran cortesía:
—Bienvenido, señor. No os asombréis si imagino quién sois, porque nos han avisado de vuestra visita. Yo soy Remigio da Varagine, el cillerero del monasterio. Si sois, como creo, Fray Guillermo de Baskerville, habrá que avisar al abad.
—Os lo agradezco, señor cillerero —respondió cordialmente mi maestro—, y aprecio aún más vuestra cortesía porque para saludarme habéis interrumpido la persecución. Pero no temáis, el caballo ha pasado por aquí y ha tomado el sendero de la derecha.
—¿Cuándo lo habéis visto? —preguntó el cillerero.— ¿Verlo? No lo hemos visto, ¿verdad, Adso? Pero si buscáis a Brunello, el animal sólo puede estar donde yo os he dicho.
—¿Brunello? ¿Cómo sabéis...?
—Es evidente que estáis buscando a Brunello —dijo Guillermo—, el caballo preferido del Abad, el mejor corcel de vuestra cuadra: pelo negro, cinco pies de alzada, cola elegante, cascos pequeños y redondos pero de galope bastante regular... Se ha ido por la derecha, os digo, y, en cualquier caso, apresuraros.
Yo ya había descubierto hace mucho que mi maestro, hombre de elevada virtud en todo y para todo, se concedía el vicio de la vanidad cuando se trataba de demostrar su agudeza.
—Y ahora decidme —pregunté sin poderme contener—. ¿Cómo habéis podido saberlo?
—Mi querido Adso —dijo el maestro—, durante todo el viaje he estado enseñándote a reconocer las huellas por las que el mundo nos habla, como por medio de un gran libro. 
Así era mi maestro. No sólo sabía leer en el gran libro de la naturaleza, sino también en el modo en que los monjes leían los libros de la escritura, y pensaban a través de ellos; dotes éstas que, como veremos, habrían de serle bastante útiles en los días que siguieron. 

















EL HOBBIT
J.R.R. TOLKIEN










En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante con restos de gusanos y olor a fango; ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer. Era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico como un túnel; un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas y suelos enlosados y alfombrados, provistos de sillas barnizadas, y montones de perchas para sombreros y abrigos; el hobbit era aficionado a las visitas. 
Por alguna curiosa coincidencia, una mañana de hace un tiempo en la quietud del mundo, cuando había menos ruido y más verdor, y los hobbits eran todavía numerosos y prósperos, Bilbo Bolsón estaba de pie en la puerta del agujero, después del desayuno, fumando una enorme y larga pipa de madera que casi le llegaba a los dedos lanudos de los pies, Gandalf apareció de pronto. ¡Gandalf! Si sólo hubieseis oído un cuarto de lo que yo he oído de él, estaríais preparados para cualquier cuento notable. Aventuras brotaban por dondequiera que pasaba, de la forma más extraordinaria.






DEMIAN
HERMANN HESSE








Vi a mi amigo sentado muy derecho y correcto, como siempre. Sin embargo, tenía un aspecto totalmente diferente al acostumbrado; algo que yo desconocía irradiaba de él y le rodeaba.
Creí que tenía los ojos cerrados, pero luego vi que los mantenía abiertos; estaban fijos, no miraban, no veían. Estaban dirigidos hacia adentro, hacia una remota lejanía. Demian estaba completamente inmóvil y parecía que no respiraba; su rostro, de una palidez uniforme, era como de piedra, y sólo su pelo castaño tenía vida. Sus manos descansaban delante de él, sobre el pupitre, inertes y quietas como objetos, como piedras o frutas; pero no blandamente, sino como firme y segura protección de una intensa y oculta vida.

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Cuando me comparaba con los demás, me sentía unas veces orgulloso y satisfecho de mí mismo pero otras deprimido y humillado. Unas veces me consideraba un genio, otras un loco. No conseguía compartir las alegrías ni la vida de mis compañeros.









RETAZOS DE UN BASTARDO
OSCAR NÓBREGAS


































Cristian decidió salir de la buhardilla. No soportaba por más tiempo el aire espeso que respiraba. Se le ocurrió continuar la lectura de aquellas hojas otro día; pero algo en su conciencia le dictaba que debía llegar al final sin más dilación, aunque en esos momentos estaba atenazado por la angustia y comenzaba a sentir miedo. Sentía miedo de la lechuza disecada, de las figuras de vudú, de los espectros goyescos pintados sobre la pared, del cuadro blanco con manchas rojas que le observaba desde el caballete. Incluso comenzó a tener miedo del propio Víctor. Los presentimientos acerca de una extraña muerte empezaron a hacerse cada vez más palpables. 
De pronto se incorporó bruscamente de la cama, agachó la cabeza y observó el hueco umbrío que había debajo de ella. Por unos instantes sintió pánico al pensar que el cadáver de Víctor pudiese estar allí... Se quedó quieto, con la vista fija en una de las patas de la cama. El miedo se apoderó de su mente con ideas calenturientas. Se imaginó cómo reaccionaria si de allí saliese una mano y le cogiese por el tobillo... De repente sintió crujir algo bajo el somier. Pegó un salto hacia un lado y cayó de espaldas sobre la alfombra persa. Se armó de valor, y con el mechero iluminó la oscuridad que reinaba bajo la cama...... Nada que temer. Allí debajo sólo había un montón de lienzos cubiertos de polvo.
Cristian se dio cuenta de que todas aquellas lecturas estaban consiguiendo provocarle brotes paranoicos. Se levantó de un salto, corrió hasta el lavabo y volvió a lavarse la cara con agua fría. Esta vez le pareció insuficiente. Abrió el grifo a tope y metió la cabeza para mojarse el pelo. Mientras el agua le chorreaba por la nariz y la barbilla se miró al espejo. Acercó el rostro y observó que sus ojeras se habían remarcado desde que estaba dentro de la buhardilla. Empezó a ver en sí mismo rasgos de Víctor; su propia mirada le pareció la de él... Cristian apagó la música melancólica de Albinoni y decidió centrarse en el cometido que le había llevado hasta allí. Le vino la imagen de Eva pidiéndole ayuda mientras se abrazaban y eso le hizo sacar fuerzas de flaqueza. Se sentó en la silla, hincó los codos sobre la mesa y continuó leyendo aquellas hojas que para él ya se habían convertido en una especie de maldición.

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Esa misma noche, tumbados sobre la playa de Frouxeira, observábamos el firmamento estrellado. Cayendo del cielo, empezaron a surgir las eternas preguntas sobre la enigmática existencia del universo. Eran las mismas preguntas que todos nos hemos planteado alguna vez a lo largo de nuestras vidas, aunque las respuestas siempre escapan al entendimiento limitado de la inteligencia humana: antes de la materia, del espacio y del tiempo, ¿qué había?...... ¿Cómo empezó todo?...... ¿Por qué motivo empezó?...... ¿Cuál es el origen?......
Todas estas cuestiones me producían una sensación de vértigo infinito. Pero lo que más me impresionaba no era el hecho de pensar que el universo hubiera surgido por una convulsión fortuita, sino saber que un ente llamado Homo Sapiens, el cual comenzó siendo polvo de estrellas, era capaz de preguntarse el porqué de aquella explosión, cuando sus propias partículas formaron parte de ella.
Intentando contestar estas preguntas, me sentía desbordado por la inmensidad del universo. La magnitud de estos misterios hacía que los conceptos humanos me pareciesen vanos. A menudo cerraba los ojos y veía la Tierra flotando entre galaxias perdida en la infinidad del espacio, diminuta y vulnerable como una mota de polvo... Entonces me preguntaba cómo era posible que en una porción de masa tan insignificante pudiese haber tantos problemas... Lo más desalentador era ser consciente de que en el fondo todo da igual. De la misma forma que una vez surgió vida en la Tierra, en algún momento se desvanecerá para siempre.

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Cristian decidió hacer otra pausa en la lectura y se dirigió a la estantería donde estaban colocadas las cintas de música. Eligió el Réquiem de Mozart y se dispuso a ponerlo en el cassette. De repente escuchó pisadas en la escalera de madera. Detuvo la cinta. Los pasos se acercaban cada vez más a la buhardilla. Sintió que alguien se paraba frente a la puerta. Su corazón se aceleró. Tres golpes secos rompieron el silencio. Cristian permaneció estático sin atreverse a respirar. Le vino a la mente el retazo de Víctor donde escribió que alguien había golpeado tres veces en la puerta de la buhardilla. Por un momento creyó revivir la escena como si él mismo fuera Víctor. Pero esa extraña reencarnación se desvaneció, cuando la persona que estaba allí afuera metió la llave en la cerradura. Quienquiera que fuese iba a encontrarle allí metido, rodeado de aquel lúgubre ambiente.
Forcejearon un buen rato pero no lograban abrir. El corazón se le salía del pecho. Tuvo el presentimiento de que era Víctor el que estaba al otro lado de la puerta. Probablemente no podía entrar porque la cerradura estaba viciada. Cristian pensó que sería un desatino dejarle marcharse. Después de tantas horas allí metido era una necedad permitir que su amigo se diera la vuelta y se fuese sin más. Sin embargo no movió ni un solo dedo. Mientras seguían forcejeando, imaginó la puerta abriéndose y tras ella a Víctor. Se vio fundiéndose con él en un abrazo desbordados por la emoción.
De pronto cesaron de forcejear. Tras unos segundos silenciosos se oyó el ruido de un papel deslizándose bajo el resquicio de la puerta. De nuevo se oyeron pasos. Esta vez bajaban la escalera. Cristian se acercó tembloroso hasta la entrada y comprobó que había un sobre negro en el suelo. Rápidamente lo abrió. Su interior contenía una hoja negra de papel de arroz. Desdobló expectante la hoja y pudo contemplar unos signos dibujados de color rojo intenso. Cristian giró el cuello en dirección al techo: eran exactamente los mismos símbolos cabalísticos que Víctor había pintado... Tragó saliva. No sabía qué hacer con aquel dibujo. Por fin se dirigió hacia el estante y cogió el Libro de Esoterismo, dispuesto a guardar allí aquel tétrico sobre negro. Sentado sobre la cama, Cristian abrió el libro al azar. Se quedó paralizado. Notaba que se le helaba la sangre. Había abierto las hojas por uno de los capítulos que hacían referencia a las cábalas. Allí estaban dibujados los mismos símbolos que se hallaban en el sobre... Creyó enloquecer. Por unos instantes pensó en bajar a toda prisa las escaleras para ver quién había dejado aquel misterioso dibujo, pero una fuerza invisible le impidió salir de la buhardilla... Permaneció tumbado sobre la cama, incapaz de moverse durante unos minutos. Después se levantó con una extraña sensación. A pesar de hallarse excitado, notaba que sus pulsaciones eran lentas... Volvió a dejar el Libro de Esoterismo en el estante. Cristian suspiró hondo, puso la cinta de música en marcha, fue a la cocina, rebuscó entre las infusiones y se preparó una tila bien cargada. Tras una pausa de media hora se encendió el último cigarro y reanudó la lectura.




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